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viernes, 30 de octubre de 2015

Vicisitudes de una noche alta y fría



Motivos florales


El colega Esteban lloraba, a dos metros de altura, sentado sobre el bloque derecho de mármol que configura la escultura de Marco Tobón dedicada a Berrío, Pedro, con motivo de Palas.  Al que le duele la muela sabe el dolor.  Luis, el músico, comentaba la fiesta de su casa, la madre prolija y satisfecha y reconocida.  Yo pensaba —al garete— que Marco había sido generoso en esculpir para un pueblo indiferente de la forma.  Cuántos, al ver la cara de Atenea, seguía pensando yo, se preguntarían, de pronto, si Marco se había alimentado mientras le dio cincel al brazo izquierdo entero de la diosa.  O, al sentarse a la placa baja, ante el marco tupido de hojas duras y glaucas, alguno habrá presentido ese cincel… la intención al fondo o detrás dese cincel.  Lo más seguro es que quién sabe.


¿Qué lee Atenea?

Palas sostiene, bajo su mano izquierda, un libro encuadernado, cuyo título…  Debajo está lo que parece un folleto o libreta.  Cuarentaicinco grados verticales, arriba, Pedro Justo Berrío, con paquete parecido, el jurista, el menos importante en esta historia.  ¿Qué leía Atenea bajo asignatura de Marco?  Como no se sabe pero el libro sí está, pensemos general y que sea de carácter astronómico, botánico y poético.  Y ahí nos queda una duda digna de trabajar.  Que lo que está escrito no sea imprenta sino manuscrito y el tema, el mismo de las conversaciones de café de pueblo…  desde hace tres generaciones… en las tardes frías de las tierras altas, anodinas como indoloras.


[Inscripción al envés de la escultura]

Esa noche vimos cine hecho por gente de aquí.  Las calles eran representadas azules, lúgubres sensaciones frías.  Luis y yo seguíamos dándole a las historias añejas de Marco.  El colega Esteban todavía lloraba.  Subimos encima del bloque derecho de Marco.  Dominábamos el parque.  Muy poquita gente pasaba.  Esteban, sobrepuesto y sentimentoso, había llorado por haber regado, par de lustros atrás, estas mismas plantas —y otras más.  Lo suyo era celebración, no lamento nostálgico de un pueblo rumbo al olvido, no.  Como no era, para nos, ese noctívago instante, de camaradería dilatada, en una montaña casi sin nombre… peor aún, sin significado…  Pero festivos, como una cosecha buena… no había lugar para nosotros en las calles desos documentales…  A la Beatífica de nosotros no le faltaba casi nunca cumbia.


Escultura Pedro Justo Berrío


…de Marco Tobón Mejía, la hizo en París y llegó a burro desde que la bajaron del Magdalena, tal vez en Honda.  El tema es el señor Berrío.  Lo importante: la mano de Marco.  Hace 88 años vino de Francia el artista para verla puesta y, ahí casi mismo que la gente dio el pispo bueno, volvió a coger oceános y allá le visitan los turistas tanáticos.  Hoy, Marco, la belleza de tu producción es, también, mobiliario.  Tu arte se ha vuelto útil.  Los niños aventados ensayan malabarismo.  Los adolescente, buscando rincón, descandan, dominando el bulevar de entrada al parque, y sonríen porque adentro saben que tienen todo el tiempo.  Los nocherniegos, también, llegan una vez encendidos, de anís y de noche, al cénit del mármol que tallaste, saludándote a ti y a Palas, a Luis, la noche, el parque, la camaradería de noche, afirmativos y mojados; la Beatífica, la casa: el inacabado afán de medio arrimársele a la belleza.