Alguien una vez me regaló un libro y con él su voz. Cada vez que lo abría, fuera en un parque, fuera en un baño, me seguía contando historias de judíos errantes, de putas desgarbadas y de amoríos animales. Algunas veces, cuando no estaba solo, me tocaba entreabrirlo despacio para evitar que esa voz parsimoniosa perturbara a los demás. Muchos empezaron a notar que esas palabras ya se me había instalado y les molestó. Desde entonces, sólo mis soledades han conocido el libro.
El punto es que comenten; ustedes saben, queridos: es necesario...
jueves, 5 de noviembre de 2009
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1 comentario:
Pues muchos no saben lo que se pierden.
un abrazo
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