El punto es que comenten; ustedes saben, queridos: es necesario...

Lo dicho antes...

jueves, 3 de diciembre de 2009

Aproximaciones parciales al color azul


“Este azul sobre el cual se desarrolla la incesante fantasmagoría de las nubes y que nos parece tan profundo, no es más que un tenue velo, extendido para engañar a nuestros ojos y ocultarnos las negruras que se oculta tras ellos.” —Pierre Loti


Digamos que otros lo saben mejor que yo. Pero el color azul me gusta porque me gusta. Claro que hay un factor psicológico involucrado, nada sé de eso. Los entendidos del tema comentarán. Mas lo que me gusta, eso siempre lo he sabido. En inglés, por ejemplo, el azul es sinónimo de tristeza y melancolía. ¿Cómo no gustarme eso? Una de las acepciones de esta palabra es estar deprimido, “low in spirits”. De ahí que las cosas se vuelvan azules: en inglés se puede uno azular. Según este criterio, para los angloparlantes, la tristeza es azul, incluso honda, donde el espíritu va a dar cuando las cosas no andan bien. Sin embargo, no creo que sea exclusivo del inglés el haberle visto lágrimas al azul. Con temor a equivocarme, y precisamente por eso, me arriesgo a decir que la saudade del portugués es motivadamente azul. Comparten esta condición. Por otro lado, Picasso, a sus veinte años, aprendía a expresar su dolor en azul. Tampoco tuvo que buscar en diccionarios lo que este color representaba, fue un acto de reacción a su tristeza.

Una mirada rápida al blues nos podría dar una idea de por qué en el inglés se oscurece tanto el azul. A parte de su gran contenido erótico, quien haya escuchado el género no podrá dejar de sentir el dolor que corre en la música. El término the blues viene de Blue devils: la melancolía y la tristeza, dos diablos azules. Las primeras canciones que conocemos del blues ya tenían una idea clara de lo qué estaban hablando. “Memphis blues”, de W.C. Handy, habla de un sonido melancólico, de un estribillo hechizador, de una dulce canción adolorida. El poder de esta música radica en su erotismo. Y esta condición nos llevará eventualmente a la tristeza. Una cama sucia y sin tender busca apaciguarnos evocando la euforia de la noche anterior. Hoy sólo queda el vacío después del goce. La canción tiene la tarea de alejar esa melancolía mientras dure la música. Es un escape que recuerda la sensualidad perdida y recuperable. Vale la pena dejarse azular los seis minutos que dura “Empty bed blues”.

Pero la azulidad no es un fenómeno exclusivamente lingüístico, o literario, o musical, pertenece a la condición humana. Los pueblos marineros, gracias a su geografía, se vuelven también azules. Son azulmente privilegiados. Así ocurre en el caso de Portugal. Pasar largas temporadas en el mar nos hace amar la tierra. Sentirse así tiene nombre propio: ellos se sintieron saudosos, sufrieron saudade de sus mujeres, de sus hogares. Hemos tratado de definir en español esta palabra como nostalgia o añoranza, son meras aproximaciones. Pero no es suficiente. La saudade tiene un elemento plus y es el mar. Imaginémoslos: ha meses no ve a su familia, la extraña, experimenta deseos intensos de tenerla cerca. Digamos que la imposibilidad de realizar ese deseo le causa dolor. Y sigue navegando. Sólo queda el mar y hay que distraerse. Que no pese tanto el tiempo. El mar azul fue siempre un triste consuelo.

No muy lejos de allí, en tierras españolas, Picasso perdía a su mejor amigo. Quiso dedicarle algo y sabía pintar. Entonces le hizo un cuadro. Pero la paleta se redujo. El lienzo se mostró monocromático y lóbrego. No, no era pobreza técnica. Lo que quería decir sólo se podía decir así. Entonces crear una obra artística genuina era ser consciente al extremo de uno mismo y que le duela. “Empecé a pintar en azul cuando me di cuenta de que Casagemas había muerto”. Picasso creó una voz basándose en el dolor de la muerte, lo que se conocería como su Época Azul. Y con los seres que identificó más muertos, más míseros, construyó su próximo arte. Azul. Hasta que, ejerciendo su derecho a la necedad, como dice Erasmo, supo olvidar y sus obras se volvieron rosa. Luego cúbicas, luego estrías, luego humanas.

Claro que hay muchas otras miradas al color azul. Tantas como ojos mirando. En la tradición judeocristiana, por ejemplo, lo vieron como pureza, virginidad y de ahí el color de la mujer María. Pero, como por un azar extraño, vuelve otra vez a lo lúgubre. Para algunos poetas, seres de altísima sensibilidad, este azul era un insulto a su forma de vivir. Por eso Mallarmé le pedía a las nubes que cubrieran el cielo. Y a las chimeneas. Pero, y esto es una gran condena sobre el poeta, siempre triunfa el azur. Barba-Jacob, por otro lado, titula uno de sus poemas “Canción de un azul imposible”. Recuerda que hace muchos años vivió momentos queridos, era un tiempo ingenuo, pueril y perdido. Un recuerdo que es idilio, y como idilio, ajeno e igualmente inalcanzable. Volvemos a lo oscuro, al destino triste que parece arrastrar este color.

Decimos, pues, que el color azul, según el inglés, se adjetiva como triste. Saudoso. Sin embargo, en otras lenguas, en otras tierras, otras gentes también lo sintieron así. Podríamos, entonces, concluir parcialmente que la azulidad no es exclusivo del inglés sólo porque consta en su diccionario. Fuera del ámbito anglosajón, el azul también muestra una inclinación llorona, aunque no esté oficialmente registrado. Podría, incluso, arriesgarme a decir que es una asociación natural, como lo hace Picasso en su reacción ante la muerte de su amigo.

lunes, 30 de noviembre de 2009

(A esa mujer que me encontré dos veces en el Subway. A la que acompañé una noche hasta su casa. A quien le enseñé tres ritmos nuevos. A la que escribí noticas rosas. A la de los besos amarillos. A la que nunca volví a ver…)

—¿Qué hará en sus horas de ocio ahora que vive lejos? Esos sí que eran encuentros. Dicen que no ves la gente hasta que la conoces. Estar justo ahí, en Park Street ese día. Y después, en Arlington… ¿me estará siguiendo?, qué importa. Ya sólo queda decir que fue apareciendo en cada calle y que conste: en las bancas quedó escrito. California, ¿ah?, hasta allá te fuiste... A quién te le estarás apareciendo ahora…

lunes, 23 de noviembre de 2009

La excusa de hoy


«Poder reír, reír, reír descaradamente
reír como un vaso que se derrama,
absolutamente loco sólo porque siento,
absolutamente roto de rozarme con todo,
herido en la boca por morder cosas,
con las uñas sangrantes de agarrarme a las cosas,
y asignadme después el calabozo que queráis, que yo me acordaré de la vida.»
—P.


La excusa de hoy.
Bien pudo haber sido una piedra,
un pedazo de tela.
Pero P. es tan bello
como el resto de las telas y las piedras.
Para decir nada.
Para variar.
Para manchar en orden estas líneas y mentirte luego.
Porque sí.
Porque me da la gana, otra vez...
Porque es tarde y estoy tan despierto
que me duele esta tensión contra la almohada.
Para perfeccionar la estética del error:
el arrepentimiento gráfico.
Quiero hablar de ella, sí,
aunque no lo quiera tanto.
Es parte de reírse y romperse contra el mundo.
Te hablan desde el último cuarto iluminado.
Porque sí.
La noche sin sueño…
Huésped insomne...
Un hombre pequeño con muchos lápices.
Abrió una ventana a fuerza de palabras.
Tenía esto listo hace cinco lustros.
Pero faltaba algo: con qué me iba ella a reconocer…
Entonces…
Entonces…
Pinté las paredes con sus palabras:
"...necesidad de vos."
Yo sé que vendrá.
Luego, que llegue lo que llegue,
el calabozo que queráis...

Retazos...

Me gustó bastante andar en los pasos que quiero estar, aunque a veces no me siento bien con escritura en tercera persona. Ella se va…

Libros, tangos, poesía y vino para no mirar de frente.

A fuerza de no ser capaz de nada, sólo llenaré con retazos esta alcancía.

Mi vida gira en contradicción… Contracorriente y con la vista en horizontes recién pintados, hic et nunc equivocado…

Volví. Es divertido hacer parte del regreso y no haberse quedado, tal vez perdido en un ronquido o en, qué sé yo, una ola de alcohol. Otra vez la silla vacía, la que siempre me tocó a mí. Las caras vuelven a saludarte, a mirarte, a escrutarte y seguís derecho porque en algún pecho tocará perderse hoy. Las aceras y los perros me dan la bienvenida.

Y seguís dormido, de todos modos. Tengo que hacer un esfuerzo por salirme un poco, traicionar el café de la tarde en la cantina de siempre. Todavía estoy enredado en esa tensión de haberme volcado sobre mis pasos de siempre.

Solo, como sólo a veces se puede estar, como la palmera en la tormenta, con poca luz, como no muchos quieren estar...

En medio de la ciudad. Letras sobre vampiros, agua gasificada y canciones que levantan bosques en la piel.

Tus tardecitas en Buenos Aires, ¿cómo son? Suena al fondo, como un lamento sordo, la voz del tango en rezongos y yo aquí todavía solo. Ya sin nada que decirte pero sin querer dejarte, tan poquito tuyo en mi mano, sólo por eso… Buenos Aires, esa ciudad plateada me llama mucho la atención. Si pudiera suspender todo al chasquear los dedos y listo... Pensándolo bien, frotar los dedos con un poquito de fuerza en la fricción no es algo tan difícil. El pulgar liberado se dirige al contacto y no hay compromisos oficiales, se tocan en una caricia sorda y la Academia desaparece con cartones, promesas y créditos; un último frote violento de sangre y sangre: mi Buenos Aires querido, metáfora de encuentros en un ojo hacia adentro bien lejos, Argentina… La ventaja de no pertenecer: tocará cantarle algún día.

A penas cuarenta y cuatro, ya quisera que fueran mil tres; mañana, no sé…

Cuando quiero caminar, sólo quiero que me miren y no digan más que eso, está caminando, y no que estoy loco porque no los miro al pasar.

El perro despierta y sigue buscando comida. No se pregunta por qué…

No, no está bien. Debería estar en otras cosas. Por ejemplo pensando en escribir algo bien escrito. No, eso no me interesa. Hay muchos en eso y a demás todavía soy un niño para eso.

