El punto es que comenten; ustedes saben, queridos: es necesario...

miércoles, 24 de noviembre de 2010

No me digas con quién andas...


No me sale nada. Cómo va a salir, lo que sea, de un recipiente vacío, si la gente cómoda, como los jugos quietos, se asienta y se daña por dentro. Anteriormente solía tener algo que decir e incluso simpatizaba con los taxistas. Es natural tener palabras para contar lo que uno ha visto y que guarda en la memoria. Pero póngale a un caballo a contar lo que hay en el camino de la carreta. No vio sino las líneas que lo separaban de los carros. Si los días lo cogen a uno siempre en la misma silla, del salón o de la casa, qué más vas a tener para decir sino que es pluriamarilla y fría por la mañana y te quedas corto. Ya usaste todos los sinónimos y no has dicho nada que valga la pena. Es el peligro que se corre al estar bien. Como cuando hacía calor en el bus, íbamos a la Beatífica y Lola no quiso abrir la ventana porque, sí tenía calor, pero afuera estaba lloviendo y no se podía mojar.

―¿Por qué?, le pregunté yo, un poco perdido en la situación de las miradas calladas, del caminar hacia el bus antes o después de ella, pero nunca al mismo paso, de no entender su cara cuando me hablaba y cuando no.

Dijo que desde pequeña a ella no le gustaba mojarse cuando estaba vestida, o que le habían ordenado qué era lo que a ella le tenía que gustar y no objetó porque era conveniente y así estaba bien. Sentía el estupor, como lo definen, primero porque quería agradarle a Lola sentada a mi lado, con su cara que me era conocida y me gustaba más mientras más cultural fuera el gusto. Nos habíamos besado y sus labios, un poco cómodos también, supieron dialogar modestamente con los míos. Tampoco entendía por qué no quería mojarse el brazo derecho, que estaba desnudo, si hacía calor adentro y a mí me era especialmente grato sentir el agua donde fuera y como.

Le comenté que en una hojita tenía anotadas siete líneas de un poema donde el autor parecía estar seguro de que la vida, como nos es dado vivirla, no le gustaba, pero sí le gustaba sentirla. Como quien dice que si el daño ya está hecho por qué no redimirlo consumiéndose en él, en todo lo que hay en él, escudriñando hasta que las uñas echen sangre y los dientes. Me sonrió diciendo, como quien dice…, “qué cosas”, con su cabeza levógira mirando las montañas que la tenían mareada.

Tenía sueño, me aburría y me cansaba la máscara, además inútil, que me puse, con ayuda de ella, en la cara. Pero no podía aburrirme. Algunos días atrás había inaugurado mis discusiones entre quién sabe quiénes adentro ―identificar quiénes son ha sido en los últimos días mi tarea― y me acusaba, también asustado, porque no anoté en mi teléfono tantos números de mujeres este año. Las canas de mi tío me alarmaron como su cabeza casi calva, los dedos de mis amigos. Me supe desactualizado. No abrí mucho los ojos y vi una noche a Lola sentada en la esquina izquierda y luego en la derecha del bar donde… Tenía una línea hermosa bajo los párpados. No hablaba mucho, por el primer encuentro, pensé muy concentrado en ella sin tocarla todavía. Y le escribí y la llamé y la senté a mi lado un miércoles de noche y tomamos agua de flor de Jamaica y fresas. Si me asustaba quedarme solo, había encontrado un bastón dulce y blando para parármele al tiempo y hablarle durito. Me prohibía abandonarla, no podía dejarla quieta sin antes solucionarnos parte de la vida.

No entendí nada cuando nos sentamos en el bus y ella no estuvo de acuerdo con que los tiquetes no vinieran numerados. Había proyectado un viaje que hubiera salido mejor si las sillas fueran separadas, en buses con destinos y horarios diferentes. ¿Por qué no aceptaba que llegamos a tiempo y encontramos, con suerte, el contacto de las manos y, ojalá, de las bocas? ¿Por qué no pueden evaporársele o deslizársele unas goticas en el brazo? Porque nos enseñaron con cartillitas morales y escapularios que hay que estar bien cueste lo que cueste, que es el don supremo e innegociable, que matamos para estar bien. Si algún día me reprocho, cúlpese a este apego a vivir bien, cómodamente, asentado y tranquilo, miope y estático hasta el musgo, ortodoxo oxidado.

Son incapaces de diferenciar la naturaleza de un argumento del brillo de una preferencia colectiva...

