El punto es que comenten; ustedes saben, queridos: es necesario...

lunes, 25 de mayo de 2009

El punto es que la noche…



Ya no sé si tendrías razón. Quiero pensar que sí, pero a veces la noche está para uno solo y las cosas se van al suelo. Cuando me lo decías allí, todo parecía tener tanto sentido. El café, a lo mejor. Lo difícil que es todo y la salecita de la condición humana, eso lo sabíamos. Pero hablaste del juego, y vi tu forma de andar... Cruzar la vida saltando, en un solo pie, de para atrás, con los ojos cerrados, medio abiertos, descalzo. Me habían enseñado otra cosa. Todo tan serio, tan opaco, llenando de cartones las salitas de estar, los cafés de pueblo. Había que cambiar un poco todo eso, no con luchas de Guevara, ni demostraciones de irrefutable ciencia, eso no era lo tuyo. Un poco menos de azúcar hoy en el café. Cambiar de acera y mirar al otro lado de la calle para saber qué te hubiera pasado si siguieras ahí. Me divertías tanto, yo no era capaz. Prefería irme a la casa después de clase si en el bar no había suficiente luz, o al contrario.

Ahora no sé si tenías razón. Todas tus golosas a destiempo no se sostienen solas. ¿Dónde va la irreverencia? La vida se recobra y vuelve a ser la misma mierda, los libros no son más que libros, ¡y tantos! No quería llegar a esto. Si te veo mover las manos mientras lo explicás, quizá así podría estar seguro de creerlo, de mantenerlo siempre como cierto. Y estar convencido de que el aguardiente hace mucho más amable al mundo. Eso todavía lo creo. Pero el resto... No es fácil creer sin evidencia, o al menos un poquito de fe. No teníamos sino la mesita y los mil pesos para el café. No más que el tiempo para encontrarnos. Si te convencen de que Dios es él mientras lo puedas merecer, te empujan fuera del altar. Y afuera siempre está frío.

Si me quedaran al menos las palabras. No me acuerdo sino del bucito que tenías puesto. Y la diadema. Siempre el empeño en aprender a guardar tesoros. Sólo se esfuerza el que conoce el cansancio. Nada de eso me consuela, y es lo que quiero. Uno termina recordando escenas tontas que nada tienen que ver, da un poquito de risa. Se ríen porque así se hace. Lo triste. La película de Kar Wai y qué hijueputa cosa tan seria. Estar siempre tan solos. ¿Me tengo que acordar de esto ahora, precisamente…? Sí ves por qué te digo que dudo que tuvieras razón. En esta pieza tus palabras son menos que nada, ni recuerdos. ¿Por qué no me alegra el helado de la tarde y tus buenas noticias? Cuando más me afectarían… Putos puntos suspensivos que no son silencio… No te estoy diciendo nada. Te va a tocar enseñarme algo más que cartas de naipe y arbolitos al lado del camino. Hay que aprender a vivir. Eso también nos serviría.

lunes, 18 de mayo de 2009

Yo creo que todos estamos incompletos. Podríamos empezar por ahí. Y que uno busca dentro de todos con qué llenarse, te acordás que te decía. El problema es que yo siempre estoy así, y aguanto tan bien la tensión que, al final, termino acostumbrándome, como a un hambre de doscientos días. Pero igual sigo buscando. No sé qué quiero encontrar. Y no me gusta que la gente me lo diga con esas lenguas de cartón amarillo y apuntándome con el dedo. Eso ya no me agrada, después de todo. Pero un abrazo, un golpecito de vez en cuando… Yo quiero que esas cosas sucedan, y bañarme con el agua que a todos nos cae, pero de alguna forma no soy capaz, como una voluntadcita pertinaz, insistente diciéndome que no a no sé qué mierda, y yo quedo igual que vos, sin saber nada y caminando hacia la casa porque no hay nada mejor que hacer. Tan raros y tan amantes… Creo que hace falta ser más natural, es todo. Si aprendés alguna forma de conocerte sin adjetivos ni pretensiones, decime, yo también quiero saber algo de esas cosas, me estoy quedando corto…

jueves, 14 de mayo de 2009

Un segundo, por favor...