Es clásico, mientras más tenés que hacer, menos ganas te dan de esas cosas. Y ahí están también los recuerdos para que te salven un rato. Ahí estás vos. Hoy, como tengo que hacer todo lo que no quiero, me salvan estos momentos donde hago a mi antojo. Ahí, darte un saludo, por ejemplo. Eso hará bien por ahora…

lunes, 16 de noviembre de 2009

«Felices los que creen sin haber visto.» (Jn. 20, 29)

Me acordé de algo: caminábamos por el pueblo y me quería sentar. Entramos al Berrío. Ya sentados, de repente muy triste, le dije al primo: “para algunos la vida no es más que un no soy capaz”. Yo no soy capaz de muchas cosas, y por eso me ven siempre en el Portal tomando tinto. No piensen por eso que voy allá a sentarme a buscar soluciones. Que me reviento sondeando maneras de salir del embrollo. Nada más ajeno. Voy porque quiero olvidar que no soy capaz. A eso y a tentar al destinto: si me ves con mi libro, mi tinto, a lo mejor te quieras sentar. Ibas para otro lado pero eso ya no importa. Si ves cómo confirmamos lo que decía Julito. Convergencias, aunque en el fondo ellos también vivían buscándose, a pesar de lo que digan...

Andar sin buscarse... Pero cuando no nos encontramos, qué… Vos decís que te burlás de esto porque en la ausencia igual sos feliz, y te creo. A mí no me da hasta allá —y ahí el epígrafe. Porque sé que llegan las ráfagas del hombre, el tiempo del mundo al revés, la enfermedad, los no-soy-capaz, y si no estás… y si no estoy… Nos volvemos dependientes, algo que no entendía bien El principito. Yo tampoco. Cuando no nos encontramos y estamos cansados, no sabés cuánto me tienta la idea de que el mundo me domestique, que me ahoguen esos lazos El hombre elige sus cadenas. Es la única opción que le dan. El resto es tan impuesto como inevitable. La propuesta es… elijámonos. Si nos hace más amables y si en el pueblo sigue haciendo frío, elijámonos. Seamos títeres, audiencia, prestidigitadores. Yo haré el esfuerzo de no mostrarte nunca las cadenas.

domingo, 15 de noviembre de 2009

Dando vueltas a un tema: La censura (Siempre incompleto)

La censura es una institución que siempre ha estado ligada al devenir de la literatura. ¿Por qué? ¿Cómo? Mientras haya alguien que quiera decir algo, habrá siempre alguien más al otro lado que, por alguna razón, no querrá oírlo. Ni querrá que otros lo oigan. Y si está en el poder, no permitirá ni siquiera que lo diga. ¿Qué dijo el que quiere decir algo? ¿Por qué al otro lado no quieren oírlo? Antes de empezar la indagación, no me lo había preguntado, y me inflamaba el hecho de saber a García Lorca fusilado —asesinado. Todavía lo hace. Al retirar unos cuantos velos turbadores, fruto de la investigación, puedo entender mejor el asunto. Escribir ha enviado a miles al exilio. A la muerte. Escribir es una actividad que ofende, dice Coetzee. Y en esta ofensa radica la indignación del otro, el repudio y, en última instancia, si la ofensa es recibida en altas esferas, la censura oficial.

La censura, muéstrese como sea, tiene como antecedente tanto la ofensa como la intolerancia a esa ofensa. Digamos que en Colombia no censuran tanto como matan. Se ahorran llegar hasta allá, es un decir. Partimos del hecho de ser heterogéneos. Colombia, unión abstracta de diez mil diferencias. Sin embargo, cuando alguien se atreve —porque es un acto de valentía— a decir lo que no habían dicho por novedoso, por ignorancia, por peligroso, por lo que sea, se levantan contra él en reprimenda, si no en metralla. Y no creo que sea una inclinación natural a la violencia. Insisto en negarme a esto. Creo, no obstante, que hay una aversión hacia lo diferente —así no sea subversivo— y de esto también se alimenta el censor. Estas actitudes, que no es mi trabajo juzgarlas, son constantes que me interesan y justifican ellas mismas mi elección del tema.

Aficionados que somos a datos curiosos, el caso de Rushdie, que no es tan curioso, me dio más razones para seguir indagando. Es sencillo: ¿qué es un libro para que un Estado, una cultura, una religión enfilen sus armas hacia su autor? ¿Por qué puede molestar tanto un libro? El mismo Reinaldo Arenas no entendía por qué el gobierno cubano lo perseguía tanto si lo único que él hacía era escribir. No es tan sencillo en realidad. La figura del escritor es temible. Agita, inquieta, genera efervescencia. Los gobiernos saben esto. El poder también. Que hable Picasso: “¿Qué piensan ustedes que sea un artista? ¿Un imbécil hecho sólo de ojos, si es pintor, o de oídos, si es músico, o de corazón en forma de lira, si es poeta, o aún hecho sólo de músculo, si se trata de un púgil? Muy por el contrario, él es a un solo tiempo un ser político, siempre alerta a los acontecimientos tristes, alegres, violentos, ante los cuales reacciona de todas las maneras.”

Un antecedente bastante importante en la historia de la literatura relacionado con la censura es el Index Librorum Prohibitorum. En él figuraban todos los títulos que atentaban contra la moral, según la Iglesia Católica. Claro que mi propósito aquí no es exponer el Index. Lo rescato como un elemento más de motivación. Y más por algo que le oí decir a alguien, creo que fue al profesor José Guillermo Anjel en alguna de sus clases, lo cito con temor a equivocarme. Decía que esta lista de libros prohibidos se había vuelto un catálogo de títulos que un hombre culto debería leer. Una mirada rápida sobre los nombres registrados confirma esta opinión.

“Contra la censura: Ensayos sobre la pasión por silencia” —J.M. Coetzee. Hablando de textos donde se reflexiona hondamente sobre el tema. A esta obra volveré con frecuencia. Digamos que la información está en el aire. Siempre oímos de casos concretos donde la censura mete su mano para revolcarlo todo. Hablan de derechos humanos inalienables. A eso estoy acostumbrado. A lo que no, y por eso agradezco al autor, es a un análisis más amplio del fenómeno. Parece que esto aburre a la gente y las letras muertes hoy también son mercado. Coetzee es un intelectual. Hombre de libros. Ésa es su mirada, de ahí su lectura. Entonces recurre a disciplinas que puedan aportar. Y su testimonio se hace así digno de ser tomado en cuenta.

viernes, 13 de noviembre de 2009

De microficciones casi urbanas...

1. Hay un hombre que sólo existe en las escalas de mi edificio. No sé nada de él, escasamente veo su carro junto al mío y nada más. Cuando voy de afán para la universidad, o cuando llego con el estómago apretándome el paso, veo lo plano y sencillo que es. Pero como digo, sólo existe en las escalas de mi edificio —que adivino vive en él también. Sino fuera por eso, el vehículo que siempre veo al lado del mío igual podría ser de alguien más, alguien con quien me cruzase en las escaleras...

2. Voy a Mango’s, club de pasiones, y empiezo a ver a los dormidos más despiertos. Bailan y cantan con ganas… pero duermen. Lo curioso no es esto. Lo particular es que si tú llegas despierto pero no con tantas ganas de festejar, para ellos estás dormido e intentarán dormirte para que despiertes. Y si les parece necesario, van hasta tu casa para asegurarse de que duermas con los ojos bien abiertos.

3. Bebo lentamente mi café y veo el mundo pasar. La señora que vende dulces se me acerca con cordialidad. El chico encargado de mi mesa suele arrimarse a preguntarme si todo marcha bien. Lo despido con un gesto afirmativo. Llega un mendigo muy bien vestido a mi mesa y pregunta si le podría ayudar con algo. Todo esto mientras dure mi café. Una vez el posillo está vacío, aquel educado mendigo se vuelve tosco y vulgar, la señora me inoportuna con su perturbadora insistencia y el chico, el cual me toca llamar porque no encuentro por ningún lado, trae otro café a mi mesa, ¡conque presteza y elegancia!, pienso al tomar el primer sorbo.

4. Lo he visto en la portería sacar su cabeza por la ventana cada vez que visito a mi mujer. No lo conozco, mas el sí me conoce a mí: sabe mi nombre. Quise indagar sobre él, pero yo mismo me detuve: de nada me vale saber sus fracasos y fortunas si cada vez que me aborda es para detenerme…

5. Un día se me perdieron las gafas. Las busqué por todos los lugares donde recordé haber estado: farmacias, cafés, iglesias. Me remordía el hecho de estar tras algo que no creía necesario, a fin de cuentas, no las necesito para leer. Las busqué todo el día hasta que, antes de acostarme, agotado de tanto buscarlas, me las quité para que en el sueño no se fueran a dañar.

Personajes II


Saber estar solo por toda tu vida es una afrenta al mundo que, tarde o temprano, te lo hará pagar. No necesitaste anillos para vivir tranquilo hasta las canas. No adoptaste la ambición como modo para figurar en los registros oficiales. Le tomaste travesía a la imagen modelo. Y aprendiste a vivir. A tu modo. Pero no creas que no se dieron cuenta. El tiempo fue haciendo a los demás serios, definitivos. Unos que mueren, otros con hogar y domicilio. Domesticados. Pasan callados y te observan. Te envidian y te sienten lástima. Todos. Biliosos.

Escogiste ser otra cosa y recibes a la gente detrás de la barra. Los amigos que quedan te visitan a las seis y toman cerveza al clima. Pero te observan. Al llegar, la mirada fría, escrutadora. El resto es alcohol. Descifran tu vida mientras sirves los tragos. ¿Por qué solo? ¿Hasta cuándo? ¿Cómo resiste? ¿De qué se agarra?, y somos amigos mientras te doy la mano. Ay, pero no te perdonarán nunca el no haber sido como ellos. Que no hayas conocido el amor de folios y agua bendita, que no hayas abandonado el pacto de las copas, que hayas seguido siendo el mismo. No te lo perdonan y tú lo sabes en la soledad de las cinco de la tarde cuando sólo habla el papel periódico. A esas horas el mundo te cobra tu independencia de hombre no domesticado.

Por eso la cantina. Si no fuera esto, toda la vida sería las cinco de la tarde, cómo… Hay que tener gente cerca para tropezarse. La música, el aguardiente, el discurso de los desconsolados. Gracias a Dios por este santuario de borracheras. Es tu forma del ritmo seguro. Si hay puesto en las mesas, ya te aseguraste la visita y que corra el reloj, estoy acompañado. No se da uno tanta cuenta. La gente en el lugar te habla, te invita. Obvias el hecho de que afuera te saluda una fotografía familiar camino a casa.

A la una y treinta te vuelven a recordar que no hay nadie calentándote la cama. ¿Por qué no estirar el jergón dentro de la barra? La cuchilla de afeitar no la verán encima del enfriador… Cuántos aguardientes más harán falta… para no saber nada… Viste cómo te saludaban y te observaban al pasar… Mira cómo te cobran la insolencia. A lo mejor siguen pasando para ver si sigues vivo. Y esa mueca en la cara no es que los estén apretando para que se apresure, no… es la decepción que les causa ver que no te has matado todavía…

jueves, 5 de noviembre de 2009

Graicas...