Abrió la boca para decir algo. Todos se le habían ido encima. Porque dijo que el título de un texto cualquiera en el mar ancho de los textos podía ser mejor. Hasta lo tacharon de traicionero de la lengua, incompetente que no ha pensado nada y ellos, vividos, comunes, ya lo sabían todo. "Mero show", pensaba sentado en el auditorio a la hora del almuerzo. Había ido con Sombreros, compañera de Hermenéutica, y no conocía a nadie. Al frente alguien había leído un texto casi hermoso y a Tano el título no le había parecido. La historia de un hombre perdido en la Guajira que buscaba una mujer para casarse ―así tocara pagarla―, tenía que ser El comprador de mujeres, a secas, y digo que es descaro. Yo he conocido horas oscuras a causa de las mujeres. Yo casi conozco a Albeiro, personaje indigno de su nombre, y llamarlo comprador de mujeres es eso, un descaro.

En el salón no había veinte personas, todos se reconocían y su interlocutor hablaba con cada uno de ellos en íntima segunda persona. Su fuerte eran los chistes. Por fuerte, mediocre. Tano había levantado la mano y conseguido la voz del foro. Preguntó al del frente y al autor del texto invitado si, por casualidad, no se les ocurrió a ellos, como a él, que una entidad biográfica como Albeiro, bajo el título propuesto, tendría que pasar por proxeneta o chulo, ¡sí!, así se riera el señor plateado de la derecha que hablaba bien e iteraba. O el motivo de la tremenda acción que había llevado a Albero a la Guajira merecía un trato tan falto de la pietá neorrealista. Explicó, adepto a la lógica del uno más uno es dos, que la semántica, fuente de información para los indecisos y los inspirados, dice: a los hombres de hoy el semantema comprar junto a mujer les connota tráfico sexual. Elías, el multinterlocutor, sonó una voz confiada que ya todos conocían:

―Evidentemente estás forzando los términos ―dijo, y confirmó mirando a los demás, como diciendo que el tema se había acabado, riéndose sin chiste. Tano no pidió permiso esta vez y, como había aprendido, interrumpió admitiendo primero, luego atacando.

―Un personaje como Albero... sí, suena mucho mejor así: Albero es el encuentro afortunado de circunstancias que lo hacen esencialmente riquísimo. El título sugiere que lo importante es que compra mujeres y, como lo han dicho otros, no es mujeres lo que compra, es una sola, una ―por supuesto que Tano sabía que eliminando el plural, el título se derrumbaría: El comprador de una mujer, eso no vende ni agua en Atacama. Al ver como los interlocutores ya no defendían una idea, en el sentido sistemático de los conceptos, sino una preferencia, Tano pensó que no era necesario molestar a nadie que gastara su mediodía comentando literatura… Ellos nunca han defendido la razón, válgales Dios. Les basta la poesía.

Resumen de noticias

My friend,

Haciendo uso de una expresión apta para los comienzos, nos debíamos hablar un poco porque estamos lejos, cada uno cultivando lo que le gusta —lo que conoce— y si nos quedamos quietos el uno en cuanto al otro, seguimos posponiendo la habladita, persiguiéndola sin alcanzarla en el tiempo. Procrastinando, una palabra tuya sin lugar a duda alguna. Quería hablar con vos y yo no sé hablar muy bien pero sí sé y adoro escribir: así también se aprieta el lazo que es el que une a la gente, como pa volvenos a querer. Resumen de noticias:

Con lo de cumplir años, y que el pelo se cae de la cabeza, por fin caigo en cuenta de lo que decías; estaba en el bar y sonaba Timing de Johansen. Se me vino una imagen que casi me dio risa, los muñequitos de Haring: uno amarillo sacaba las manos tratando de coger una caja que, por las líneas intencionales, sabía uno que iba con alguna velocidad. El muñeco se contorsionaba en posición de trote, sin correr todavía. El trasfondo del cuadro, con algunas asociaciones entre objetos figurativos o no, daba la impresión de ser el tiempo: un hombre tras el objeto de su deseo, sin lograr alcanzarlo, no muy preocupado sin embargo: no lo buscaba esforzándose en lo más mínimo, en el tiempo que le era dado vivir. Procrastinaba. Como la imagen me pareció patética y yo la reconocía, empecé a recordarme, en un pedazo cualquiera de papel, los acontecimientos que desearía buscar, para que acontezcan.