Que me disculpe todo el mundo, me dispongo a soñar. Ya me bebí el agua del aire caliente y del suelo, ya creo haber sentido el aliento de los perros que pasan al lado mirándome, ya me apuré todas las uñas. Ahora sólo quiero soñar. Un ratico fuera de este cuerpo que anda atado a todo tipo de ley...

He aprendido mucho de las palomas, es un decir.

lunes, 11 de mayo de 2009

Une chanson des souris et des hommes...



Uno empieza a entender de a poquito. Desde siempre le han dicho que las novelas son producto de un tiempo, un lugar, un tipo de gente. Y uno lo sabe pero a veces lo olvida. Entonces me dicen que para la década del ‘20 al ‘30 y un poco más, Estados Unidos se debatía en tantas dificultades que hoy no creeríamos. La gran depresión untándolo todo con su mierda. Las migraciones dentro del mismo país porque la agricultura y la industria no dan pa más. Las tormentas de polvo, producto de una tierra mal tratada, por falta de caricias. Tantas cosas entre el sol infernal del sur, hobos y una política que no le interesa a nadie, creo. Justo aquí, entre unos matorrales, aparecen dos hombres por un camino de tierra. Podría ser cualquiera. Son Lennie y George. O Tom Joad y Casey.

También podríamos decir cosas sublimes buscando un adjetivo, pero la tristeza, qué tristeza, no deja mirar a otro lado. El producto de un tiempo, el hobo, hombre de bultico al hombro cruzando los caminos del sur, buscando… Son ellos dos. Esta vez no pueden arruinarlo. Hay que trabajar y durar, hay que reunir lo que la vieja pide por el pedazo de tierra para retirarse. No más cosechas ajenas. No más deambular sin rumbo. Habrá conejos para acariciar, vacas, quizá gallinas. Sí Lennie, sí podés jugar con los conejos. Y la estufa pequeña para la pieza en invierno. Nosotros no somos como ellos, que nada les importa.

Un hombre con un ratón muerto escondido en el bolsillo. Esperen, no se adelanten con hogueras y lanzas, él no quiso hacerlo. En realidad no quiso, el ratón era muy pequeño y no soportó la caricia. Hay que mimarlo y sentir sus pelos que se crispan en la mano. Tan pequeño, guardando un pedacito de ternura en el bolsillo. Al hombre le quedan muy pocas cosas hoy en día. Le arrebatan hasta la dulzura del camino con esta necesidad de encontrar algo. Olvidaron llevarse la sensualidad que es como un alivio mínimo pero posible, ratón… Y se mueren. Como si todo al alrededor también se pudriera con el hedor de las manos. Pero yo no busco sino un consuelo, los conejos que no son tan pequeños y aguantan más.

Dos hombres viajando juntos es una imagen poco común por estos lados. La mayoría llegan solos, cumplen su trabajo, reciben el pago, agotan las putas del pueblo y se van. Y gracioso, divertido. Un hombre inteligente, se nota, con éste que ni puede hablar sin atragantarse. ¿Le robará el pago? No, no puede ser eso. No parece un mal tipo…

La verdad es que sin Lennie, él podría tener un trabajo normal y gastárselo en lupanares amarillos, como todos. Y reunir lo que la vieja pide sin problema para retirarse antes. Hay que cuidarlo para que no se meta en problemas y no le agarre las tetas a las niñas, qué fastidio. Se vuelve insoportable a veces, y cuánto hemos tenido que correr para que no nos mataran. Pero es mejor así, que un camino entero para uno solo. Hay que conversar con las piedras y el aire lo presiona a uno más contra la arena. Qué más necesita uno ya con esta miseria. Y él tampoco lo hace con mala intensión, sólo es un poco idiota y ya, no hay mucho pecado en eso. Por poco juntamos lo que la vieja pide por la tierra. Habrá conejos y vacas y una estufita para calentar la habitación en invierno. A Lennie le emocionan los conejos. Dentro de poco. No vamos a tener que buscar más caminos, bajo el sol. Sembraremos para comer. No habrá que preocuparse de nada. Y estaremos juntos y tranquilos…

Elucubración ingenua de una obra sangrante


Un pequeño comentario al poema Corazón de Barba, mi poeta.


