“Este azul sobre el cual se desarrolla la incesante fantasmagoría de las nubes y que nos parece tan profundo, no es más que un tenue velo, extendido para engañar a nuestros ojos y ocultarnos las negruras que se oculta tras ellos.” —Pierre Loti
Digamos que otros lo saben mejor que yo. Pero el color azul me gusta porque me gusta. Claro que hay un factor psicológico involucrado, nada sé de eso. Los entendidos del tema comentarán. Mas lo que me gusta, eso siempre lo he sabido. En inglés, por ejemplo, el azul es sinónimo de tristeza y melancolía. ¿Cómo no gustarme eso? Una de las acepciones de esta palabra es estar deprimido, “low in spirits”. De ahí que las cosas se vuelvan azules: en inglés se puede uno azular. Según este criterio, para los angloparlantes, la tristeza es azul, incluso honda, donde el espíritu va a dar cuando las cosas no andan bien. Sin embargo, no creo que sea exclusivo del inglés el haberle visto lágrimas al azul. Con temor a equivocarme, y precisamente por eso, me arriesgo a decir que la saudade del portugués es motivadamente azul. Comparten esta condición. Por otro lado, Picasso, a sus veinte años, aprendía a expresar su dolor en azul. Tampoco tuvo que buscar en diccionarios lo que este color representaba, fue un acto de reacción a su tristeza.
Una mirada rápida al blues nos podría dar una idea de por qué en el inglés se oscurece tanto el azul. A parte de su gran contenido erótico, quien haya escuchado el género no podrá dejar de sentir el dolor que corre en la música. El término the blues viene de Blue devils: la melancolía y la tristeza, dos diablos azules. Las primeras canciones que conocemos del blues ya tenían una idea clara de lo qué estaban hablando. “Memphis blues”, de W.C. Handy, habla de un sonido melancólico, de un estribillo hechizador, de una dulce canción adolorida. El poder de esta música radica en su erotismo. Y esta condición nos llevará eventualmente a la tristeza. Una cama sucia y sin tender busca apaciguarnos evocando la euforia de la noche anterior. Hoy sólo queda el vacío después del goce. La canción tiene la tarea de alejar esa melancolía mientras dure la música. Es un escape que recuerda la sensualidad perdida y recuperable. Vale la pena dejarse azular los seis minutos que dura “Empty bed blues”.
Pero la azulidad no es un fenómeno exclusivamente lingüístico, o literario, o musical, pertenece a la condición humana. Los pueblos marineros, gracias a su geografía, se vuelven también azules. Son azulmente privilegiados. Así ocurre en el caso de Portugal. Pasar largas temporadas en el mar nos hace amar la tierra. Sentirse así tiene nombre propio: ellos se sintieron saudosos, sufrieron saudade de sus mujeres, de sus hogares. Hemos tratado de definir en español esta palabra como nostalgia o añoranza, son meras aproximaciones. Pero no es suficiente. La saudade tiene un elemento plus y es el mar. Imaginémoslos: ha meses no ve a su familia, la extraña, experimenta deseos intensos de tenerla cerca. Digamos que la imposibilidad de realizar ese deseo le causa dolor. Y sigue navegando. Sólo queda el mar y hay que distraerse. Que no pese tanto el tiempo. El mar azul fue siempre un triste consuelo.
No muy lejos de allí, en tierras españolas, Picasso perdía a su mejor amigo. Quiso dedicarle algo y sabía pintar. Entonces le hizo un cuadro. Pero la paleta se redujo. El lienzo se mostró monocromático y lóbrego. No, no era pobreza técnica. Lo que quería decir sólo se podía decir así. Entonces crear una obra artística genuina era ser consciente al extremo de uno mismo y que le duela. “Empecé a pintar en azul cuando me di cuenta de que Casagemas había muerto”. Picasso creó una voz basándose en el dolor de la muerte, lo que se conocería como su Época Azul. Y con los seres que identificó más muertos, más míseros, construyó su próximo arte. Azul. Hasta que, ejerciendo su derecho a la necedad, como dice Erasmo, supo olvidar y sus obras se volvieron rosa. Luego cúbicas, luego estrías, luego humanas.
Claro que hay muchas otras miradas al color azul. Tantas como ojos mirando. En la tradición judeocristiana, por ejemplo, lo vieron como pureza, virginidad y de ahí el color de la mujer María. Pero, como por un azar extraño, vuelve otra vez a lo lúgubre. Para algunos poetas, seres de altísima sensibilidad, este azul era un insulto a su forma de vivir. Por eso Mallarmé le pedía a las nubes que cubrieran el cielo. Y a las chimeneas. Pero, y esto es una gran condena sobre el poeta, siempre triunfa el azur. Barba-Jacob, por otro lado, titula uno de sus poemas “Canción de un azul imposible”. Recuerda que hace muchos años vivió momentos queridos, era un tiempo ingenuo, pueril y perdido. Un recuerdo que es idilio, y como idilio, ajeno e igualmente inalcanzable. Volvemos a lo oscuro, al destino triste que parece arrastrar este color.