He pensado mucho en ustedes, en lo que andan haciendo, pero más en vos. Si bien es cierto que cada uno cree su punto de vista el único válido, he podido liberarme de esto y ver que estás realizando, con disciplina y un montón de queridura, el proyecto de un a vida digna. Y vas muy bien. Yo, que todavía no hago click del todo y que, como te contaré más tarde, estoy estacionado en un paradero oscuro, he tomado conciencia de la validez y mérito de tu modelo y me alegro y lo apruebo y lo admiro. Esa es la causa por la que hoy entiendo lo que me decías en el Portal de la capilla escuchando la canción de Johansen.

Y me ha caído perfecta con otra categoría de pensamiento casi relacionable con No-Procrastinating, algo que llaman automatismo y actualización. Lo vi en Thoreau, un gringo del XIX maravilloso, amigo íntimo de Emerson. Lo vi también en los rusos y su manera de abordar la literatura. El hombre, ya acostumbrado en su experiencia, en todas las actividades que realiza, automático en el discurrir de su vida, se pierde la verdadera esencia de todas las cosas porque no las mira, nunca las miró una primera vez sino que se apresuraba a llegar donde debía, sin más. La costumbre le dio el golpe final. Luego dicen que ven las cosas todos los santos días, lo que es falso según lo dicho. Lo que hay que hacer para evitar esto —ya lo supo la literatura— es actualizar el fenómeno que se percibe, desautomatizarlo, abrir los ojos a él. La vida, hecha de patrones, cíclica también, lo va volviendo a uno ciego a muchos acontecimientos que le parecían sin importancia; sólo es un parecer equivocado que el hombre acostumbrado mantiene por conveniencia con los principios de ser automático. Escribo para actualizar mi cariño hacia vos.

Con Emerson, un hombre grande, he estado últimamente, esporádicamente, buscando algo que me sirva de apoyo para fundamentarme porque, en inglés, going astray, aunque a veces me satisface, ya me convence de que puede ser peligroso luego. Todo por estar bien con la vida. Aunque uno no se da cuenta del todo, no se lamenta al despertar, yo sé que en algún momento me tuve que haber hundido sin darme cuenta, como le pasó a Hawthorne, otro gringo oscuro y genial que escribió The scarlet letter y murió en New Hampshire en una casa que visité durante un summer field-trip: “Me he recluido sin el menor propósito de hacerlo, sin la menor sospecha de que eso iba a ocurrir, Me he convertido en un prisionero, me he encerrado en un calabozo y ahora no encuentro la llave; y aunque estuviera abierta la puerta, casi me daría miedo salir”, le escribía a Longfellow, un amigo escritor. Yo me volví casi triste y muy inconstante, incapaz de ninguna actividad productiva, pocas creativas. Yo sé que pasó porque lo puedo identificar. La fortuna de saberlo es que ya es objeto de transformación, y ahí los fundamentos, y ahí esta carta. Como going astray necesita ser actualizado, en este caso reemplazado, me inclino a una decisión madura a la Lingüística, la otra cara de lo que estudio. De esto tenemos que seguir hablando.

Aquí ya es casi hora de irme para el bar. Ha sido un placer casi dialogar con vos porque estaba hablando conmigo mismo. Así te cuento cómo va la vida mía en latitudes sur, porque sólo a través del conocimiento, qué sé del otro, es que se le puede querer porque, ¿cómo se va a querer algo de los que nada se sabe? Espero saber de vos. También espero que las nenas vayan creciendo con alegría, que con vos al lao es seguro, y que la vida para ellas esté siendo y les sea grata. Te queremos mucho acá.

—Gustavo Ochoa

martes, 2 de noviembre de 2010

Como en las tardes frías de las tierras altas...