FUEGO LEONADO:

EMPRENDIÓ EL MONÓLOGO que le hablaría de verdades horrísonas —y supo cosas lúgubres, tan hondas y letales—: saetas en dirección al hombre. En su habitual cualquier lugar, le preguntaría al mundo el porqué de esta desazón suprema… Se alejará, así, de esos que no comprenden la naturaleza de un hombre, encontrando efugio en su corazón ígneo , sancta-sanctórum de perdidos y marihuanos… Pero el corazón no tiene lengua de miel, escupe dagas de retórica sangrienta. ¿Acaso no lo sabías, Ashaverus?

«Tú, corazón florido, háblame ahora, todavía tienes voz. Tú, que eres de mí el canto, el Numen que me consuela… Hay en ti lo poco bueno que de mí queda. No quiero que el tiempo apague tu canción. Pero la vida está acabando, y así como este cuerpo llagado tiene que morir, tu ardor ha de marchitarse, no seremos sino la idea de una obra errabunda, de una poesía en antologías dormidas. Morirás: las cosas son la espuma del tiempo en nuestra mano, y tú y yo las cosas en la mano del mundo. Ah, mi corazón…».

Porque quien a las inmensidades se asoma… Y es más fácil perderse en el bosque hechizado de adentro, ese enmarañado tramo de recovecos y desilusiones, que en el espectro ralo de cuerpos afuera. Te asomaste a tu corazón con la esperanza de calma…, olvidaste que de alaridos tiene cántaros. Y esa verdad te acongojó profundo, como anzuelo se agarró a tu carne con firmeza mientras tú, vesánico, tratabas de sacarla sin importar el daño que causara. Así lo entendiste todo: aquellos seres sonámbulos no le hablaban a su corazón ni llevaban en él el túmulo de un Dios, nunca habían visto de frente la estrella de la tarde, ¡no eran hombres!

Y saber que hay quienes han hecho, sin estremecerse, el viaje del útero al sepulcro y tú no has sido sino un perenne temblor. Ahora que del misterio tienes la esencia, que sabes que no eres más que tiempo y unos cuantos comentarios, el fuego de la vida no te debe quemar tanto:

— …escuchadme esta cosa tremenda ¡HE VIVIDO!
He vivido con alma, con sangre, con nervios, con músculos
y voy al olvido…


VERDOR EDÉNICO

«Pero sobre todo, conciencia obsesionante del giro fugaz de los días.»
Claves II


SE LE HABLA A UN CORAZÓN, lo que en definitiva es distinto a dirigirse a un alma… o tal vez a un hombre. Y se habla porque sí: que salga de aquí la palabra y germine en otro lado, donde sea que caiga. El poeta en su búsqueda tendrá amargos encuentros y no habrá mejor remedio para las cuitas ríspidas del hombre profundo que el canto, desangrarse en un plañir dionisiaco.

Y ese corazón, ¿qué es, qué le habita? ¿Es per se un fondo, un espejo de reflejos humanos, un día? En su opulenta naturaleza de flama carmesí, por siempre ardiente, todavía… por siempre ardiente, ¿es el ímpetu romero del poeta?

Hay en él melodías y susurros, himnos de un paso perennal, de su latir tantas veces equívoco. Le habitan, en una mano aspérrima, caricias bucólicas de lejanas comarcas, ¡ha cuánto pasó! Y la tristeza, la azul melancolía, azul imposible del niño bañado en brisas de azahar naranja.