Alguien una vez me regaló un libro y con él su voz. Cada vez que lo abría, fuera en un parque, fuera en un baño, me seguía contando historias de judíos errantes, de putas desgarbadas y de amoríos animales. Algunas veces, cuando no estaba solo, me tocaba entreabrirlo despacio para evitar que esa voz parsimoniosa perturbara a los demás. Muchos empezaron a notar que esas palabras ya se me había instalado y les molestó. Desde entonces, sólo mis soledades han conocido el libro.

sábado, 31 de octubre de 2009

Microficciones casi urbanas, más...

1. En el edificio donde vivo tienen como regla, para el manejo de basuras, dejar las botellas de vidrio en las escalas, afuera de la puerta; desde arriba no se pueden tirar. Todos lo aceptamos porque es conveniente y quien las recoge hace bien su trabajo. Un día el vecino de abajo decidió no hacerlo y llevó él mismo las botellas. Pero no fue cosa de un solo día. Lo tomó de costumbre hasta que un accidente sufrido en el trabajo se lo impidió. Todos lamentamos mucho su pierna rota cuando bajábamos nuestras propias botellas. Parecía enojado. Las suyas ya se acumulan afuera de la puerta.

2. Kristin fue una amiga que gané de tanto visitar una pequeña panadería a dos cuadras de mi trabajo en Boylston St. Era una gran conversadora y entretenía mis días de ocio invernal. Con ella conocí algunos teatros de Boston, allí la gente parecía conocerla. Me estaba acostumbrando a estas salidas donde cada noche conocía dramaturgos emergentes y a uno que otro actor. Una noche, quedamos de encontrarnos en el Wang Center para una adaptación de Shakespeare, Much ado about nothing. Estaba entusiasmado, el espectáculo prometía risas. Pero esta vez me quedé esperando risas viendo que Kristin no llegaba, y no llegó. Dos años más tarde recibí un correo suyo arguyendo el porqué de su ausencia aquella noche. Su padre había muerto. Ella consideró prudente irse también... y la carretera estaba abierta.

3. Vivo en el quinto piso de un edificio en Laureles, barrio conocido por su repentina sobrepoblación. En frente al mío, hay un edificio un poco más grande con una buena cantidad de balcones. Algún día, como suelo hacerlo a veces, gracias al buen tiempo, saqué mi silla, mi libro y me puse a leer afuera. Levanté un momento la mirada y vi que alguien desde el frente me sonreía. Le gusta leer, pensé, y sentirá simpatía. Seguí mis lecturas afuera no sólo ese día, sino por mucho tiempo con la sonrisa cómplice de mi acompañante. Se debe preguntar qué leo. Ya me veía yo cambiando de libros frente a ella, pretendiendo leer qué cosas sólo porque me observaban. Uno de tantos días, mientras cambiaba las páginas de un Proust, vi que alguien se le acercó, la agarró de los brazos y la condujo con fuerza hacia adentro… Desde entonces no he vuelto a leer afuera. El clima está muy raro y quién sabe de qué se pueda enfermar uno ...

4. Conozco por casualidad, o porque así lo quise, a un señor en plena vejez que hablaba de dioses y lo encontré en el Parque Bolívar. Yo pasaba con el primo y escuchamos una discusión que sostenían algunos jubilados. Terminada la charla lo abordamos y pudimos hablar con él. Caminaba lento y el rostro delataba una amargura cioraniana. Luego de oírlo, no lo quise volver a ver. Fue tan pesado y agrio su discurso que terminé confuso, nublado... Le pedí al primo me acompañara a casa y que, si se le ocurría, nunca me llevara otra vez a presenciar tales actos de deicidio.

5. Como en la Huntington St. hay un buen número de cafés donde es agradable sentarse a ver universitarios pasar, pensé que sería bueno ir un rato. Con el Museum of Fine Arts de fondo, cogí uno de mis libros y me sumergí en él. A mi lado había una pareja un tanto molesta, discutían y se lamentaban por algo. Me alcancé a ruborizar un poco al escuchar que su descontento se debía a lo oneroso que les resultaba la exuberante presencia de minorías en su país. Ajeno que soy a la tierra donde vivo, tomé consciencia de su molestia, empaqué mi libro y pagué el café. Al salir del sitio, improvisé una sonrisa a la pareja, les saludé y seguí de largo con el amarillo, el azul y el rojo de mi bolso juvenil.
Mirá cómo trato de entender todo esto.
Tachando, ajustando,
adivinando letras que conozco
pero ni sospecho por qué están ahí.

Mirá cómo me llegan otras cosas hasta aquí
mientras los que saben opinan, asienten,
aseveran desde sus puestos de universidad.

El mundo de las distracciones
permite otras formas de vida.

Mirá cómo volvés a llamarme entre tanta cosa seria.
Si vinieras a hacerme caras desde la puerta abierta.
Son horas serias estas horas,
debés estar en tu papel del mundo.

Pero si no venís,
igual me guardo en escribirte tanto,
rascándote el codo y no volteás.
Oí como te llamo…
Pacito para no interrumpir a nadie.

Si hubiera dicho otra cosa
no me estuviera traicionando.
Pero dije mirá
Nombrar para existir.
Nombrarte.

¿Si no digo nada?
No, no sirve.
Todo está hundido en el tedio
y si no quieres entender,
adentro se prenden las voces.

Al frente hablan de analepsis.
No es necesario nombrar para que vengan,
ya están aquí.

Salut!

Microficciones casi urbanas

1. Estaba en la tienda al frente del Colombo. Acababa de ver una película. Me gusta tomar algo antes de irme para la casa. Escogí una sillita un poco apartada de la calle donde pudiera tomarme la gaseosa en paz. Entonces vi una muchacha sola llorando. Hablaba por celular. Me quedé pensando qué causaría esas lágrimas. La miré fijo, disimulando un poco, y me di cuenta de que también ella estuvo en mi misma sala, y que estaba acompañada. Con la luz que antecede el espectáculo, pude ver que quien la acompañaba era más que una amiga. No suelo juzgar a priori… Aunque ahora que la veo llorar, tampoco puedo confirmar nada; sus lágrimas pueden hablar de emociones, pero no señalan ruptura, muerte, soledad, nada de eso. Toca quedarme con la satisfacción de que un día vi a una chica llorar… y a otra…: a ésa no sé si la vi.

2. Ocurre que en mi Santa Rosa de calles anchas y caras conocidas, pasa alguien en su carro recién comprado y adornado a más no poder. A su equipo de sonido le gusta ser lo único que se escuche. Cuando pasa por ahí, todos nos miramos desde donde estamos y hasta donde el ojo alcanza, lanzamos una mirada de reproche y parecemos estar de acuerdo en nuestra disensión. Sigue pasando el auto en su estertor y las miradas cobran voces y remilgos, vuelve a pasar y ya ni nos podemos escuchar, todos queremos decir que odiamos el ruido y la ostentación, pero hasta este punto ya gritan las miradas y no cedemos a otras opiniones.

3. Estaba con su mujer en un restaurante de comida rápida en Bulerías. Prefirió hacerse afuera porque hacía calor. Ahí sentados pudieron ver cómo un grupo de indigentes improvisaba un cambuche para pasar la noche. La imagen lo conmovió. Cuando le llegó la comida decidió no terminarlo todo y dejarle un poco a alguno de ellos que seguramente estaba hambriento. «¿Querés un poquito de comida?», le dijo a uno de los que ya se habían acostado. «¿Comida?, eso no es comida, eso es sobraos», y se volteó para el otro lado… El hombre quedó perplejo. Todavía no lo ha podido entender.

4. Suelo ir a un restaurante a media cuadra de mi casa que se especializa en crepes. Aunque nunca hablo con el mesero o con el de la cocina, he aprendido a conocerlos un poco, más por la comida: pollo con champiñones es mi plato más común… Fue un lunes que llegué de la universidad y no quería cocinar. Estaba bueno el día para sentarse y leer un rato. Esta vez las cosas no fueron como esperaba que fueran. Desde adentro se oía una voz chillona exaltándose en intermitencias. Creo que era el cocinero. Alzaba la voz para referirse a una cuenta que no se pagó y a unos recargos descarados... Ese día no nos fue bien a ninguno de los dos. Aparte del bolsillo roto del cocinero, el crepe que tanto disfruto ese día me supo a recargos financieros y a números desaliñados.

5. —¿Saliste otra vez con ella?
—¡Pero que no salimos!, no te he dicho pues…
—No, no te creo: cada ocho días te encontrás con ella, eso me degiste, y no hacés nada… no, así no…
—Pero… ¿qué no podés creer? Simplemente nos encontramos y hablamos. Es que así fue que la conocí. Un día fui a La Raza, ¿te acordás?
—...en Palacé…
—Sí, sí… un día estaba aburrido y me fui pa’llá, pedí una cervecita y me senté en el bar, a pensar, y llegó esta nena y se me sentó al lado…
—A lo mejor es puta…
—No, no sé, es que no te digo que llegó de una y se puso a hablar, estaba como medio aburrida y nos quedamos hablando… Esa noche me fui al ratico y me dio por volver la otra semana, cuando llegué ella no estaba, pero igual me tomé la cervecita como para no perder la ida y volvió a caeme, y así…
—¿Y cuándo me la vas a presentar?
—Pues home… cuando la conozca…

miércoles, 28 de octubre de 2009

Y sólo pude decir:

Creí que podía decir algo para... Salirme un poco de todo esto. Y sólo pude decir:

Ella lee a Benedetti. La aconseja. Le habla sobre lo que yo quiero hacer. Porque si cuando él está solo dice nombres de mujeres, como buscando teñirse del rojo de esos labios, ése soy yo. Pero yo no sé cómo decirlo bien. Empiezo a juntar las palabras. Me gustaría agradarle. Van saliendo arbitrariamente, como debe ser. Sin ningún orden que nos diferencie. Pero ahí está el vacío, tanto que temía, y ya no sé qué puedo decir. Si digo: la noche, la noche…, se enredan otras cartas, otras caras que quiero igual y por ahí no hay camino, no hay donde pueda llegar. Quiero decir que… no conozco protocolos a estas artes. Tendría que ser ésa mi ventaja. Hablemos de lluvia, hay gotas en la baranda del balcón. Eso siempre le ayudó a los demás. Dalí escuchaba la lluvia y de repente pensó en su mujer. Yo pienso en el agua que cae aquí y que allá moja todas las ceras. Es la única continuidad que se me ocurre. La menos patética. No deberían preocuparme estas sombras de forma o contenido. Permanezco neutro. Pero estas cosas, como dice alguien que no recuerdo, no las hicieron para los inclasificables. No evoquemos gramáticas perfilando cartas de amor...

miércoles, 21 de octubre de 2009

...el otro infinito, como dice Kundera.