Tres monjas color beige vienen por la izquierda rezando lo que se reza a las cuatro de la tarde; la mujer de las botellas va y recoge sus botellas de día en los lugares de la noche. Hay una reunión casi metálica de nubes en los ventanales del edificio al frente. Mongo le soba las manos a J. que cinco minutos antes tomaba café conmigo en la misma mesa, antes de sentarme aquí. Las gafas gruesas de esta señora pequeña saben sólo de dios, es lo único que pueden saber. Cladia, digno ejemplo de su cuerpo, sabe, caminando todavía, que quiso a otro hermano mío en las noches de conocer el alcohol. Apuradas, lucen con frío sus falditas a cuadros las estudiantes y comen conos y a veces se ríen, como en las tardes frías de las tierras altas, como siempre, como casi siempre. Una familia con rasgos que desconozco: somos un poco la ciudad que no perdió la nostalgia triste de lo bucólico. Aquí adentro tomamos café todavía y siguen hablando, como todas las otras tardes, mientras juegan a tapar el sol las nubes, asomándolo entre reflejos y sombras. La profesora vieja, madre de mi generación, nos mira; se debe preguntar por qué no estoy trabajando o estudiando o seduciendo niñas que no sean sus hijas. Don Guillermo goza la música. Las cuerdas cubanas se le agradecen a Ráquel, en la barra. Un tipo mínimo, no por pequeño sino por anónimo, lleva de fardo al hombro un costal y sigue hacia abajo quién sabe adónde. Si fuera como todos a las seis podría decir que va al altar de la virgen, pero ni él es como todos ni son las seis todavía. La capilla no cierra las puertas esperando el tiempo de sus parroquianos. Mongo se va porque no hay café, aunque siempre tome agua aromática. La luz es débil en la pared blanca de la capilla y ya puedo mirar sin cerrar tanto los ojos: don Guillermo alza la voz, yo finjo estar interesado. Ráquel dio con una olla al suelo. Los periódicos no dicen nada y nos reímos de ella. El doctor Téllez baja a su casa, lleva un buzo azul, de lana. Se levantan los primeros vientos fríos de la tarde, como siempre, como casi siempre. Pasan de nuevo las gafas y su señora, a la comida. Sube igual el doctor Téllez. Las campanas de la capilla, como siempre siempre, activan sus cuerdas.

jueves, 28 de octubre de 2010

Valentina Sombreros

Valentina Sombreros,

“La desolación esencial de sus fútiles andanzas.” ―Conrad


Intro.

Darío Jaramillo, a quien conozco por medio de otros ojos que lo han visto, por el mismo medio que he conocido a Piazzolla, a Jakobson, le escribió una carta a su amigo en forma de libro poco interesante, para hablar con mi verdad. El destinatario de una correspondencia versada en misterios del oriente resulta ser un narratario bastante interesante. Hablan de un acontecimiento lógico paradójico, la muerte de Alex, un amigo colombiano, creo, bien ficticio o real, con una letra final que lo actualiza y lo adorna, Alec. No valía la pena gastarle esa nochecita en el Portal, al lado de Bucósqui, a un compendio de intentos que no me eran especialmente atractivos, sin embargo, y todo libro, por más parecido a A. F. que sea, tiene algo que dejar al que desea dejarlo, así sea poco el tono de la portada; me mostró un modelo. No soy diestro en estas modalidades homéricas del arte pero estoy casi convencido de que mi combinación particular puede ser tan válida como la de Mann porque ninguna Montaña mágica se parece a estos cuerpos con secreto de piedra en los que ando los viernes que llueven, todos los días.


Misiva a Valentina Sombreros, mujer con aires de Burton.

O sea, vestuario de arlequín, a retazos, como ven los ojos del hombre, como el borde de cada una de mis uñas: siempre me gustó tu nombre. Se parecía a algo que yo conocía adentro, porque también puede ser que, como dice por ahí en Niebla Unamuno, uno nunca ama lo que no ha conocido antes, haciendo un truque de sentido ―lo que nos pone en la misma dirección: sentido― along with otro sintáctico, así como hizo Twain con el no dejes para mañana lo que puedes hacer hoy ―máxima antiprocrastinástica― diciendo: no dejes para mañana lo que puedes hacer pasado mañana, y aun mejor: no dejes para mañana lo que puedes hacer la semana entrante, lo dijo Daniel y yo revolvía la vainilla…

Mirá que no pude esperar. Necesitaba un oído que hablara, y no lo sabía: me delató la urgencia, la fluidez... Mirá que yo a veces no creo en lo que digo porque siento desde adentro que lo que suena afuera es una postura, una forma de segunda vida como la Gúrov y, así como el de La dama del perrito, la segunda vida, que es la social, la perceptible, casi siempre la otra parte del diálogo, es un compendio de actitudes artificiales en aras de ser aceptado y no herir a nadie con tus singularidades, camuflaje para no lidiar con la pasión de nadie… La primera, según un criterio mío moral, es privada y en ella uno vive lo que realmente tiene alguna importancia porque intuye ahí el verdadero cuento. Mi segunda vida es ilegítima. No ha sido justificada antes los demás. Esto me hace imperfectamente semejante a ellos, y se cree en contra mía. Desconozco la forma de llevar máscaras according-fashion. No sé. Y con vos, Sombreros, no obliga teatralizar una segunda forma de estar vivos, llamémoslo sin raíces griegas pielamente, sino que quítate el antifaz chico que hace rato me quité el mío…

