El punto es que comenten; ustedes saben, queridos: es necesario...

sábado, 20 de marzo de 2010

Montar un café bar, Bukowski, o RE-inventarse el agua tibia

Soy Jostaf. Lingaje y yo hemos tenido una idea: un bar. Mejor que tener una idea es haberla vuelto material. Fue en un pueblo frío del norte, La Beatífica Flor, en una esquina santa. Nos paramos a observar y, mirándonos, dijimos al mismo tiempo, validando la frase: “aquí se puede levantar el espacio”. Se lo digo así, aunque sepa que estoy hablando desde el otro lado, más valdría preguntarle a los otros. Habría que hablar con ellos, querida, pero si usted quiere yo le puedo contar lo que sé y lo que creo que sé.

Primero queríamos comprar un tren sólo para poder entretener los pasajeros. Que al subirse se pusieran cómodos y, tranquilos, nosotros nos encargamos de todo. A la una y treinta se bajan y ha sido una buena noche. Mostró ser bastante inviable. Pensamos luego en un burdel —aunque no lo hayamos pensado— donde fueran a despertarse un poco, tomar algo y mezclarse. Tanto edificio nuevo no nos escondía, y otra vez a seguir pensando. Luego se nos ocurrieron toros, circos, neveras pequeñas, difícil difícil… Como no se podía ninguna, le apostamos a un escenario tan democrático como el alcohol, que nos diera de todo un poquito, el premio de consolación.

Nos consolaron con un lugar intermedio, un bar circotrenspacalavera. Ya nos ven tras la barra. Y de lo que vemos sí les podemos hablar. La gente pasa, se pregunta, podrían seguir derechos, pero muchos no lo hacen. Algunos se sientan —que es, según los élmanes, volverse silla— y hacen lo que deben: jugar, el diálogo, tomar, leer. La mezcla. Lo de los libros también surgió como un mal pensamiento. Quisimos darle material de fantasía, sueño, quizá recuerdo a las sillas que hablaban. Y empezaron a llegar piantados y queridos y algunos que se querían querer. Les gustó habitar este lugar e, inevitablemente, habitarnos a Lingaje y a mí.

No puedo contarles más. Jostaf es hombre de pocas palabras. Me gustaría mucho hablar de lo que cuelga en las paredes, de las historias que cuentan las rayas en las mesas, los amores consolados en la barra, pero todavía queda mucho árbol, no hay que preocuparse tanto. Bukowski, de quien tampoco les he hablado, sigue abierto buscando tentar con afecto, esperamos. Hasta la próxima tala…

—Jostaf Uzal