Está escrito en su corazón el llanto de periplos acongojados, cansados; la miel en ellos alcanzada. El placer de la sombra bajo nuestro árbol, el olor humilde de esa felicidad, el leve abrazo de la Gloria, ¡el amor! Todo cuanto hubo y llegó en la voz del viento está en la poesía…

Pero… pero el todavía también habrá pasado. Lo salvado en el andar, en el crear, en el perder, para poco habrá servido. Se oirán furores de abismo en el reducido espacio de un puño en cólera, temblarán mis cimientos y caerá el telón con su abrazo de tierra sobre el rescoldo de mis días. Acta est fabula!, corazón. Mi postrer acto ha terminado…


CERÚLEO ACUÁTIL

«Y he visto el mar, que todo lo compendia…»

AQUÍ O ALLÁ, SIEMPRE HABRÉ DE MARCHITARME. Envuelto en el rumor del mar… qué suave la brisa en su pueril caricia. Habré de marchitarme… Llega el agua a mis pies con prisa y de igual manera se va, como si no fuera posible descansar, un segundo en el lecho del ocio y ya… Habré de pasar, como el agua que se va… Y yo, que mis reservas llené del goce y la alegría, ando, a tientas, sobrecargado de sueños, con un fardo de días caducos:

—«Qué vana es la vida…
…qué inútil mi impulso…»

Adelante está el retorno, a lo lejos, saludando desde un monte lontano… ahora es el mar quien me abraza. Y su playa, con rastros de arena borrosa, deambula por sus olas con pasos de sabor canelo. Soy parte de la arena en la que yazgo, quieto, inmóvil, mientras todo en rededor gira, riela, vibra, cintila… soy el peón de una grave melancolía.

—«El tiempo es breve y el vigor escaso…»

Haber cantado en el coro de la vida con tal ímpetu y virilidad… ¿para qué? Yo, que no temí a las Furias y en esquife azul surqué los mares de mi América, yo, «tan raro y tan amante», temo contemplar la futilidad de mi ilusión… Sufrir la miseria humana en nombre de empresas efímeras y vanas...

—«De sueños turbios y versos claros estaba loco…»

¿Qué pensarán los otros al verme así, tirado, como domingo roto, sobre la arena? ¡Qué importa!, también ellos habrán de pasar… El mar revuelve el aire y estoy solo…

Quise hacer de mí un monumento, pero el tiempo me destruyó antes. Huyéndole a los avatares, laboré una vida: maltrecho, malsano y piadoso, con el corazón saltando en cada cimera, desbordando encanto, hendí el tiempo con mi ritmo inseguro. Como el agua que viene y va, que roza mis zapatos y embebe la arena cercana y se lleva algo de ella… así pasó la vida…
Yo creo que la cosa podría tener solución, sólo si ella deja de sonreír cada vez que le pongo el café en la mesa. Entonces no soy yo el del problema. Cuántas instrucciones le voy a tener que dar para que no repare mis uñas cuando suelto el platico del azúcar. Que las comisuras de la boca son para no babearse y deje de apretarme desde lejos con ellas. Las mujeres son animales desconsiderados. Ella es el problema, eso está claro. Si no se volteara y dejara de hablar cada vez que paso… Pero no. La cucharita se quiebra la cabeza contra el plato cuando me acerco; la bandeja se diluye, como derritiéndose en una masita caliente que todavía tengo en la mano. Le divierte verme así. Y vuelve a reírse, arrugando la servilleta de la torta. Si supiera como la toco cuando hay mucha gente y todas las mesas se aprietan. Que viera cómo la veo, y dejo de respirar... Y hay una cosa que nos salva a toda hora que se parece tanto a la indiferencia. Yo he pensado en decírselo. Que el amor no es asunto de cobardes, los amorosos, las casitas verdes de verano, y todo eso, ya sé. Pero nunca cuentan con ese dulce de niños que sabe mejor si no lo abres. Todo para el estómago. No quieren con ganas a las sillitas cómodas, ni al pasto, ni a las calles solas por la noche, ni a la luna de hueso del viernes, ni al azúcar, todo más bello mientras más inútil. Y es precisamente ese silencio el que me permite adornarla. Que nadie me diga nada de ella. Porque cuando la tenga entre mis números en el teléfono, ya se sabe que la cosa va a cambiar. Ya puedo reclamarle algo y al trasto la poesía. El problema puede que no tenga solución. Mientras piense solucionarlo… En realidad el aire está mucho mejor así. Y se obliga uno a pensar en ser humano y escribe tonterías sobre la especie.