Ah Vaneshka, que el corazón esté oprimido es una hermosa expresión. Imaginate coger un corazón como una esponja, exprimiendo sangre de los ventrículos, derramándola en el lavaplatos. Ahora imaginátelo donde siempre está, emanando fluidos calientes dentro de las costillas, obligándolo a que sea él pero con un tremendo esfuerzo, poniéndole piedritas en la mecánica de sus funciones. Debe ser por eso que es tan difícil sentir el corazón oprimido cuando se va una mujer insatisfecha. La puerta se queda cerrada. Y así se quedará hasta que uno salga corriendo porque el recuerdo es como una marca que alarma y, como a veces soy poeta, me duele entender solamente un significado ―que en sí me es doloroso― de ese hecho sensible, cuando hay en él mil, innúmeros, decía Emerson, y esa puerta quieta sólo, solo solo me dice una cosa: una mujer…

Las cartas son elocuentes y perspicuas. Las noches en vela… Amabas me hicieron entender que el problema es que no sepa, no pueda comportarte comme il-faut, y ninguna otra cosa. Hay presupuestos antes de... Si el problema se sitúa en la incapacidad de uno de esos presupuestos, no saber hacer, la cuestión es humanamente solucionable. Se trata de una función, “saber hacer”. El hombre normal está en la capacidad física, fisiológica de realizar casi todas las actividades del hombre ideal, un poco menos en la esfera psicológica amén de algunos trastornos sociales muy comunes, pero existe una gran posibilidad de que el hombre se ejercite en cualquier función y hasta llegue a amaestrarla. Entonces, una vez activo en todos los presupuestos ―después de haberme confrontado a mí y al otro, envés de mi experiencia humana―, el problema de la existencia me será salvado, según la fantasmagoría de Fromm.


Dos.

O hablemos, mi querida anacrónica, mi fueradelugar, sobre la falta de confianza en la estabilidad de este tronco vertical, sondeemos obscuridades. La vida está pendiente; la gran vida, que llaman Tierra o dios, brinda la posibilidad de vivir a… cualquiera, no importa a quién, es una cuestión del azar y los suelta en la superficie física de su cuerpo. Sigue pendiente. Cuando ve que una de las vidas actúa en desacuerdo con ella ―uno lo sabe por algo que se transmite en la carne y no es ADN―, se lamenta por algunas que nacieron muertas, por otras experimenta algo parecido al vaho del café en la brisa fría del invierno. Le alegra ver vidas que suben y bajan, que cargan grandes tristezas porque ese punto diminuto de energía actúa y sabe qué son las cosas de la Tierra. En cambio, el estático ignora su espacio. Sólo puede salvarse si la sensibilidad lo ha contaminado. Cuando la vida habla, y con la vida me refiero a todo tipo de vida que es una, uno escucha: es la forma de conciencia más austera. Uno escucha y se tiene que tener parado, aplastado en posición de estípite, permanecer así la mayor parte de los años de la vida, trasladándose levemente, fútilmente, sus actividades son bagatelas que no trascienden este pavimento y al morir les llega la angustia, olvidan que el día muere y el poniente es hermoso. Quedan en la memoria sólo por los hijos que pudieron mantener en vida, por nada más. Los hechos de su vida fueron inútiles. En el marco de la puerta que está en caída hacia lo oscuro un hijo no sirve de nada. Una generación más, es todo.


Tres.

Trasládome, con esta tau, adentro. Pongamos el foco en mi primera persona. Darse cuenta del tiempo, que es una impresión fuerte, puede dar con cualquier vida al suelo, impotente, insana como la gente que enloquece a causa de diablos y de yerbas. Sufrí un pequeño derrumbe en geotropismo positivo, más abajo aún ―dando tumbos inframundo―, pero ya estoy casi parado. Hay que saber que sólo se sube escalando o por medio de la asunción, como María al cielo, actuando. Se necesita un verbo acción, todo tipo de actividad es ya un poquito más arriba. Para Tóteles, toda actividad era un movimieno del ser hacia su estado de perfección que llamaba entelequia. Yo por ahora no busco la perfección, solamente salir de aquí, es todo.