«Man knows he cannot embrace the universe with its suns and stars. Much more unbearable is for him to be condemned to lack the other infinitude, that infinitude near at hand, within reach. Tamina lacked the infinitude of her love, I lacked Papa, and all of us are lacking in our work because in pursuit of perfection we go toward the core of the matter but never quite get to it. That the infinitude of the exterior world escapes us we accept as natural. But we reproach ourselves until the end of our lives for lacking that other infinitude. We ponder the infinitude of the stars but are unconcerned about the infinitude our papa has within him.» —Milan Kundera
Los libros tienen lenguas dolorosas. Yo no sé por qué te lo digo a vos. También me podía quedar callado, pero la verdad es que era en vos en quien pensaba cuando leía esto. Que el hombre vive entre esos infinitos y le da lo mismo si lo infinitamente grande lo desborda, y mucho menos si lo entiende o no. Pero el infinito cercano, ése es el que nos cobra luego. Me acuerdo de lo que decía en facebook cuando le preguntaste algo a Amélie —bella, con sus huequitos en las mejillas y el crème-brûlée— y te dijo que “si prefieres vivir en un sueño y seguir siendo una jovencita introvertida, estás en todo tu derecho, ya que malograr tu vida es para todo ser humano un derecho inalienable”, y yo hice eco diciendo que te habían dado duro. Pues bien, el hombre de vidrio no se refería con sueño al sueño de los locos del tango, ése es demasiado bello para denigrarlo. Hablaba de esto, de olvidar que el infinito al alcance de la mano también lo necesitamos y si no vamos a darle los tres besos al soñador recolector de fotos rotas, qué nos va a pasar. A las estrellas les somos indiferentes y en la tierra no nos hicimos entender…
Te quería decir esto. Y que me vuelve mierda pensar en echarme en cara por el resto de mi vida no haber tenido el coraje de sacar la mano del buzo para buscar otra mano, el otro infinito…
Un abrazo infinito...

martes, 20 de octubre de 2009

Mosaico de lamentos renovables

1. A lo que se ve uno reducido... Tengo tantas ganas de verle la cara a alguien, tocarle el codo, burlarme de ellos, pero no hay nadie. A lo que nos vemos reducidos. Al recuerdo, al ruido... Por eso disfruto de los espacios en común, es lo único que lamento de haber dejado la religión a un lado. Me sentía tan bien rodeado de tanto fiel e infiel, de tanto crédulo a la moda. Es el problema de la soledad ociosa. Deben ser los apartamentos a la moderna, como se quejaba Soares.


Vivir en silencio y por el silencio.

2. Por qué está mal la humanidad, preguntémonos, asumiendo que esté mal. Es más fácil decir esto que echarse la culpa de todo. Uno solo con el dolor del mundo, eso es tarea de dioses, ni Atlas pudo: esas representaciones son sólo propaganda de la historia, hurras de ánimo para los perdedores. Y no es que esté mal la humanidad, es uno, siempre lo es así. La ciudad, los interiores amoblados, las universidades vacías. Siempre hay un problema. Lo buscas, lo necesitas. Porque de algunas forma adentro algo no anda bien. Porque de alguna forma no puedes estar bien. Te piden que te descompongas, que estés descolorido, cansado... A mí me toca admitirlo: no pude entender nada de esto.

3. ¿Qué les pasa a estos libros aquí? ¿Cuántas veces lo voy a tener que decir? Lo repito, pero aunque lo diga y me canse de hacerlo, parecen no captarlo ¿Qué necesitan mis libros para que me hablen una vez que cruzo la puerta? Un megáfono, una lupa, una botella entera de licor. Primero Céline, luego Cortázar, Kundera. Hablan y hablan en las paredes de ladrillos del centro. Hay que taparles la boca y hasta quieren cogerle la mano a mis queridas. Claro, tienen las motos y la gente murmurando a los lados. Bullen. Una vez escuchan el click de las llaves saliendo del bolsillo, quién los ve desfallecer sin aliento, quietos como moscas jugando al muerto ante la posibilidad de comida. No les interesa oír de lluvia, cansancio, calor. Con tal de ponerlos en mesitas metálicas donde se escuchen las músicas de afuera, con eso basta. Puedes aventurarte por la ciudad vieja —el Astor tiene muy buen café—, por los centros comerciales o vuelve a la Universidad. ¿Para qué volver a casa?, insinúan. Mirá que no hay imágenes donde entretenerte y siempre te están cerrando la puerta en la cara, mirá, es verdad. Y te envenenan. Tres páginas y empiezas a olvidar tu dirección, el número de ruta... Tienen razón los libros: primero fueron ellos que yo...

4. Dios, ¿por qué nos abandonas? Si nos quieres entre los elegidos, en Tu salvación, por lo menos danos alicientes para no morir de tedio en la promesa de Tu reino acaudalado. Envíanos ángeles de arequipe, emisarios de Tu santa sangre roja, Tu sangre que no ha de quedarnos mal nunca. Danos un poco más de vida en esta vida. Y unos cinco mandamientos menos. Te pido... unos cuantos vinos más... o si no, señálame el camino correcto a una tienda abierta a estas avanzadas horas de la noche.

5. Todos tienen algo serio que decir. Tienen corbatas para cruzar la calle. Son solemnes hasta en la cuchara de la sopa. En esto también parezco haberme perdido. Mis intereses van cotracorriente al flujo de las ideas relevantes, lo que verdaderamente importa, les oigo decir. Este yo tan minúsculo y tan poco usado no se eleva medio centímetro del suelo. El único consuelo que esperaba tener —lo presentí al abrir por primera vez los libros— era la subliminalidad de mis posibles textos, la magia inefable de mis dedos, mi literatura. ¿Qué más consuelo que un verso memorable, un poema de carne y música? Pero como el cuadro de mi vida debía ser completo, nunca dije nada memorable y la carne y la música siempre me fueron esquivas. Así, no pude ser serio porque mi carácter hablaba otras lenguas, y la posibilidad de reivindicarme ante mí —que se lee: ante los demás—, olvidé recogerla en una silla del bus, o por ventura, ese día no fui a clase. Entonces: que esto es un ridículo, que esto es un lamento, que esto es un divertimento de tontos incapaces de nada mejor, eso... eso ya lo sé...

viernes, 9 de octubre de 2009





Costumbres de un desesperado

Busca rasgos familiares en los extraños que pasan a su lado, esperando, tal vez, poder conversar un rato, compartir apreciaciones generales.


Entretengámonos con textos descriptivos. No pudo el café, la música, los libros, el cine… Estoy enfermo y las narices indispuestas no nos dejan pensar. Pero sí podemos mirar, recordar un poco. La mesa está a un costado del bulevar —nada que recuerde escenarios de Balzac—, unos cuantos textos lingüísticos para convencerse de algo, y este lápiz escéptico que quiere pero no. Si es viernes por la tarde y el viento vuelve fresca esta ciudad canicular, ¿por qué siguen todos ellos aquí, en una universidad cansada de no lograr ser del todo su nombre? Un lápiz tibio debe molestar tanto como una mujer indecisa, o al contrario. Las gentes pasan de derecha a izquierda… cada uno a su destino, para cada uno su salida. Si van a la derecha, les espera la setenta con sus ruidos, sus bares paridos de la misma idea, la pereza que es de todos después de retirar las llaves y cerrar la puerta. Pero hoy es viernes. En otras avenidas hay gente, hay alegría, hay alcohol y mil excusas para inundar los cuerpos, es viernes. Así son las ciudades tórridas —manteniendo que esta palabra guarde relación con trópico, tropel, torpor. Más nos vale salir por la puerta principal. ¿Y los que no tienen con quien salir hoy y esperan encontrar un sitio donde sentarse a leer libros que digan que está bien estar a solas, que todos lo estamos? Los que buscan un lugar de taciturno bohemio anacrónico, ojalá tengan los cajones llenos de vino: a embriagarse a domicilio. A menos de que sea discípulo de Baudelaire y sepa cómo poblar su soledad para poder ser él entre la multitud de los parques. Sólo describo, y ahora lo poco de café que había en el cartoncito rojo está en toda la mesa. Pero esto no habría de molestar a nadie más que a mí, y hace falta mucha más dedicación para sacudir un poco la senilidad de mi habitual indiferencia. Ya la mayoría empieza a pararse de sus sillas, caminan con sus fardos electrónicos hacia la entrada principal. Recuerdo una imagen de Munch, nunca supe su nombre. Es hora de parecerme a esos sujetos que tanto quiero y volver a casa, adiós. Me voy antes de ofender a los demás con esta quietud aparentemente tan sana.

domingo, 20 de septiembre de 2009

Nunca he dicho nada serio aquí. Nunca he dicho nada. Siempre me refiero a otra cosa... Pero hoy tengo una buena actitud. Hay música que quiero, un poco de luz, café y afuera las cosas están bien, me dejan seguir siendo así. Por eso quiero conversar, inventar monólogos más catárticos que literarios, uff... Para muchos la única posible relación con la literatura está en los libros de los demás, y Dostoievski se vuelve tan odioso...

Entonces miraba otros blogs, más "originales" que lo que yo nunca podría pensar. Escribían de amor con la autoridad de quien lo conoce y ha tenido la delicadeza de abandonarlo. Hablaban del trabajo, del viento, de los perros con una misma voz. Y a la gente parece gustarles...

Mi problema es no haber conocido estas cosas. Si hablan de amor o de sus incontables pliegos, tengo que sonreír y asentir con la cabeza tratando de alejar la mirada. Observar con cuidado las paredes del lugar. Cómo podría interesarme por algo que no conozco, escribir o siquiera imaginarlo... Por eso la vida de los demás siempre es lo real; porque esto, me diría Nacho, ¿puede llamársele vida? Aunque qué me importa lo que piense él...

Después voy a decir, consolándome y arrullándome, que todos tienen su forma de no hacer parte de esto. Y si no, mire pa fuera... Schandefreude! Pero a mí, ¿cómo me pueden mejorar los vicios de los demás, sus formas no tan ortodoxas de ser ellos a pesar de todo? Es una golosina que no me podría alegrar...