miércoles, 6 de mayo de 2009

Sobre un cafetín


Dobla la esquina a la derecha y llega al Portal, una cerveza lenta, el repertorio usual de sonrisas, cómo quedó el partido, qué decía el tablero ayer, para seguir el camino, Cuesta abajo. Refresca un poco darle al tiempo pausas: ahí, adentro, entre el murmurllo y la canción —café, el abrazo, libros—, hay algo de esa calidez que, dicen, nos caracteriza.

«Buenas noches don Julio, cómo está…» La pared, ya sentados, nos mira con su argéntea impronta de años, de un tiempo que no nos tocó. Otrora piezas de lugar común, hoy, la memoria en imágenes casi de olvido nos saluda desde allá arriba, como desde una atalaya. La primera media, los guiños tempranos de entonación etílica y… gradualmente, comienza a embebernos el alcohol.

Percanta que me amuraste, Gardel, en lo mejor de mi vida… No sé cuántos se han preguntado por qué habrá que volver. Será mejor el envejecimiento del anís, o se sentirá uno menos culpable. Imagino cafés parisinos donde lúcidos piantados apuraban ajenjo y sopesaban filosofías descaradas, donde, bajo el vaho de camaraderías, planeaban mayos de futuros ’68s y Montesquieu prohibía el café… Pienso en arrieros ebrios y felices, se siente la nostalgia de un pasado que no se ha podido perder aún.

No sé cuál será su plus —y me he preguntado enredado en melodías—; lo cierto es que, cual hijo pródigo que no partiese nunca, después de entrar por primera vez, se le ve sentarse en la barra, con las manos perdidas en los bolsillos de frío, la mirada baja y la voz un tanto trémula, entrando de nuevo, saluda, llega un aguardiente y…

De la pared, como museo errante, miran las figuras de aquellos que cantan, componen, desvarían. Troilo mira a Marini y el último, al tríptico real. Con guitarras fieras apuntan a los tres de la Ranchera —y faltó Solís. Gardel, duetos y tristeza, pléyade de fulgentes criollos aseverando a gritos su atemporalidad. Cuelgan, también, metales de uso prístino, imágenes del brumoso ayer, canciones ya casi olvidadas. Entonces uno entra, pide a beber y el encuentro se hace inevitable: un reguero de recuerdos tirado adrede contra la pared.

Lo poco que uno recuerda. La música allí, como algunas poesías, hechiza. Sí, es lo que uno recuerda, el resto ya no está presente: gustó tanto la canción que la botella, poquito a poco, se fue muriendo… Recuerda que, entre brisas de aguardiente y café, el Son plateado de los discos viejos y la sensación del ayer metiéndose por los dientes, lo vieron salir de El Mojicón cuando el último pagó la cuenta, trece cobijas fueron su arrullo y al día siguiente, de nuevo, doblaba la esquina…

(Por la foto a Oscar Tamayo, gracias...)

Pubertad por Munch, el exprimido


Quisiera dar cuenta de mi impresión sobre esta tela, por su diagnóstico de duda, pero no tengo en la mano sino vanidad. Me sentaría a decir lo que la mente aún recuerda —a dubious countenance— y rebotar contra el papel mi elocuencia común. Pero qué diría sobre el cuadro con absoluta sinceridad sensual, nada. Pocas veces puedo abstraerme al deliquio ilógico de creerme superior. Sin embargo, ah!, acaso se acosan más los sentidos que frente a una obra tal, ah! y repito: ah!… La figura solitaria de final de siglo, la cama muda y sin expresión, las sábanas de un blanco agrietado, los senos en conquista tardía de la hembra, las manos de decoro y el sexo oculto. Pero la sombra, la única protagonista de la figura, la sola presencia del cuadro. Podría evocar cualquier palabra que no dejaría de ser una befa al artista —o bien una confirmación de mi poco talante artístico—, prefiero ceder mi voz a la cita y postergo mi vid a otra coindicencia, a otra nube cubriendo el sol.