Les aprendo a los grandes a cucharaditas, como comiendo compota, los saboreo inmensamente y no me vuelvo a acordar. Primero dicen que relatamos acontecimientos ―que son más que sucesos― que están en el tiempo, en la experiencia temporal, con la intención de delimitarlos en un texto, saber qué son y organizarlos, explicarlos. Luego dicen que no se puede porque “es imposible comunicar la sensación de vida de una época determinada de la propia existencia, lo que constituye su verdad, su sentido, sus sutil y penetrante esencia. Es imposible. Vivimos como soñamos… solos.” Yo comulgo entre los dos con el poeta: es imposible a veces contar, según una lógica cuidada, lo que nos pasa, mis acontecimientos, me los recuerde o imagine, en un modelo de intriga totélico, yo tengo mis formas de decir. Tóteles, como máquina que era, sí pensó ampliamente al hombre y al universo pero yo, con mis cargas de cultura actual, de disfunción dispar y particular, con la forma que me es propia de estar vivo, sin saber ni siquiera qué contar ni por qué, ando en un espacio oscuro, sistematizando sombras, revelando sentido detrás de ellas y un día el sistema estará casi cerrado, completo, y seguirá siendo oscuro. Es mi manera de estar vivo adentro, no una función cognoscitiva, no hay que confundir.

Porque parecí quedarme quieto en Bucósqui, llegué a preguntarme asuntos con alarma, despertando al hombre dormido que es el interés. Tres cosas aquí: Conrad ilustró un estado de inercia aparente que reconocí en el bar. Dice que él había renunciado a molestarse por el objeto de su preocupación arguyendo que “la capacidad humana para esa especie de locura es más limitada de lo que ustedes pueden suponer.” Se dejó de preocupar, así como yo cuando me preparo el segundo Tom Collins y empiezo a seguir cayendo. Erich Fromm concluyó que el hombre, consciente de sí, de su soledad ajena al inmenso mundo que lo rodea como un lazo, tiene como necesidad seria fundirse para mitigar el aturdimiento progresivo de esa voz pertinaz que es la conciencia. Da una última prescripción: “un fracaso absoluto en satisfacer tal necesidad puede conducir a la locura.” Al darme cuenta, dejándome invadir por una influencia que me era familiar y me ponía preguntas donde ocurren los pensamientos, me alcancé a espantar, como cuando hay poquita poquita gente, cuando el cabello o el proyecto que se difumina en el tiempo largo, uno tan corto. Durante el día estaba aterrado porque todo hecho real lo comprobaba, Fromm tenía razón y yo, desde su ojo que ve, era la mismísima prueba y ejemplo: me estoy enloqueciendo. Escondiéndome, según impulsos naturales al hombre que no me son inconvenientes, paso mucho tiempo con los ojos abiertos, buscando el camino de volver a subir la pendiente por la que caigo cada vez que escucho la verdad o la experimento. Toda información, allá abajo, es renovada. La mirada se vuelve actualizante, los asuntos plenos de rasgos que preconozco y deseo. Todo es interesante. Todo regala un poco… Pero es lo único concedido al que cayó en las sombras.

No sé escribir sino cartas

Si la memoria se nos cae como la arena de la mano a Poe, igual a todo lo que me es circunstancia, voy a tener que mantenerte aquí un poco, entretenerte. Mientras dure una frase, como el blues que se canta y se olvida el dolor sólo si seguís cantando. Vos me diste una canción, y te movías despacio en la silla, con los acentos, las cadencias, yo te era testigo: me hiciste mantener al unísono con tu silla, ibas pasando revista a los que te oían, y los mirabas, y me mirabas, y no me mirabas. Le dabas risas a la de la guitarra, hermana tuya cantando, amarrando los ojos, soltándolos luego agachándolos, apagándolos. Si los ojos se encuentran se enredan. Yo tenía más razón en mirar al frente. Todos los ojos de la gente sentada, gente sencilla sin mayor riesgo ni resultado, estaban donde vos. Oían tus canciones latinoamericanas, tus poemitas pa’ el oído… Te fui testigo. Ya estoy en el derecho que me da la experiencia de hablar sobre la voz que escuché un miércoles, de querer volverla...

jueves, 5 de agosto de 2010

Que yo soy sensible como un tren

Que yo soy sensible como un tren, les digo,
para que no me entiendan,
para que miren hacia otro lado.
No les he pedido más que su lengua.
Poco de caridad o de sangre.

Ya me han dado bastante con enseñarme a caminar.

Porque al buscar en su mundo
lo que yo me atrevo a llamar el mío,
al abrazarme a un árbol que separaba las calles,
me han mostrado con sus dedos, a mí,
el sol brillando en sus espaldas.

