El punto es que comenten; ustedes saben, queridos: es necesario...

jueves, 18 de febrero de 2010

Tendría que estar explicándole a alguien por qué me preocupa la soledad, yo sé, incluso a otra mostrarle mi mejor Abelardoliveira, pero no podía. Cómo querés que no te tenga dando vueltas en estas puertas matutinas trasnochadas que es recordarte, ah… Es mejor concentrarse en esta confusión de la noche que seguir directo a la cama sin zaguán ni amuse bouche (cuánto me cobrarían este esnobismo chic y este paréntesis cabreriano), hasta mañana. Digo que al final de la noche, la pública, que no siempre es la más elaborada o sucia, te me aparecés, como el fantasmita trabado que sos, y seguís entre las teclas que no pueden sonar pasito, saltando, sacando la lengua como para tocarme. Entonces, volví. Sí, pensar sólo en vos, encima del hambre y del colchón. La noche de la otra noche, cuando no me dijiste qué hacer. Yo pensaba que el paisaje que me prometiste al montarme al carro, al reclamarte una vueltica antes de dormir iba a ser un saludo de monte, ligero y explícito, a todos mis amigos. Los encontré en el dibujo de las puertas que se cerraban porque queríamos privacidad, en un cuartico privado. En un juego en el que yo seguía sin saber… Terminé enrollado en un preámbulo al jacuzzi mientras me babeaba al ver que un teléfono sabe hacer tantas cosas con sólo oprimir el nueve. Digamos que, como te lo dije cuando ni me oías y tenía mi dedo en la oreja, fue cuestión de entender la diferencia entre tres o cuatro letras que hasta suenan parecido… Por ahí estaba yo, evitando esos abismos que se lo llevan a uno cuando levanta la cara… No es que lo entienda ya, de nada me serviría entenderlo, pero volver sobre estas cosas te motiva, a no sé qué, a volverte humo literario, lo que debió ser y no lo que fue.

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