«Cuando paseo bajo el brillo de la luna —entre viejas construcciones cubiertas de musgo que entre tanto me son familiares— me da miedo mi propia sombra. Cuando enciendo la lámpara, veo de repente —mi sombra proyectada sobre la pared y el techo— y en el gran espejo que cuelga sobre la estufa me contemplo a mí mismo —mi propio rostro de fantasma. Y vivo con los muertos —con mi madre, con mi hermana, con mi abuelo, con mi padre— sobre todo con mi padre. Todos los recuerdos, los más pequeños detalles —desfilan ante mis ojos», dice Munch sobre aquel espectro sombrío. Cómo querer perturbar la lucidez de tal simpleza con mis invenciones de otro tipo de oscuridad que es mi sordidez.» —Munch

De pensar la vida, nada…



Algunos tiemblan porque la vida se les va, otros porque va a empezar, y nacer no duele precisamente al que ve la luz. Yo tiemblo porque mi libro se va a acabar y ya siento el vértigo que se acerca despacito con sigilo, con uñas. Pero quiero temblar, también, por otras razones, sin necesidad de volverme bucólico y verde: temblar ante la luz del semáforo que se quita el sombrero y me ayuda a cruzar la calle. Como buscando porque sí, por ahí, algún motivo para seguir abriendo, grandes, los ojos. Y volver a encontrar a Brassens renovado, afranchutadamente nuevo en cada canción. Que sean simples excusas de azúcar para no ver a Louis-Ferdinand tan de frente, obviándolo un poco entre las aceras y las sillas de la calle. No hay que empeñarse en ser esa conciencia limpia del lamento, pero el hombre tiene una habilidad monstruosa de resistencia al hastío. O si no, tantos bares, tantos parques y pasabocas en la mesa, tanto arte. Para ver cada tarde amarilla, verde o azul, otras, simplemente otra cada día y siempre la misma, las manos embadurnándonos la cara, tapándonos, tratando de hacer la cosa más fácil… Y sí, ¡qué vida fulgurante!, entre árboles, crispetas, mujeres ávidas, sabias, qué vida. Con el Génesis de nuestro lado, el agua, los cigarrillos, la noche sólo para nosotros. Dilo y tírate a llorar, nada es tuyo. ¿De qué nos sirve si tiene que ver tan poco con lo que somos: vanidad? El sol es una noticia terrible al amanecer. Vamos a continuar, cerremos los ojos. Que corran los carros, los pájaros y camina, si todavía tienes calle. Y más te vale convertirte en poste.

martes, 5 de mayo de 2009

Antes de decirlo, un silencio…

Si me siento a la mesa, alejo una silla cualquiera y me pongo un rato frente al cuadro, el espacio en blanco, ¿qué voy a decir? A lo mejor me daría a la reflexión, que es hermana del ocio, y que con algún acento pretende ser estética. Pero como he aprendido: no tengo nada que decir. Ahí está el vacío. No tengo ganas de tirar nada a la basura y mucho menos ningún tipo de tesón con el cual desarmar mis filosofías tibias. Seguiré preguntando mientras conozco bien este lienzo pelado, en el tictac de las agujas, en los ruidos del estómago de la noche. ¿Qué se dejará robar el vacío con un lápiz? Está en la imaginación que todavía le duele una muela y no ha superado la noticia costera en la emisión del mediodía. Ella también tiene algo que decir, como Flaubert, un imaginario mas no conocedor. Quizá, el beneficio de la duda. O simplemente desvariar, agarrar el aire de la cola y sacudirlo que alguna cosa debe saber. Juntar momentos con pega en un afiche de retazos de caprichos y azares. Yo creo que en esta suerte de encantos hay algún valor. Y si no, por lo menos siguen siendo encantos…