Basta una canción, una buena lectura, una forma de compañía para dejar la efervescencia a un lado. Le doy la razón a Erasmo, y me reconforta ser necio como todos...

lunes, 14 de septiembre de 2009


Aunque peque por necio. Por naïve. Pero si siempre que quisiéramos decir algo tuviéramos que disculparnos, pasaría la vida y la saliva la gastaríamos antes de haberlo dicho. Quiero decir cualquier cosa de Bacon, sin tener nada que decir. Me causó alguna impresión, algo; se movió por dentro con sus tijeritas de bolsillo. Y será que no fue tanto el golpe como para darme palabras con que contarlo. Pero sí, los gritos de Bacon hoy fueron un aliciente para ponerme a pensar un rato. Lo digo por presionar algunas letras, pero ahora sí es cierto. Lo que pasa es que cada vez nos volvemos más difíciles de conmover. Nos están haciendo con materiales más fuertes. No recuerdo la última vez que me asombró un árbol. No es que haya que lamentarse, pero me gustaría que fuera diferente, porque es ahí donde uno insiste en vivir. Las canciones que te ahogan de suspiros, los olores, los colores a la hora de luz precisa… Parece que fueran tiempos viejos, cuando todos recuerdan haber sido niños. Estudio del retrato del papa Inocencio X de Velázquez a la hora de acostarse, lluvia. Aquí el más alto conocimiento, el más austero. Los ojos están tan acostumbrados a las luces, a los carros último modelo. Bacon es una estampa simpática, una imagen en el libro que me querés mostrar y yo estoy distraído. Si Blake tenía razón, y si todavía hay esperanza para los necios, podré alcanzar a ser algo de lo que está en esos cuadros, gritar con una figura que tiene por cuerpo una boca, una gran boca…

martes, 8 de septiembre de 2009

Retrato de una mujer doblando bolsas...


No intento abarcar el abismo de una persona como carne o como suspiro. Es más bien una simple caricia con la intuición de mis gafas, de mis ojos tras su vidrio. Su suéter de lana amarillo tímido, callado, la cubre un poco. Cierra los ojos, sus líneas se sobreponen, cruzan los brazos en un saludo confuso… Las bolsas siguen en la mesa que diambula por la casa, la casa se sostiene en paredes de colores ígneos, húmedas de músicas, las músicas envuelven a la mujer dobladora de bolsas. Pero Brassens no es buen consejero para personas que sólo quieren pintar el tiempo con ruidos. No es aconsejable, escucha, tener la constante denuncia ante lo eterno y lo arenoso si lo que se pretende es doblar el plástico o el papel, e ignorar que al frente aquél no deja de comerse las uñas. Soná algo como el viento o las tejas cuando las toca el agua. No hay nada más que hacer para la vida que seguir doblando y preguntando lo que nadie sabe, grandezas o frases de lápices y canciones. Ella sabe que nadie sabe, pero tiene que seguir preguntando porque dos caras en un mismo espacio abierto, con el aire de por medio, tienen que mantenerse hablando, agitando las manos al aire y luego dice: dónde vive ella, ¿sigue en el mismo lugar? La verdad es que no lo sé, no tendría por qué saberlo, pero el silencio empieza a comerse eso que nos sirve para mantenernos tranquilos en lo que sea que estemos haciendo, y no es posible mantener la palabra quieta en esa gruta mojada donde pertenece cuando no se necesita afuera. Como forzando una salida de los labios, con los bracitos de sus letras, abre la boca y se expulsa todo afuera: no sé, quizás, a lo mejor. Hay que tener paciencia, en la vida ya no tiene más que amar a sus hijos y doblar bolsas, no hay sentido, pero la muerte no viene, entonces, hail thee, ma’am, êtes-vous bien? Y, mujer, disculpad: usted dio más que la médula de sus huesos para que respirara, y yo no le doy más que un gesto de resignación. Debería caminar en los párrafos de una novela balzaquiana, merecedoras de premios suprahumanos —lauros de los eternos—, pero no tengo más que mis gafas, los bares que siempre quiero frecuentar y esta música que no entiende y la exaspera, no hay más. Por eso se para de su silla, las velas en frente quedan solas y el aire y el silencio y el francés pálido no tienen más opción que callarse, seguir muriendo despacito porque también yo tengo ganas ya de pararme a seguir con el ritmo seguro de los que tienen algo que decir en el mundo. Buen día a todos, la pelota ya empezó a rodar en la pantalla y el viento sigue soplando…

Un granito más de débil nihilismo...

Qué tedio, ¿qué pasa? No le puedo echar la culpa a la condición humana y menos al calor, hace frío. Sólo tengo disposición de oído y no más, únicamente proceso la música y eso que con qué hastío, como pegajosa y por inercia. El tiempo, a veces, muy poquitas veces, uno sabe qué es eso, como cuando se detiene a olerlo, despacio, no por la aventura del que quiere saber, si no porque no tiene nada en la mano para ponerse en la cara y no ver. Y decir que lo pierdo, sabiendo que nunca lo he tenido. Esto debe de ser consecuencia de algo, no sé de qué. Habré despojado a algún niño de sus derechos o simplemente me metí en líos que no comprendo y mírame, sin saludos, ni manos, ni calles a las que tirarme y perderme, con un mundo afuera abierto y yo encerrado en la llave de una puerta que no quiero mirar, ah, hablen de cárceles. No hay literatura, ni peces, ni bagaje poético en este interregno, en este estar en el medio de qué… Debería volcarse hacia algún tipo o copia de infinito para utilizarme, exprimir esta exhuberancia de nada, no veo nada. En verdad, sólo tengo frente a mí la música, porque ni estas letras las tengo en serio, no es sino voltearme hacia la ventana o mudar de pensamiento y ya no sé qué digo, me dejó el tren. Las paredes tan pálidas terminan enfermándote. Pero lo que coincide con el malestar es que no tengo a nadie, por más que he tratado, no, nada… Sólo queda la música. Y el lamento que, afortunados, todavía no me han empezado a cobrar, así fuera con baldosas. El hastío tendría que ser medicado, o por lo menos tratado con alguna dosis simbólica. Cómo hace uno, entonces, para que las cosas que ayer te eran éxtasis, ese entusiasmo primario, sea lo mismo, lo mismo, no se puede. Y yo que veo todo deslucido mientras camino más lejos, siendo yo y no ellos los que se deslucen, qué cosas. Ir haciendo la vida porque sí, porque soy Colombia en sangre y tengo que demostrarlo, o el amor por lo que me hizo y donde me pusieron, no. Hay que preguntarse. Ni siquiera los libros que son, supuestamente, mi estandarte, mi corazón pintado en papel, quién me viera aquí adentro, con ganas de escupirle a Céline porque una vez cruza la puerta parece que se queda callado o simplemente dice bobadas de chismoso peluquero. Hay que salir de aquí para verlo en su grandilocuencia, y a mí también. Lo que quiero que me conforte, la certeza que estoy fabricando adentro, es que es sólo aquí, con este siempre no hacer nada, sólo aquí que no quiero ni veo por qué querer seguir. Será que soy alérgico a los muros. Hace falta estar más tiempo afuera, buscando razones en los palitos de dientes, en las sopas calientes que me sirven sin despabilar, en todos los detalles que hacen más real lo que escribo. Quizás. Tendré que enfrentarme más al aire fuera de aquí, hay que buscar más argucias para no terminar diciendo que es la vida de hoy la que me tiende la cuerda al cuello porque estoy seguro que no es así, otros sintieron lo mismo en otras alturas de la Historia, pero no tengo ganas de equiparar la abalanza. C’est la vie d’aujourd’hui… Ahora, cómo harán estas gentes para seguir plácidos, sin preguntarse o adivinar por qué putas algo no se siente bien y ha de haber una razón. Será por eso, porque no preguntan, que siguen como si nada pasara y adentro la vida grita, escarbando entre las carnes con esas uñas de mármol frío y afilado. No se preguntan, yo por qué lo hago. Si sé que me va a dejar tirado, cansado de no hacer nada y con una imagen de vivir de puta saliendo de jornada. Hay cosas mejores, amigos. Hace mucho rato que sólo me siento bien viendo las cosas tras el alcohol. Y eso porque no demanda esfuerzo alguno, porque me siento y la embriaguez llega parcialmente, tranquilo en mi mesa, en mi obstinación de recipiente, cada vez más ligero, menos control, menos conciencia, menos tortura, más felicidad. La embriaguez, habría que examinarla. No tengo nada en contra, antes me inclino sobre ella. Sólo pregunto: por qué con los ojos simplemente abiertos no hay también luz suave, calma entre el pandemonio, y placidez… No no, esas son cosas que no entiendo, y aunque realmente quiero, no pretendo entender. La condición humana, qué escenario de mierda para muñequitas chic. Algún día repetiré eso y me sentiré orgulloso de haberlo dicho. Dirán que estoy pelao, me falta llegar más arriba, pero hasta ahora no me ha gustado esto, ¿para qué? Y no ha habido sufrimiento mayor. Pero es muy vano estar por ahí buscando cómo está uno mejor, brincando entre piedritas la mejor corriente de viento para el calor y desde lejos te ves como un estúpido en esas búsquedas de nada, sin sentido, cayéndote y parándote también para nada, igual le daría a todos que te quedaras ahí. Pero toca seguir dándole, con qué objeto, no sé, para qué, menos, para quién… Será ésa la única razón que tengo clara para seguir viviendo: haciendo realidad los sueños de otros, por decir algo. La humanidad se esfuerza mucho por mantenerse viva, es verdad. Y si no, mira los noticieros. No estaría mal que nos extinguiéramos ya y así no tendría que buscar formas de auto-control y esfuerzo en aras de conseguir algo, que ya sé me van a ordenar. Yo no quiero nada, es cierto. Ni vivir tranquilo quiero ya, es más, eso es lo que menos quiero, la pasividad me viene acechando, corroyendo. Si me dejan, les pido que hagan de esto lo menos fatigoso y doloroso posible porque la sensualidad se me desvaneció hace rato y no fue culpa mía…

Eboé


I’m in the mood for love, pero los demás están desde tiempo atrás tan lejos. Las músicas me vuelven a ellos. Sólo en la música hay esos caprichos de falta de tiempo. Good evening ma’am, how may I help you, el pan está servido y voy en busca del vino, no se preocupe señor, su plato espera mientras hablamos. Todos vuelan conmigo, todos se revuelcan en esta masa de simbólica ternura. Sólo puedo pedirles que no paren de volar, de soñar y de estar engañados; no abandonen nunca la estupidez de las máscaras en las mejillas, no se puede volar sin ellas. Yo nací en un pueblo sin arena, con muchas montañas y muy poca alegría, y otros, como yo, vieron allí la luz. Y un día les oí decir por ahí que levantar la copa del vino hace alegre el camino, entonces viví. Conocí la canción, las copas, y todos gritábamos eboé, conscientes de no poder seguir viviendo sin ellas. Y en el cutis me nació un antifaz. No soy del oficio de los grandes Homeros ni mucho menos poeta, no soy hombre de ambisiones de averno, ni insecto de mierdas memorables; no hago parte de club alguno y nadie conoció mi llanto como referencia, pero ante el espectáculo del cuchillo buscando la carne, la Santa Vida Humana, algo de mí tendrá que salir: ¡eboé!…

Cenizas de Barba...