También puede ver el hombre por un solo ojo,
les digo, y, en ocasiones, algunos se ven forzados.

viernes, 9 de julio de 2010

Todo, através del humo, se ve mejor

A veces es mejor caminar. Carabobo con una de las calles que la cruzan antes de Colombia. Estoy esperando que el semáforo me deje seguir mirando gente pasar. Sigo parado, fumando mis primeros cigarrillos. Hay que parar, y mirala. Describir es con frecuencia caminar al borde de un abismo temiendo caer en lo kitsch o en lo cursi o en lo almibarado, pero algo mucho peor es no decirlo: eso sería mandar estas cosas al olvido, sin más ni... Se le asomaban, entre la fibra rota y desgastada, unos tres o cuatro cuadros de piel. No decían nada, pero uno igual se imagina que dicen algo y que esos senos chiquitos y esa cara maquillada perfecta, que efectivamente me le acerqué y se lo dije porque, como todos sabemos, es de mala educación quedarse con las cosas para uno solo y más si tienen que ver con los demás. Fui y se lo dije, que era muy bella y que por el bien de ambos, ya tenía que tomase un café conmigo porque, como todos sabemos, no es correcto separarse de una persona que te ha complacido en algo sin habérselo agradecido antes: por ahí está escrito que Dios perdona cualquier pecado menos la ingratitud. Ella medio se rió porque le había parecido raro divertido eso que le dije, pero también porque no le disgusté del todo y además le daba pena demostrar que no había entendido nada —y la risa esconde porque masifica. No fue tan difícil llevármela a una mesa, lo duro fue lograr que se soltara un poco. La nena, al fin, resultó no tener nada que decir y yo, que también tengo alto aprecio por el silencio, le dije, como proponiéndole, que nos quedáramos callados un rato y luego nos fuéramos a otro lado. Ella no quería porque no podía salir con cualquiera por ahí, aunque yo pareciera inofensivo en medio de tanto hijueputa. Al principio dijo que no y que los confesionarios y los votos de castidad monógamos, pero después tuvo curiosidad por saber quién es que era ese Jeunet y sus imágenes hermosas y los tres besos y eso, que en verdad parecía interesada. Todavía callada, parecía que se le había olvidado ese cuento de las camándulas: pude completar el rompecabezas de los cuadros de piel, completo, sin nada que los descontinuara, y cuando me dejó el semáforo, seguí caminando pasándole al lado, absteniéndome de respirar hasta que ella llegara, para poder olerla, así…

martes, 18 de mayo de 2010

Paréntesis

No da sino pa comerse las uñas. De esos días. Buscando una posible causa llegué a pensar que era exceso de agua, de pensamientos y fricciones obscenas. En esos días agradezco no habérmelas comido antes. Como que quiere llover y no llueve. La gente vuelve a querer algo de vos y hasta te lo reclama. Recuerdas que vives en un pueblo pequeño y las posibilidades son tantas, desde que se trate del hombre. Otra vez abriéndole la boca, casi obligándolos, para que digan algo, los libros, los que escriben los libros... Las tardes en el café del pueblo. Los dedos todos mordidos...

sábado, 20 de marzo de 2010

Montar un café bar, Bukowski, o RE-inventarse el agua tibia

Soy Jostaf. Lingaje y yo hemos tenido una idea: un bar. Mejor que tener una idea es haberla vuelto material. Fue en un pueblo frío del norte, La Beatífica Flor, en una esquina santa. Nos paramos a observar y, mirándonos, dijimos al mismo tiempo, validando la frase: “aquí se puede levantar el espacio”. Se lo digo así, aunque sepa que estoy hablando desde el otro lado, más valdría preguntarle a los otros. Habría que hablar con ellos, querida, pero si usted quiere yo le puedo contar lo que sé y lo que creo que sé.

Primero queríamos comprar un tren sólo para poder entretener los pasajeros. Que al subirse se pusieran cómodos y, tranquilos, nosotros nos encargamos de todo. A la una y treinta se bajan y ha sido una buena noche. Mostró ser bastante inviable. Pensamos luego en un burdel —aunque no lo hayamos pensado— donde fueran a despertarse un poco, tomar algo y mezclarse. Tanto edificio nuevo no nos escondía, y otra vez a seguir pensando. Luego se nos ocurrieron toros, circos, neveras pequeñas, difícil difícil… Como no se podía ninguna, le apostamos a un escenario tan democrático como el alcohol, que nos diera de todo un poquito, el premio de consolación.

