El punto es que comenten; ustedes saben, queridos: es necesario...

lunes, 30 de noviembre de 2009

(A esa mujer que me encontré dos veces en el Subway. A la que acompañé una noche hasta su casa. A quien le enseñé tres ritmos nuevos. A la que escribí noticas rosas. A la de los besos amarillos. A la que nunca volví a ver…)

—¿Qué hará en sus horas de ocio ahora que vive lejos? Esos sí que eran encuentros. Dicen que no ves la gente hasta que la conoces. Estar justo ahí, en Park Street ese día. Y después, en Arlington… ¿me estará siguiendo?, qué importa. Ya sólo queda decir que fue apareciendo en cada calle y que conste: en las bancas quedó escrito. California, ¿ah?, hasta allá te fuiste... A quién te le estarás apareciendo ahora…

lunes, 23 de noviembre de 2009

La excusa de hoy


«Poder reír, reír, reír descaradamente
reír como un vaso que se derrama,
absolutamente loco sólo porque siento,
absolutamente roto de rozarme con todo,
herido en la boca por morder cosas,
con las uñas sangrantes de agarrarme a las cosas,
y asignadme después el calabozo que queráis, que yo me acordaré de la vida.»
—P.


La excusa de hoy.
Bien pudo haber sido una piedra,
un pedazo de tela.
Pero P. es tan bello
como el resto de las telas y las piedras.
Para decir nada.
Para variar.
Para manchar en orden estas líneas y mentirte luego.
Porque sí.
Porque me da la gana, otra vez...
Porque es tarde y estoy tan despierto
que me duele esta tensión contra la almohada.
Para perfeccionar la estética del error:
el arrepentimiento gráfico.
Quiero hablar de ella, sí,
aunque no lo quiera tanto.
Es parte de reírse y romperse contra el mundo.
Te hablan desde el último cuarto iluminado.
Porque sí.
La noche sin sueño…
Huésped insomne...
Un hombre pequeño con muchos lápices.
Abrió una ventana a fuerza de palabras.
Tenía esto listo hace cinco lustros.
Pero faltaba algo: con qué me iba ella a reconocer…
Entonces…
Entonces…
Pinté las paredes con sus palabras:
"...necesidad de vos."
Yo sé que vendrá.
Luego, que llegue lo que llegue,
el calabozo que queráis...

Retazos...

Me gustó bastante andar en los pasos que quiero estar, aunque a veces no me siento bien con escritura en tercera persona. Ella se va…

Libros, tangos, poesía y vino para no mirar de frente.

A fuerza de no ser capaz de nada, sólo llenaré con retazos esta alcancía.

Mi vida gira en contradicción… Contracorriente y con la vista en horizontes recién pintados, hic et nunc equivocado…

Volví. Es divertido hacer parte del regreso y no haberse quedado, tal vez perdido en un ronquido o en, qué sé yo, una ola de alcohol. Otra vez la silla vacía, la que siempre me tocó a mí. Las caras vuelven a saludarte, a mirarte, a escrutarte y seguís derecho porque en algún pecho tocará perderse hoy. Las aceras y los perros me dan la bienvenida.

Y seguís dormido, de todos modos. Tengo que hacer un esfuerzo por salirme un poco, traicionar el café de la tarde en la cantina de siempre. Todavía estoy enredado en esa tensión de haberme volcado sobre mis pasos de siempre.

Solo, como sólo a veces se puede estar, como la palmera en la tormenta, con poca luz, como no muchos quieren estar...

En medio de la ciudad. Letras sobre vampiros, agua gasificada y canciones que levantan bosques en la piel.

Tus tardecitas en Buenos Aires, ¿cómo son? Suena al fondo, como un lamento sordo, la voz del tango en rezongos y yo aquí todavía solo. Ya sin nada que decirte pero sin querer dejarte, tan poquito tuyo en mi mano, sólo por eso… Buenos Aires, esa ciudad plateada me llama mucho la atención. Si pudiera suspender todo al chasquear los dedos y listo... Pensándolo bien, frotar los dedos con un poquito de fuerza en la fricción no es algo tan difícil. El pulgar liberado se dirige al contacto y no hay compromisos oficiales, se tocan en una caricia sorda y la Academia desaparece con cartones, promesas y créditos; un último frote violento de sangre y sangre: mi Buenos Aires querido, metáfora de encuentros en un ojo hacia adentro bien lejos, Argentina… La ventaja de no pertenecer: tocará cantarle algún día.