Y su ceniza terminó mezclada con colillas de cigarrillos y tapas de cerveza o de aguardiente. Dicen que se les cayó la cerámica. A penas les llegaba el tarrito frío con las cenizas adentro y había que celebrar. Una gran ceremonia porque por fin el poeta regresaba al pueblo. Celebrar por ellos que mantenían ganas de venderse al mundo por una cáscara de naranja, y no por él, que nunca le importó. Pero ahora era impotente. Sólo quedaba su nombre falso, tres volúmenes con versos memorables y un puñado de cenizas. Había llegado el momento. Todos celebraban porque Barba Jacob regresaba a su casa, el hijo pródigo. Por fin. Las cenizas en la mesa, todos celebraban. Uno de los que estaba en la fiesta se volcó a la metafísica. Acercarse al frasco, pensar en un devenir perdido e infinitamente americano, acordarse de algún verso que le quedaba de la escuela, nada. Cogió el frasco para estar un poco más cerca del poeta. Pero había tomado lo suficiente como para no poder sostener nada en la mano. La cerámica en el suelo, los trozos a los pies de los borrachos. El poeta se confundía ahora como una mala idea en un sermón de misa entre cigarrillos y pantano reseco. Muchos se preguntan dónde yace lo que queda de Barba. En el recinto del Consejo de Santa Rosa, les dicen. Y van a mirarlo con esa solemnidad idiota de los acartonados. Se llenan de grandes palabras ante la pequeña urnita, evocando la imagen del poeta. Haciendo responsos cultamente dolorosos por un puñado de cenizas de cigarrillo y pantano endurecido.

Más o menos nada...

Pudo haberme visitado la Inspiración, yo buscando excusas para que viniera, y siguió de largo pensando en quién sabe qué. No le gustaría el color de la pared. Habrá que seguir tentándola para que un día se decida y me deje hacer algo, por fin.

Esto es carne de otra milonga. No está mal para empezar. Para decir algo. Lo voy a decir, lo poco que me acuerdo. En el momento pensás que es la última gran idea de la humanidad, o la única línea digna de ser dicha. Entonces agarrás el lápiz, te sentás a decirlo o encontrás un teclado y no hay nada, sin haber procrastinado. Algún tipo de condena al hombre solitario. También querer dejarlo a un lado porque no sos capaz. Siempre es más fácil pensarlo en la comodidad de nada y echarte a reír. Siempre es más fácil el aguardiente que esta introversión absurda de no llegar a ningún lado, acumulando líneas para nada, ni sentirte mejor, ni construir altares donde se arrodillarán otros a alabarte, ni un poquito de satisfacción...
—La niña se fue para otro lado, algo que ver con el estudio, creo. Y a ese muchacho no se le veía sino leyendo, sí señor…
—Para creer las cosas de estos, ah… No es sino dar las iniciales y ya dizque volando, comprando la felicidad a cuotas.
—Pero algún motivo tendría él para no olvidarla. Eso da qué pensar. Cualquier guiño lo encedió, y a lo mejor estaba seco, con lo fácil que se hace combustión.
—¿Entonces el sol tuvo la culpa? El problema es los dos juntos. El fuego a uno solo lo calienta, pero a dos los calcina, si no se cuidan…
—No, no creo. Esa llama como que nació ya muerta. Sólo sirvió para poder imaginarse cosas. Ni siquiera para cartas, todas terminaban en su boca.
—Qué lástima…
—Quién sabe, se cruzan por ahí y hasta terminan mal.
—Pero, nada que haya empezado con café podría terminar mal.
—No se te olvide el fuego…
—Cuál fuego… Si hay que tenerle miedo a algo es a las serpientes en el cuerpo. Se sienten deslizarse bajo la manga de la camisa, con esas escamas babosas… Pero es porque las sienten que se permiten seguir adelante…
—Los tiempos ya no son los mismos…

lunes, 31 de agosto de 2009

Algo sobre las noches, el vino, lo que esto enreda...



No me podía ir a la cama sin decir nada. La verdad es que sí puedo y estas cosas las hago para ennoblecerme un poco. Decir algo… La ves salir por esa puerta dejando un mundo de posibilidades al veneno de esta imaginación biliosa. A dañarse por dentro… Es lo que quería. Por respetar las decisiones de los demás, ahora montamos sonrisas prefabricadas para no molestar a nadie. Yo respeto la sinceridad que me dio en un billete. Es eso lo que me molesta, volver a lo mismo: y yo pregonando la honorabilidad del dolor… Pero no cuando estás con él encima, sin poder hacer nada, temblado de frío o de rabia, o por el alcohol. Otra vez esta inclinación natural a la tristeza.

Hay que perseguir los buenos olores. Yo no soy nadie para decirlo así, sin guantes, —como Julio—, pero tampoco lo puedo evitar. Es mi vergüenza ser proclive a esta hipersensibilidad, a los tentáculos ineptos de ese aliento. Que sea esto, ¡otra vez!, una excusa para inundar esta soledad sin color de letras, de cansancio y de efluvios de alcohol, por todos lados. No quiero ver nada, ni oír, ni saberla en ningún lado haciendo lo que tiene que hacer, no me da la gana. No busco quien me dé cátedra del llanto. Dicen que eso es estar vivo. Pero quién quiere ese discurrir de sangre empantanada. ¿Quién? ¿Para qué? ¿Quién es el trágico infinito, el infinito güevón? Si no cambiás y mirás que la vida está siempre afuera y no vas a buscarla, se te va a morir el alma en estos papeles, todo un deleite para los demás.

No vas a sacar ni el más mínimo deleite de haber estado vivo. Respetar a los otros, sus decisiones y ojalá su mueca sea siempre una sonrisa, qué va… ¿Quién te va a respetar a vos? No le importás a nadie aunque muestren interés por lo que escribiste en esa servilleta. Todos mantienen los ojos puestos en su propio pulso, no más. Y tienen razón en ser así porque anoche ese violín sonó sólo para mí, y que se acabe esto, no me quitan el violín a las cuatro de la mañana ni ella, ni este amor gris, ni nada. Una puta noche es todo lo que tengo para defenderme, ni siquiera la hora de estudio o el gol de Eto’o esta mañana. Todo eso se puede corromper llevándome invariablemente al recuerdo. Pero la noche pasada, un poquito sucia y fría y heterodoxa, pero personal y humana, muy humana. Yo me quedo con eso, los demás que conserven su sinceridad de guillotina. Les doy todo eso, incluso a la mujer que j’hais autant que je l’aime. Me queda el violín hasta que lo olvide, ya que tenerla cerca lo predispone la suerte de un mejor aroma.

Me podría ir a la cama... A debatirme en una tensión amarga sobre las posibilidad: carnes trémulas... Eso siempre y cuando lo quiera. Mas, si he de recordar para poblar este lujo de desierto, por qué no acercar la lucidez de humo de anoche. Entre tanta sordidez, esa hermandad suave, espontánea, ebria hasta los cordones. Cómo no querer que sean éstos los que me llenen la cabeza de ruidos. Las guitarras con sueño, las exposiciones trasnochadas de todo tipo de problemas, el cariño hacia los que ni sospechas. Lo de anoche, eso está muy cerca de parecerse a la vida. Cuántos niños afuera, niños austeros con identidad en la billetera, tomándose el Leteo a sorbos. Cómo no rendirse a la seducción y dejar de mirar tanto para atrás. Esas hacen valederas noches como ésta, le da color a este hastío sin aderezos, sin sensualidad alguna, una obra maestra de la estupidez. Si no fuera porque en cualquier momento me ven sentado ahí otra vez, para qué seguir empecinado en esta fricción contra todas las paredes del mundo…

Agosto 29, 2009
Santa Rosa de Osos

El insomnio es miedo a que te vean despierto...


El insomnio es miedo a que te vean despierto. Un recuento desprevenido de lo que no has hecho. Una veta de luz a través de los bordes de la puerta. Imágenes a olvidar. Pasos afuera de la casa. Mensajes a la mujer que devorás dormido. Masturbación. El insomnio es una forma de matar al que no te deja dormir. Es un sueño mucho más pesado porque es real, y mañana todo seguirá siendo lo mismo, incluso peor. Son cosas de no entender. Insomnio son los papeles que se caen del borde de la cama. La muerte progresiva de tus uñas. Paseos trastabillados al baño. Ojos irritados. Dolor de correa. A esta hora hasta los santos duermen. Sólo los perros siguen siendo perros. El insomnio es una cita amarilla de la novela que no has podido terminar. Es un muy mal dibujo. Es el miedo a que te sorprendan con un lápiz en la mano a las primeras horas de luz. Está fuera de la naturaleza del hombre los lápices en la aurora. Es un mensaje a la mujer: miraba mis uñas y me acordé de vos... Es una cachetada de clavos. Es un sueño al revés. El insomnio es un adiós sin luz, una caricia del suicidio amaneciendo.

miércoles, 26 de agosto de 2009

Quizás todo eso fuera una simple justificación.
Pero yo no tendría por qué sentirme tan triste, es cierto.
Es cuestión de ser consecuente o con la sangre, o con la vida,
como lo quieran llamar.

A mí no me da lo mismo:
No es seguir el camino menos tomado, o viceversa…
No es quedarse quieto y dejar de mover la cabeza
porque buscás y no la ves por ningún lado —no está.

Yo no quiero un camino en el que no pueda andar...

lunes, 17 de agosto de 2009

Plaf, o Recordar es volver a caerse...


Le quería decir antes de verla salir corriendo:

Escribir, dicen, es organizar lo caótico hablado. Pero escribirte no tiene por qué ser ordenado, no debe… Por ejemplo cuando pienso en vos, eso es llenarse de excusas, de palabras, de ojos y uñas —¿y si digo de sueños? Un montón de cosas, como la vida. Y ése debe ser el encanto, porque mirá como suena Caetano al fondo, a mí me toca escribir en esta cama sucia, afuera se retuercen a gritos, como siempre; las campanas bel-bel-bel —vos las estás escuchando… Ves cómo todo es simultáneo, a la vez, promiscuo, y el orden dónde quedó, tomándose un tintico mientras pasan las fiestas. El orden no es conmigo cuando tengo tu cara al frente, afectada, con los ojos bien abiertos porque dije algo que de alguna forma te gustó, de seguir preguntando, sin querer respuestas, qué es oler a siempre, me gusta tanto eso, suena como a Eternidad, la menos triste de todas, la que también te incluye. La que dice que olés a… olés… a café, a café con un palito de plástico en la boca, y a… verde y azul. Esto es difícil. Olés a Niebla, y a Attilio, qué lindo Attilio, y se la encontraba en todos lados: ¿usted aquí en Bagdad?, pero qué coincidencia… Olés tanto a esa película. Y a Raul Paz, a piedritas mojadas, a Medellín con vos, a Medellín sin vos, a todos los lugares sin vos. Sabés, olías a mí después de abrazarte tanto… olíamos a siempre siempre… ¡Siempre!

