Si me siento a la mesa, alejo una silla cualquiera y me pongo un rato frente al cuadro, el espacio en blanco, ¿qué voy a decir? A lo mejor me daría a la reflexión, que es hermana del ocio, y que con algún acento pretende ser estética. Pero como he aprendido: no tengo nada que decir. Ahí está el vacío. No tengo ganas de tirar nada a la basura y mucho menos ningún tipo de tesón con el cual desarmar mis filosofías tibias. Seguiré preguntando mientras conozco bien este lienzo pelado, en el tictac de las agujas, en los ruidos del estómago de la noche. ¿Qué se dejará robar el vacío con un lápiz? Está en la imaginación que todavía le duele una muela y no ha superado la noticia costera en la emisión del mediodía. Ella también tiene algo que decir, como Flaubert, un imaginario mas no conocedor. Quizá, el beneficio de la duda. O simplemente desvariar, agarrar el aire de la cola y sacudirlo que alguna cosa debe saber. Juntar momentos con pega en un afiche de retazos de caprichos y azares. Yo creo que en esta suerte de encantos hay algún valor. Y si no, por lo menos siguen siendo encantos…
El punto es que comenten; ustedes saben, queridos: es necesario...
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