A penas cuarenta y cuatro, ya quisera que fueran mil tres; mañana, no sé…

Cuando quiero caminar, sólo quiero que me miren y no digan más que eso, está caminando, y no que estoy loco porque no los miro al pasar.

El perro despierta y sigue buscando comida. No se pregunta por qué…

No, no está bien. Debería estar en otras cosas. Por ejemplo pensando en escribir algo bien escrito. No, eso no me interesa. Hay muchos en eso y a demás todavía soy un niño para eso.

Es clásico, mientras más tenés que hacer, menos ganas te dan de esas cosas. Y ahí están también los recuerdos para que te salven un rato. Ahí estás vos. Hoy, como tengo que hacer todo lo que no quiero, me salvan estos momentos donde hago a mi antojo. Ahí, darte un saludo, por ejemplo. Eso hará bien por ahora…

lunes, 16 de noviembre de 2009

«Felices los que creen sin haber visto.» (Jn. 20, 29)

Me acordé de algo: caminábamos por el pueblo y me quería sentar. Entramos al Berrío. Ya sentados, de repente muy triste, le dije al primo: “para algunos la vida no es más que un no soy capaz”. Yo no soy capaz de muchas cosas, y por eso me ven siempre en el Portal tomando tinto. No piensen por eso que voy allá a sentarme a buscar soluciones. Que me reviento sondeando maneras de salir del embrollo. Nada más ajeno. Voy porque quiero olvidar que no soy capaz. A eso y a tentar al destinto: si me ves con mi libro, mi tinto, a lo mejor te quieras sentar. Ibas para otro lado pero eso ya no importa. Si ves cómo confirmamos lo que decía Julito. Convergencias, aunque en el fondo ellos también vivían buscándose, a pesar de lo que digan...

Andar sin buscarse... Pero cuando no nos encontramos, qué… Vos decís que te burlás de esto porque en la ausencia igual sos feliz, y te creo. A mí no me da hasta allá —y ahí el epígrafe. Porque sé que llegan las ráfagas del hombre, el tiempo del mundo al revés, la enfermedad, los no-soy-capaz, y si no estás… y si no estoy… Nos volvemos dependientes, algo que no entendía bien El principito. Yo tampoco. Cuando no nos encontramos y estamos cansados, no sabés cuánto me tienta la idea de que el mundo me domestique, que me ahoguen esos lazos El hombre elige sus cadenas. Es la única opción que le dan. El resto es tan impuesto como inevitable. La propuesta es… elijámonos. Si nos hace más amables y si en el pueblo sigue haciendo frío, elijámonos. Seamos títeres, audiencia, prestidigitadores. Yo haré el esfuerzo de no mostrarte nunca las cadenas.

domingo, 15 de noviembre de 2009

Dando vueltas a un tema: La censura (Siempre incompleto)

La censura es una institución que siempre ha estado ligada al devenir de la literatura. ¿Por qué? ¿Cómo? Mientras haya alguien que quiera decir algo, habrá siempre alguien más al otro lado que, por alguna razón, no querrá oírlo. Ni querrá que otros lo oigan. Y si está en el poder, no permitirá ni siquiera que lo diga. ¿Qué dijo el que quiere decir algo? ¿Por qué al otro lado no quieren oírlo? Antes de empezar la indagación, no me lo había preguntado, y me inflamaba el hecho de saber a García Lorca fusilado —asesinado. Todavía lo hace. Al retirar unos cuantos velos turbadores, fruto de la investigación, puedo entender mejor el asunto. Escribir ha enviado a miles al exilio. A la muerte. Escribir es una actividad que ofende, dice Coetzee. Y en esta ofensa radica la indignación del otro, el repudio y, en última instancia, si la ofensa es recibida en altas esferas, la censura oficial.