Era eso…

miércoles, 5 de agosto de 2009

Con Pessoa..

Quiero empeñarme en una serie de reflexiones sobre la figura de un poeta. Tras haber leído uno de sus textos, no sé qué pasó, creo que me dio la gana de empezar a formular preguntas y decir al aire lo que pensaba mientras estaba ahí. Lo digo porque sé que nadie lo leerá, si no, como dice Julio, escribiría cosas importantes. Entonces, a lo que pueda llegar pensando en la misma cosa la comparto aquí, un poco como terapia de autocomplacencia, o no...


Con Pessoa...

Es tan fácil decir tonterías… Cuando quieres ser serio y prufundo, dejando por sentando lo trascendental. Mirás cómo se ve tu figura en el vidrio del cuadro de la pared al frente, y estás solo. Querés decir cosas importantes para obviarte un poco. Tenía pensado hablar de Pessoa, de las cosas que dijo. Y no sé cómo. Estar solo te distrae, en cada movimiento ves una posible compañía, Qué diría ella… Hablo un poco sobre Álvaro de Campos: no hace mucho me acercaron a una antología recién editada de la poesía de Pessoa. Pensás que ya te has asombrado lo suficiente…

Si es poesía, terminás invariablemente callado. Sólo habla el café. Buscás la forma de decirlo —sin ni siquiera saber qué decir. No sabés… Parece que es indispensable ser el mismo que lo escribe para poder comentarlo, y no el que desde tan lejos se tiene con las manos para pensar en algo. Para poder aceptar que tampoco es silencio… Cuando te tapan la boca, cuántos gritos se oyen adentro, no dejan de bramar. Ludwing se quejaba de Dios que insistía en decirle cosas al oído; ¡no es silencio! Estoy muy lejos de la condición del poeta: mi soledad no puede ser tan sublime… los demás no pueden ser tan abyectos…

jueves, 9 de julio de 2009

Una boca se cayó del libro...

En busca de un epígrafe digno de no decir nada.


Pero estás tan lejos de Ligeia, no porque tus ojos no sean tan hondos e inciertos y redondos, sino porque aun teniéndote al frente, gritándome, no será lo mismo que cuando Poe, lamentando la muerte de su querida, se ponía a escribir. Estamos tan lejos de poder hacer algo así. Sin embrago es tan parecido.

Yo no lloro por no saber dónde estás. No lloro, pero me enternezco, me dejo seducir por la sorpresa de tu foto en las páginas de mi libro. Hay tiempo para decir que toda esta parafernalia de erudición y seudo-cultura se puede ir a la mierda. Pero se cuelan en esos intersticios vetas de distracción pa’ volverte más humano. Los libros guardan mucho del hombre.

Te pedí la fotografía porque imaginaba que en algún momento me reclamaría un token de tu presencia, como quien dice el haberte conocido. Si caminamos esas calles enredándonos un poquito cada vez más, creíamos, por qué pasaría esto como todo y en la memoria no habría sino nombres de calles, restaurantes, misas los domingos. La guardé en un libro esperando encontrármela luego con el valor agregado del polvo, los kilómetros, el azar…

¿Para qué sirve la gente si no es para quitarte los ojos del reloj y llevarte a sitios donde las flores no son lo que siempre son y pasearte por callejones cerrados para alcanzar un último café? Para decirme que con vos las calles de Boston no son tan frías, ni secas, ni ajenas, ni amorfas como siempre lo son.

Yo sé que somos necios y olvidamos. Una fotografía era mi excusa, mi as bajo la manga. Y aunque recuerdes todo, incluso la madera quebrada de las banquitas en el parque, de qué sirve eso si ya no sos el mismo y ahora los pelitos se paran con palabras que ayer ni entendías. Que el pasado, esa paleta de colores con la que hoy te vas pintando…

Si miro de nuevo tu cara y pienso y me detengo otra vez, no creo salir con nada que antes no te haya dicho. Mi Ligeia son dos mejillas que puedo contar en medio párrafo, dejándome el resto para mí exclusivamente. Me queda la tarea, el regresar más a menudo a inquietarme. Tengo un pedazo del mundo en mi libro esperando a que llegue a esa página.

martes, 7 de julio de 2009

Maelstrom

Dicen que el mundo es una urdimbre que la Historia teje mientras bosteza en su
mecedora gris.


También dicen que todo es aire. Pensaba en cosas, en amores, en sonidos. Estás sentado en la camita de castaño barnizado con colchas de color azul y flores naranja, sosteniendo a Ovidio o a Defoe o a Fitzgerald. Afuera llueve y la señora corre de cera en cera para no mojarse tanto y todo está untado de noche. Pensás en eso que te dicen los libros porque saben, pero taladra igual lo duro y frío de la portada, la señora que quién sabe a dónde va. Todo es el tren... No lo podés evitar y a los dioses das gracias que no lo podés evitar. Es un mestizaje hermoso. Una orgía anacrónica y sazonada y única. Propia. Steinbeck es el primer hombre, lo despeina Zéfiro o Bóreas y sigue sentado bajo las hojas del anchuroso árbol de Júpiter. Son inevitables las imágenes. Son los dioses raros, los pinceles de otros que no conozco y hablan de esos dioses raros, epígrafes que me harán alguien, la lana de la colchita azul… Por ser natural lo respeto. Y es una gran habilidad del hombre. Habrá quien insista en amarrar a los enanos andariegos porque distraen. Para llegar a algún lado es preciso concentrarse. Pero hoy día para qué llegar. Es una pérdida de tiempo que asumimos al apuntar al cielo. Y si queremos permanecer aquí, habrá que adularlos con sacrificios. Algunos tendrán que concentrarse, alcanzar el éxito y trasmitir. Otros se quedarán al cuidado del sueño y al calor de los enanos. El thou mayest rule over es una cuestión de vocación y de lluvia, y no se puede decidir. Ser carne de otros cuentos…

viernes, 19 de junio de 2009

De guiños que no puedo evitar

Uno nunca sabe cómo empezar. Debería saludar o hacerme una intro, pero es muy formal e incómodo, o simplemente decir que vengo a quitarte el tiempo o adornártelo, según el computador donde lo abrás. Pero qué va, también se complica mucho uno la vida con estas prevenciones, como si por escribirte me fueras a dar un premio. Así son algunos. Sólo vengo a hablar un rato contigo, a abrirle una ventana a esta pared. No sé cómo será para vos, pero a veces me pasa que uno sigue derecho no porque quiera, si no porque no tiene donde parar, como si fuéramos razas raras y no se pudiera hablar. Yo, como soy tímido, me guardo las galletas para cuando estoy solo, y eso está mal. Por eso hay que relajarse, sacudirse un poco toda esa maraña que se gana estando en la Academia o dando vueltas por una ciudad pequeña y abrirse, saludar de beso a la que no conocés, eso no te va a quitar mucho y el ataúd igual va a llegar y va a seguir siendo de la misma madera. Por eso no me preocupa estar escribiéndote a ti, cronopia pequeñita, que algo entiende de esos juegos, de torcerle el codo a la tradición para que el café termine sabiendo mejor. Y si me equivoco, ya está; no hay nada que hacer.

Justificado. Venía diciendo algo de abrir ventanas, de abrir huequitos para que la luz entre y los buenos días sean realmente buenos. Yo sé que no sos devota de Enrique, pero hay que admitir que en algo acertó cuando dice que hay muy poca gente. Y ni siquiera hablo de amigos, sin haberlos reciclado. Hay muy poquitas personas que te pueden dejar mejor de lo que te encontraron. Los más, pasan desapercibidos sin sospechar las alegrías, los días nublados de adentro. Entonces hay muy poca gente, y la vida tampoco puede ser un guardarse-todo-por-siempre porque los otros no entiende o no les da la gana de entender: las películas son más bellas cuando las miradas se encuentran en la luz de una frase bonita, o cuando se rozan los codos porque esa toma —ésa y no otra— los sacudió a los dos al mismo tiempo. Hay que empezar a abrir esas ventanas…

Por eso mantengo con especial cariño algunas personas que conocí en las charlas de los que se enamoraban de la tarde. Porque, hay que admitirlo, le daban al día más de lo que un libro podía hacer, sin contar con el abrazo, y yo no necesitaba más luz. Pero uno se deja contaminar de esos vicios, esos diablos camanduleros de la tradición, y así se impide llamar, ir directo al abrazo, prefiere a veces quedarse callado, o simplemente borra todos los mensajes sin antes haberlos enviado. Toca decir: es uno mismo, soy yo mismo, quien le pone cortinas a las ventanas y luego me quejo, preguntado a todo el mundo qué hicieron con la luz. Es una lástima, porque si no se acaba con esto, cuántas manos se van a dejar de encontrar, cuánta alegría no nos va a atropellar y va a tocar seguir pidiendo la misma cerveza, a veces con la misma desgana…

miércoles, 17 de junio de 2009


Quería algo que me hiciera ver mejor las cosas. Pensé en una casa, esas metáforas que no representan peligro para nadie. Una caja donde el hecho de mirar no tuviera que ser esa obstinación de agujas en los ojos. Un otra-cosa, un bel morir… Los que imaginan, todos tienen que hacerlo. Me di cuenta de que era mi obligación cuando no vi poesía en la ciudad —suposiciones para creer que es cierto. No había poesía y mi ciudad no era sino una escusa para volver las paredes más gruesas y, ¡todos lo saben!, infranqueables. Dormimos tras muros de cemento para no saber que afuera Marie cruza la calle, un poco sola, y para estar seguros de que no podrá entrar. Damos cantidades para que nos alejen, nos oculten, nos mantengan en una inmunidad insipiente; si nos sentimos solitarios, que nadie se queje. Estos ruidos comenzaban a inquietarme. No sé todavía a qué me refería entonces cuando quería el cambio, decía crear algo. La semiología no podía ayudarme porque no estaba enfermo. Quería saber por qué las cosas… ¿De quién es el problema? Ninguna manifestación del hombre puede curar el mal del mundo, de eso hay que estar seguros. Y lamentarse es tan fácil como criar musgo en la cara. Yo no sabía qué hacer y aun así sentía que algo no andaba bien, cierto… Omen me disponía con cautela, como los ojos de Gautama a la vejez, la enfermedad y la muerte. La lucidez viene con los años, dicen, y todos corren hacia ella tropezándose, atropellados. Yo permanezco sentado aquí. No creo que vaya a alcanzarla pronto; me hace feliz. Igual, de algún modo va llegando y uno aprende a ver cómo lo es todo. Hay que salir con algo, me repetía, con que poder seguir: una excusa de azúcar, un poco más de delirio, literatura, copitas despicadas… Nunca leí a Proust, pero su bigote ya me decía mucho. A través del arte podría el hombre recuperar el tiempo perdido, ¿qué tal? Y sigue siendo inútil todo esto, interrumpía Wilde, porque quién puede afirmar cuál es el uso del tiempo ya perdido. Mientras discutían, yo sabía que ése era mi material. Si con un cuadro de Turner, una suite, un plantío de brevos el hombre podía regresar y amarrarse al sueño de los buenos y limitados años de ayer, y quedarse… Que no me tapen las manos más la cara: que se haga mi casa de eso con que se levantan suspiros en un salón del Louvre ante un Van Gogh. Sólo así se puede empeñar en seguir con esto. Hay que recordar que ser vulnerable es un privilegio y nunca una tara. Combatirlo sería todo un atropello contra la razón y la ternura.