Decimos, pues, que el color azul, según el inglés, se adjetiva como triste. Saudoso. Sin embargo, en otras lenguas, en otras tierras, otras gentes también lo sintieron así. Podríamos, entonces, concluir parcialmente que la azulidad no es exclusivo del inglés sólo porque consta en su diccionario. Fuera del ámbito anglosajón, el azul también muestra una inclinación llorona, aunque no esté oficialmente registrado. Podría, incluso, arriesgarme a decir que es una asociación natural, como lo hace Picasso en su reacción ante la muerte de su amigo.
Una mirada rápida al blues nos podría dar una idea de por qué en el inglés se oscurece tanto el azul. A parte de su gran contenido erótico, quien haya escuchado el género no podrá dejar de sentir el dolor que corre en la música. El término the blues viene de Blue devils: la melancolía y la tristeza, dos diablos azules. Las primeras canciones que conocemos del blues ya tenían una idea clara de lo qué estaban hablando. “Memphis blues”, de W.C. Handy, habla de un sonido melancólico, de un estribillo hechizador, de una dulce canción adolorida. El poder de esta música radica en su erotismo. Y esta condición nos llevará eventualmente a la tristeza. Una cama sucia y sin tender busca apaciguarnos evocando la euforia de la noche anterior. Hoy sólo queda el vacío después del goce. La canción tiene la tarea de alejar esa melancolía mientras dure la música. Es un escape que recuerda la sensualidad perdida y recuperable. Vale la pena dejarse azular los seis minutos que dura “Empty bed blues”.
Pero la azulidad no es un fenómeno exclusivamente lingüístico, o literario, o musical, pertenece a la condición humana. Los pueblos marineros, gracias a su geografía, se vuelven también azules. Son azulmente privilegiados. Así ocurre en el caso de Portugal. Pasar largas temporadas en el mar nos hace amar la tierra. Sentirse así tiene nombre propio: ellos se sintieron saudosos, sufrieron saudade de sus mujeres, de sus hogares. Hemos tratado de definir en español esta palabra como nostalgia o añoranza, son meras aproximaciones. Pero no es suficiente. La saudade tiene un elemento plus y es el mar. Imaginémoslos: ha meses no ve a su familia, la extraña, experimenta deseos intensos de tenerla cerca. Digamos que la imposibilidad de realizar ese deseo le causa dolor. Y sigue navegando. Sólo queda el mar y hay que distraerse. Que no pese tanto el tiempo. El mar azul fue siempre un triste consuelo.
No muy lejos de allí, en tierras españolas, Picasso perdía a su mejor amigo. Quiso dedicarle algo y sabía pintar. Entonces le hizo un cuadro. Pero la paleta se redujo. El lienzo se mostró monocromático y lóbrego. No, no era pobreza técnica. Lo que quería decir sólo se podía decir así. Entonces crear una obra artística genuina era ser consciente al extremo de uno mismo y que le duela. “Empecé a pintar en azul cuando me di cuenta de que Casagemas había muerto”. Picasso creó una voz basándose en el dolor de la muerte, lo que se conocería como su Época Azul. Y con los seres que identificó más muertos, más míseros, construyó su próximo arte. Azul. Hasta que, ejerciendo su derecho a la necedad, como dice Erasmo, supo olvidar y sus obras se volvieron rosa. Luego cúbicas, luego estrías, luego humanas.
Claro que hay muchas otras miradas al color azul. Tantas como ojos mirando. En la tradición judeocristiana, por ejemplo, lo vieron como pureza, virginidad y de ahí el color de la mujer María. Pero, como por un azar extraño, vuelve otra vez a lo lúgubre. Para algunos poetas, seres de altísima sensibilidad, este azul era un insulto a su forma de vivir. Por eso Mallarmé le pedía a las nubes que cubrieran el cielo. Y a las chimeneas. Pero, y esto es una gran condena sobre el poeta, siempre triunfa el azur. Barba-Jacob, por otro lado, titula uno de sus poemas “Canción de un azul imposible”. Recuerda que hace muchos años vivió momentos queridos, era un tiempo ingenuo, pueril y perdido. Un recuerdo que es idilio, y como idilio, ajeno e igualmente inalcanzable. Volvemos a lo oscuro, al destino triste que parece arrastrar este color.
Decimos, pues, que el color azul, según el inglés, se adjetiva como triste. Saudoso. Sin embargo, en otras lenguas, en otras tierras, otras gentes también lo sintieron así. Podríamos, entonces, concluir parcialmente que la azulidad no es exclusivo del inglés sólo porque consta en su diccionario. Fuera del ámbito anglosajón, el azul también muestra una inclinación llorona, aunque no esté oficialmente registrado. Podría, incluso, arriesgarme a decir que es una asociación natural, como lo hace Picasso en su reacción ante la muerte de su amigo.