La censura, muéstrese como sea, tiene como antecedente tanto la ofensa como la intolerancia a esa ofensa. Digamos que en Colombia no censuran tanto como matan. Se ahorran llegar hasta allá, es un decir. Partimos del hecho de ser heterogéneos. Colombia, unión abstracta de diez mil diferencias. Sin embargo, cuando alguien se atreve —porque es un acto de valentía— a decir lo que no habían dicho por novedoso, por ignorancia, por peligroso, por lo que sea, se levantan contra él en reprimenda, si no en metralla. Y no creo que sea una inclinación natural a la violencia. Insisto en negarme a esto. Creo, no obstante, que hay una aversión hacia lo diferente —así no sea subversivo— y de esto también se alimenta el censor. Estas actitudes, que no es mi trabajo juzgarlas, son constantes que me interesan y justifican ellas mismas mi elección del tema.

Aficionados que somos a datos curiosos, el caso de Rushdie, que no es tan curioso, me dio más razones para seguir indagando. Es sencillo: ¿qué es un libro para que un Estado, una cultura, una religión enfilen sus armas hacia su autor? ¿Por qué puede molestar tanto un libro? El mismo Reinaldo Arenas no entendía por qué el gobierno cubano lo perseguía tanto si lo único que él hacía era escribir. No es tan sencillo en realidad. La figura del escritor es temible. Agita, inquieta, genera efervescencia. Los gobiernos saben esto. El poder también. Que hable Picasso: “¿Qué piensan ustedes que sea un artista? ¿Un imbécil hecho sólo de ojos, si es pintor, o de oídos, si es músico, o de corazón en forma de lira, si es poeta, o aún hecho sólo de músculo, si se trata de un púgil? Muy por el contrario, él es a un solo tiempo un ser político, siempre alerta a los acontecimientos tristes, alegres, violentos, ante los cuales reacciona de todas las maneras.”

Un antecedente bastante importante en la historia de la literatura relacionado con la censura es el Index Librorum Prohibitorum. En él figuraban todos los títulos que atentaban contra la moral, según la Iglesia Católica. Claro que mi propósito aquí no es exponer el Index. Lo rescato como un elemento más de motivación. Y más por algo que le oí decir a alguien, creo que fue al profesor José Guillermo Anjel en alguna de sus clases, lo cito con temor a equivocarme. Decía que esta lista de libros prohibidos se había vuelto un catálogo de títulos que un hombre culto debería leer. Una mirada rápida sobre los nombres registrados confirma esta opinión.

“Contra la censura: Ensayos sobre la pasión por silencia” —J.M. Coetzee. Hablando de textos donde se reflexiona hondamente sobre el tema. A esta obra volveré con frecuencia. Digamos que la información está en el aire. Siempre oímos de casos concretos donde la censura mete su mano para revolcarlo todo. Hablan de derechos humanos inalienables. A eso estoy acostumbrado. A lo que no, y por eso agradezco al autor, es a un análisis más amplio del fenómeno. Parece que esto aburre a la gente y las letras muertes hoy también son mercado. Coetzee es un intelectual. Hombre de libros. Ésa es su mirada, de ahí su lectura. Entonces recurre a disciplinas que puedan aportar. Y su testimonio se hace así digno de ser tomado en cuenta.

viernes, 13 de noviembre de 2009

De microficciones casi urbanas...

1. Hay un hombre que sólo existe en las escalas de mi edificio. No sé nada de él, escasamente veo su carro junto al mío y nada más. Cuando voy de afán para la universidad, o cuando llego con el estómago apretándome el paso, veo lo plano y sencillo que es. Pero como digo, sólo existe en las escalas de mi edificio —que adivino vive en él también. Sino fuera por eso, el vehículo que siempre veo al lado del mío igual podría ser de alguien más, alguien con quien me cruzase en las escaleras...

2. Voy a Mango’s, club de pasiones, y empiezo a ver a los dormidos más despiertos. Bailan y cantan con ganas… pero duermen. Lo curioso no es esto. Lo particular es que si tú llegas despierto pero no con tantas ganas de festejar, para ellos estás dormido e intentarán dormirte para que despiertes. Y si les parece necesario, van hasta tu casa para asegurarse de que duermas con los ojos bien abiertos.

