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martes, 2 de noviembre de 2010

Como en las tardes frías de las tierras altas...

Tres monjas color beige vienen por la izquierda rezando lo que se reza a las cuatro de la tarde; la mujer de las botellas va y recoge sus botellas de día en los lugares de la noche. Hay una reunión casi metálica de nubes en los ventanales del edificio al frente. Mongo le soba las manos a J. que cinco minutos antes tomaba café conmigo en la misma mesa, antes de sentarme aquí. Las gafas gruesas de esta señora pequeña saben sólo de dios, es lo único que pueden saber. Cladia, digno ejemplo de su cuerpo, sabe, caminando todavía, que quiso a otro hermano mío en las noches de conocer el alcohol. Apuradas, lucen con frío sus falditas a cuadros las estudiantes y comen conos y a veces se ríen, como en las tardes frías de las tierras altas, como siempre, como casi siempre. Una familia con rasgos que desconozco: somos un poco la ciudad que no perdió la nostalgia triste de lo bucólico. Aquí adentro tomamos café todavía y siguen hablando, como todas las otras tardes, mientras juegan a tapar el sol las nubes, asomándolo entre reflejos y sombras. La profesora vieja, madre de mi generación, nos mira; se debe preguntar por qué no estoy trabajando o estudiando o seduciendo niñas que no sean sus hijas. Don Guillermo goza la música. Las cuerdas cubanas se le agradecen a Ráquel, en la barra. Un tipo mínimo, no por pequeño sino por anónimo, lleva de fardo al hombro un costal y sigue hacia abajo quién sabe adónde. Si fuera como todos a las seis podría decir que va al altar de la virgen, pero ni él es como todos ni son las seis todavía. La capilla no cierra las puertas esperando el tiempo de sus parroquianos. Mongo se va porque no hay café, aunque siempre tome agua aromática. La luz es débil en la pared blanca de la capilla y ya puedo mirar sin cerrar tanto los ojos: don Guillermo alza la voz, yo finjo estar interesado. Ráquel dio con una olla al suelo. Los periódicos no dicen nada y nos reímos de ella. El doctor Téllez baja a su casa, lleva un buzo azul, de lana. Se levantan los primeros vientos fríos de la tarde, como siempre, como casi siempre. Pasan de nuevo las gafas y su señora, a la comida. Sube igual el doctor Téllez. Las campanas de la capilla, como siempre siempre, activan sus cuerdas.

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