Personajes I


El problema del hombre es que tiene que comer. Esto lo saca del juego y el ocio, su naturaleza. Hay que producir. No hay trabajo en ningún lado. No sé hacer muchas cosas. El hombre busca qué hacer. Se para en una esquina con un tarro lleno de agua y jabón. A lanzar burbujitas al aire. Tocará antojar a los niños que son los únicos que todavía dicen lo que quieren. Si se muestra, se puede vender. A lo mejor una señora discreta se acercará sin hacer mucho ruido para llevarle algo a su hijo que no ve hace varios días. Con esto se contentará, tengo tantas cosas que hacer. No debe ganar mucho. Toda la mañana en el mismo sitio. Las burbujas salen del tubo al soplar. Fuera del mundo, absorto, en otro lugar lejos de los taxis que esperan impacientes la luz verde. Sopla casi sin soplar, sólo por mirar las burbujas irse, estallarse en el aire. Algunas mueren antes de dejar su boca. Hay que comer, y los hijos esperan. No tengo más que agua y jabón. Por lo menos estoy limpio. El único consuelo entre la bulla, la indolencia plácida de todos, parece ser las burbujitas que se alejan. Lo único que resta es jugar.


martes, 16 de junio de 2009

El mundo vive afuera y yo no salgo de la cáscara donde me cocino en esta tensión ingenua sobre una fotografía.



Que el mundo se pueda abarcar en una mirada amplia, como en un abrazo —que yo pudiera, y así no tendría que mirar con tanta sospecha a estas novelas misántropas. Pero… no, no puedo ver el mundo con ojos prestados, no quiero. Porque estás en el café de siempre, probándote las palabras de los otros. Las conversaciones se te pegan a los dedos de la mano, las redes en los campos de fútbol, a lo mejor el viento y sí, todo es simultáneo y espontáneo, son los niños y el baile sensual de pasiones en las jovencitas de máscara. El mundo vive afuera y yo no salgo de la cáscara donde me cocino en esta tensión ingenua sobre una fotografía. No creo deba salir de aquí, entonces el resto del todo al que todavía pertenezco puede y tiene que seguir sin mí por un momento. Abdico de mi derecho. Estoy reservado a la poquita luz de la figura, a los gestos arrugados de algodón. Me quedaría sin problema en esta religión tranquila...

No está mal, porque los aviones siguen arriba, igual los ascensores y los hombres. Todos sin agitarse porque saben, deberían saberlo, que en algún momento tengo que despertar y sacudirme los restos de la hierba seca del sueño. Los voy a mirar, ellos saben, vuelvo a la sucesión gastada de todas las miradas, todos los días, después de vacilar un poco. A hendir de nuevo las calles queriendo entenderlas y contarlas, olvidando luego las ganas y resbalando en una suave duermevela de impotencia dulce y progresiva. Todo está bien por ahora: habré vuelto a ser hombre y la foto, otra vez fotografía…

lunes, 15 de junio de 2009

Paso el tiempo en una librería del centro. Leía la otra vez en la contraportada de un libro que no podía comprar, que el mérito de aquel escritor era haber sabido describir su vacío. Debió haber sido en realidad un genio para sí y el resto del mundo. Cómo narrar el vacío… Me resbalo en un suelo enjabonado y no tengo donde agarrarme. Se van cerrando las cosas, se van perdiendo los nombres y el rosado de El tragasables ya no es tan eléctrico ni tan rosado. Las luces brillan por inercia. El mundo es la novela de un pésimo escritor...

martes, 9 de junio de 2009


"But I’m dead already, everybody knows that."
—Obleur, and the lead sun was dying

"Elle saviat Madame Bérenge que tous les chagrins viennent dans les letres."
—Céline


Más tarde leía a Steinbeck y me conmovía. Que los libros son inútiles, sea, pero que hacen la vida por lo menos un poco más interesante, poniéndonos dulces en las manos, eso no se puede contrariar. Yo creo que Cortázar sintió algo parecido:

«Pienso en esos estados excepcionales en que por un instante se adivinan las hojas y las lámparas invisibles, se las siente en un aire que está fuera del espacio. Es muy simple, toda exaltación o depresión me empuja a un estado propicio a
lo llamaré paravisiones
es decir (lo malo es eso, decirlo)
una aptitud instantánea para salirme, para de pronto desde fuera aprehenderme, o de dentro pero en otro plano
como si yo fuera alguien que me está mirando
(mejor todavía —porque en realidad no me veo—: como alguien que me está viviendo).
No dura nada, dos pasos en la calle, el tiempo de respirar profundamente (a veces el despertarse dura un poco más, pero entonces es fabuloso)»,

o algo así. En Steinbeck —no hay que acercarse a ellos como quien está con, sino en— Charles le escribe a Adam perdidos ambos en el tiempo. Una salida visceral, necesaria. Esa carta la tuve que haber escrito yo. No podía evitar sentirse vivo. Sólo así puede uno saber qué es ese juego del que todos hablan y sólo tres o cuatro conocen. Hay que preguntarse de vez en cuando, ¿no?

Esa carta…

Ayer recibí la visita de alguien. Recibir no es precisamente la palabra, mucho menos visita, pero cómo decirlo. Alguien llegó a mi casa, anoche... Me dejó inquieto. Hay presencias que te hacen bien, lo sentís en alguna parte del cuerpo, los dedos se sueltan o las comisuras no dejan de temblar. Porque hablás y te escuchan, y la música de adentro y afuera suenan al unísono y sin problema, cosas tan raras. Presencias más bellas mientras más lejanas e inconexas e inesperadas; tout de suite! Le queda tiempo a uno para condimentarlas, aderezarlas y comérselas en nombre no solamente del hambre, sino de la sensualidad que da no habérselo esperado. Y entonces te llenás, su cara sigue siendo tan bonita, y pensás que ya es tiempo de dormir y ella se tiene que ir. Mañana no estará, sos consciente de que no hay tiempo pa’ nostalgias; mañana mañana…

No me puedo disculpar por divagar. Alguna cosa me quedó de leer Salinger a destiempo. Hay que decirlo. Esa carta sigue sonando. Charles ni siquiera era elocuente, pero escribía y se le salía el mundo de las manos, literalmente, y la censura se le evaporaba en el sudor, en las lágrimas… Esa carta, Jay… Uno se queda callado muchas veces. Se tapa mucho la boca. A lo mejor eso nos diferencia de los de ayer. El pedacito de tela que nos fuerza el silencio no sólo rezuma aire, sino chismes y quejas y tonterías. Cuando se viene el tiempo del mundo al revés nos sentamos a silbar bajito o a organizar rendez-vous de nada para nada, el mayor grado de inmoralidad que alcanzamos los necios. Le empiezan a crecer membranas al cuerpo. Sí ves entonces, llega el azar y te pone gentes en la puerta de tu casa. Te desvelan con historias nuevas y esas ropitas tan puerilmente maduras; de repente volvés a hablar. A veces no es sino lanzarse o…

lunes, 25 de mayo de 2009

El punto es que la noche…



Ya no sé si tendrías razón. Quiero pensar que sí, pero a veces la noche está para uno solo y las cosas se van al suelo. Cuando me lo decías allí, todo parecía tener tanto sentido. El café, a lo mejor. Lo difícil que es todo y la salecita de la condición humana, eso lo sabíamos. Pero hablaste del juego, y vi tu forma de andar... Cruzar la vida saltando, en un solo pie, de para atrás, con los ojos cerrados, medio abiertos, descalzo. Me habían enseñado otra cosa. Todo tan serio, tan opaco, llenando de cartones las salitas de estar, los cafés de pueblo. Había que cambiar un poco todo eso, no con luchas de Guevara, ni demostraciones de irrefutable ciencia, eso no era lo tuyo. Un poco menos de azúcar hoy en el café. Cambiar de acera y mirar al otro lado de la calle para saber qué te hubiera pasado si siguieras ahí. Me divertías tanto, yo no era capaz. Prefería irme a la casa después de clase si en el bar no había suficiente luz, o al contrario.

Ahora no sé si tenías razón. Todas tus golosas a destiempo no se sostienen solas. ¿Dónde va la irreverencia? La vida se recobra y vuelve a ser la misma mierda, los libros no son más que libros, ¡y tantos! No quería llegar a esto. Si te veo mover las manos mientras lo explicás, quizá así podría estar seguro de creerlo, de mantenerlo siempre como cierto. Y estar convencido de que el aguardiente hace mucho más amable al mundo. Eso todavía lo creo. Pero el resto... No es fácil creer sin evidencia, o al menos un poquito de fe. No teníamos sino la mesita y los mil pesos para el café. No más que el tiempo para encontrarnos. Si te convencen de que Dios es él mientras lo puedas merecer, te empujan fuera del altar. Y afuera siempre está frío.

Si me quedaran al menos las palabras. No me acuerdo sino del bucito que tenías puesto. Y la diadema. Siempre el empeño en aprender a guardar tesoros. Sólo se esfuerza el que conoce el cansancio. Nada de eso me consuela, y es lo que quiero. Uno termina recordando escenas tontas que nada tienen que ver, da un poquito de risa. Se ríen porque así se hace. Lo triste. La película de Kar Wai y qué hijueputa cosa tan seria. Estar siempre tan solos. ¿Me tengo que acordar de esto ahora, precisamente…? Sí ves por qué te digo que dudo que tuvieras razón. En esta pieza tus palabras son menos que nada, ni recuerdos. ¿Por qué no me alegra el helado de la tarde y tus buenas noticias? Cuando más me afectarían… Putos puntos suspensivos que no son silencio… No te estoy diciendo nada. Te va a tocar enseñarme algo más que cartas de naipe y arbolitos al lado del camino. Hay que aprender a vivir. Eso también nos serviría.