3. Bebo lentamente mi café y veo el mundo pasar. La señora que vende dulces se me acerca con cordialidad. El chico encargado de mi mesa suele arrimarse a preguntarme si todo marcha bien. Lo despido con un gesto afirmativo. Llega un mendigo muy bien vestido a mi mesa y pregunta si le podría ayudar con algo. Todo esto mientras dure mi café. Una vez el posillo está vacío, aquel educado mendigo se vuelve tosco y vulgar, la señora me inoportuna con su perturbadora insistencia y el chico, el cual me toca llamar porque no encuentro por ningún lado, trae otro café a mi mesa, ¡conque presteza y elegancia!, pienso al tomar el primer sorbo.

4. Lo he visto en la portería sacar su cabeza por la ventana cada vez que visito a mi mujer. No lo conozco, mas el sí me conoce a mí: sabe mi nombre. Quise indagar sobre él, pero yo mismo me detuve: de nada me vale saber sus fracasos y fortunas si cada vez que me aborda es para detenerme…

5. Un día se me perdieron las gafas. Las busqué por todos los lugares donde recordé haber estado: farmacias, cafés, iglesias. Me remordía el hecho de estar tras algo que no creía necesario, a fin de cuentas, no las necesito para leer. Las busqué todo el día hasta que, antes de acostarme, agotado de tanto buscarlas, me las quité para que en el sueño no se fueran a dañar.

Personajes II


Saber estar solo por toda tu vida es una afrenta al mundo que, tarde o temprano, te lo hará pagar. No necesitaste anillos para vivir tranquilo hasta las canas. No adoptaste la ambición como modo para figurar en los registros oficiales. Le tomaste travesía a la imagen modelo. Y aprendiste a vivir. A tu modo. Pero no creas que no se dieron cuenta. El tiempo fue haciendo a los demás serios, definitivos. Unos que mueren, otros con hogar y domicilio. Domesticados. Pasan callados y te observan. Te envidian y te sienten lástima. Todos. Biliosos.

Escogiste ser otra cosa y recibes a la gente detrás de la barra. Los amigos que quedan te visitan a las seis y toman cerveza al clima. Pero te observan. Al llegar, la mirada fría, escrutadora. El resto es alcohol. Descifran tu vida mientras sirves los tragos. ¿Por qué solo? ¿Hasta cuándo? ¿Cómo resiste? ¿De qué se agarra?, y somos amigos mientras te doy la mano. Ay, pero no te perdonarán nunca el no haber sido como ellos. Que no hayas conocido el amor de folios y agua bendita, que no hayas abandonado el pacto de las copas, que hayas seguido siendo el mismo. No te lo perdonan y tú lo sabes en la soledad de las cinco de la tarde cuando sólo habla el papel periódico. A esas horas el mundo te cobra tu independencia de hombre no domesticado.

Por eso la cantina. Si no fuera esto, toda la vida sería las cinco de la tarde, cómo… Hay que tener gente cerca para tropezarse. La música, el aguardiente, el discurso de los desconsolados. Gracias a Dios por este santuario de borracheras. Es tu forma del ritmo seguro. Si hay puesto en las mesas, ya te aseguraste la visita y que corra el reloj, estoy acompañado. No se da uno tanta cuenta. La gente en el lugar te habla, te invita. Obvias el hecho de que afuera te saluda una fotografía familiar camino a casa.

A la una y treinta te vuelven a recordar que no hay nadie calentándote la cama. ¿Por qué no estirar el jergón dentro de la barra? La cuchilla de afeitar no la verán encima del enfriador… Cuántos aguardientes más harán falta… para no saber nada… Viste cómo te saludaban y te observaban al pasar… Mira cómo te cobran la insolencia. A lo mejor siguen pasando para ver si sigues vivo. Y esa mueca en la cara no es que los estén apretando para que se apresure, no… es la decepción que les causa ver que no te has matado todavía…

jueves, 5 de noviembre de 2009

Graicas...


Alguien una vez me regaló un libro y con él su voz. Cada vez que lo abría, fuera en un parque, fuera en un baño, me seguía contando historias de judíos errantes, de putas desgarbadas y de amoríos animales. Algunas veces, cuando no estaba solo, me tocaba entreabrirlo despacio para evitar que esa voz parsimoniosa perturbara a los demás. Muchos empezaron a notar que esas palabras ya se me había instalado y les molestó. Desde entonces, sólo mis soledades han conocido el libro.