Nos consolaron con un lugar intermedio, un bar circotrenspacalavera. Ya nos ven tras la barra. Y de lo que vemos sí les podemos hablar. La gente pasa, se pregunta, podrían seguir derechos, pero muchos no lo hacen. Algunos se sientan —que es, según los élmanes, volverse silla— y hacen lo que deben: jugar, el diálogo, tomar, leer. La mezcla. Lo de los libros también surgió como un mal pensamiento. Quisimos darle material de fantasía, sueño, quizá recuerdo a las sillas que hablaban. Y empezaron a llegar piantados y queridos y algunos que se querían querer. Les gustó habitar este lugar e, inevitablemente, habitarnos a Lingaje y a mí.

No puedo contarles más. Jostaf es hombre de pocas palabras. Me gustaría mucho hablar de lo que cuelga en las paredes, de las historias que cuentan las rayas en las mesas, los amores consolados en la barra, pero todavía queda mucho árbol, no hay que preocuparse tanto. Bukowski, de quien tampoco les he hablado, sigue abierto buscando tentar con afecto, esperamos. Hasta la próxima tala…

—Jostaf Uzal


jueves, 18 de febrero de 2010

Tendría que estar explicándole a alguien por qué me preocupa la soledad, yo sé, incluso a otra mostrarle mi mejor Abelardoliveira, pero no podía. Cómo querés que no te tenga dando vueltas en estas puertas matutinas trasnochadas que es recordarte, ah… Es mejor concentrarse en esta confusión de la noche que seguir directo a la cama sin zaguán ni amuse bouche (cuánto me cobrarían este esnobismo chic y este paréntesis cabreriano), hasta mañana. Digo que al final de la noche, la pública, que no siempre es la más elaborada o sucia, te me aparecés, como el fantasmita trabado que sos, y seguís entre las teclas que no pueden sonar pasito, saltando, sacando la lengua como para tocarme. Entonces, volví. Sí, pensar sólo en vos, encima del hambre y del colchón. La noche de la otra noche, cuando no me dijiste qué hacer. Yo pensaba que el paisaje que me prometiste al montarme al carro, al reclamarte una vueltica antes de dormir iba a ser un saludo de monte, ligero y explícito, a todos mis amigos. Los encontré en el dibujo de las puertas que se cerraban porque queríamos privacidad, en un cuartico privado. En un juego en el que yo seguía sin saber… Terminé enrollado en un preámbulo al jacuzzi mientras me babeaba al ver que un teléfono sabe hacer tantas cosas con sólo oprimir el nueve. Digamos que, como te lo dije cuando ni me oías y tenía mi dedo en la oreja, fue cuestión de entender la diferencia entre tres o cuatro letras que hasta suenan parecido… Por ahí estaba yo, evitando esos abismos que se lo llevan a uno cuando levanta la cara… No es que lo entienda ya, de nada me serviría entenderlo, pero volver sobre estas cosas te motiva, a no sé qué, a volverte humo literario, lo que debió ser y no lo que fue.

De lo que te voy a hablar...

No sé si le gustará, no sé si yo deba volver público esto que nada tiene de interesante (ni para los hombres ni para los perros), de eso que la gente ilustre sabe hacer. Debería reprimirlo también porque ella, que sigue viva, lo podría ver y los que la ven a ella y los que ni la pueden ver. Uno debería ser cuidadoso, pero tengo y hay tantos adentro que el cuidadoso queda reducido y eclipsado y todas esas palabras que se inventaron para decir lo que quiero decir... Sin ado más lejos, le deposito en su casillero esto que ya conoce, Malbaynaz, querida, me acordé que necesitaba a alguien que no tuviera vocación de contador de arena, de esos crononeuróticos, y te aparecés olvidada del olvido... Loynaz, yo me dije que qué bueno escribirle algo pa que no se olvide de mí, que dejo de ver a la gente y siento que me olvidan, como un recuerdo maluco después del sueño, pero ya no era necesario porque me lo dijiste en secreto por la ventanita. De todos modos, concluí, le podía decir algo, como para asegurme de que no me olvidaran, olvidaras, olvidaranas, malva blues, y escribí esto menosprimiendo el instinto de preservación que nos amarra los dedos desde arriba. A pesar de que me tocó escribir con los poquitos dedos que tenía libres, como haciendo los pinceles de cabello de viejo calvo de los que habla Juan Efe, me (aunque viéndolo bien, tampoco es tan terrible hacerlo, puede que haya estado echando babas todo el tiempo, con la boca en forma de nube, disculpe usted, señorita, ¿Lumiere Blanche?)...

Un saludo con amor elmánico —no es tan raro como dicen y ven, en serio.
Firma: Jostaf...
Posdata, ta: lo de elmánico es pura postura nomás, eufonía, ya sabés cómo me gusta la música...