1. Hay un hombre que sólo existe en las escalas de mi edificio. No sé nada de él, escasamente veo su carro junto al mío y nada más. Cuando voy de afán para la universidad, o cuando llego con el estómago apretándome el paso, veo lo plano y sencillo que es. Pero como digo, sólo existe en las escalas de mi edificio —que adivino vive en él también. Sino fuera por eso, el vehículo que siempre veo al lado del mío igual podría ser de alguien más, alguien con quien me cruzase en las escaleras...
2. Voy a Mango’s, club de pasiones, y empiezo a ver a los dormidos más despiertos. Bailan y cantan con ganas… pero duermen. Lo curioso no es esto. Lo particular es que si tú llegas despierto pero no con tantas ganas de festejar, para ellos estás dormido e intentarán dormirte para que despiertes. Y si les parece necesario, van hasta tu casa para asegurarse de que duermas con los ojos bien abiertos.
3. Bebo lentamente mi café y veo el mundo pasar. La señora que vende dulces se me acerca con cordialidad. El chico encargado de mi mesa suele arrimarse a preguntarme si todo marcha bien. Lo despido con un gesto afirmativo. Llega un mendigo muy bien vestido a mi mesa y pregunta si le podría ayudar con algo. Todo esto mientras dure mi café. Una vez el posillo está vacío, aquel educado mendigo se vuelve tosco y vulgar, la señora me inoportuna con su perturbadora insistencia y el chico, el cual me toca llamar porque no encuentro por ningún lado, trae otro café a mi mesa, ¡conque presteza y elegancia!, pienso al tomar el primer sorbo.
4. Lo he visto en la portería sacar su cabeza por la ventana cada vez que visito a mi mujer. No lo conozco, mas el sí me conoce a mí: sabe mi nombre. Quise indagar sobre él, pero yo mismo me detuve: de nada me vale saber sus fracasos y fortunas si cada vez que me aborda es para detenerme…
5. Un día se me perdieron las gafas. Las busqué por todos los lugares donde recordé haber estado: farmacias, cafés, iglesias. Me remordía el hecho de estar tras algo que no creía necesario, a fin de cuentas, no las necesito para leer. Las busqué todo el día hasta que, antes de acostarme, agotado de tanto buscarlas, me las quité para que en el sueño no se fueran a dañar.
2. Voy a Mango’s, club de pasiones, y empiezo a ver a los dormidos más despiertos. Bailan y cantan con ganas… pero duermen. Lo curioso no es esto. Lo particular es que si tú llegas despierto pero no con tantas ganas de festejar, para ellos estás dormido e intentarán dormirte para que despiertes. Y si les parece necesario, van hasta tu casa para asegurarse de que duermas con los ojos bien abiertos.
3. Bebo lentamente mi café y veo el mundo pasar. La señora que vende dulces se me acerca con cordialidad. El chico encargado de mi mesa suele arrimarse a preguntarme si todo marcha bien. Lo despido con un gesto afirmativo. Llega un mendigo muy bien vestido a mi mesa y pregunta si le podría ayudar con algo. Todo esto mientras dure mi café. Una vez el posillo está vacío, aquel educado mendigo se vuelve tosco y vulgar, la señora me inoportuna con su perturbadora insistencia y el chico, el cual me toca llamar porque no encuentro por ningún lado, trae otro café a mi mesa, ¡conque presteza y elegancia!, pienso al tomar el primer sorbo.
4. Lo he visto en la portería sacar su cabeza por la ventana cada vez que visito a mi mujer. No lo conozco, mas el sí me conoce a mí: sabe mi nombre. Quise indagar sobre él, pero yo mismo me detuve: de nada me vale saber sus fracasos y fortunas si cada vez que me aborda es para detenerme…
5. Un día se me perdieron las gafas. Las busqué por todos los lugares donde recordé haber estado: farmacias, cafés, iglesias. Me remordía el hecho de estar tras algo que no creía necesario, a fin de cuentas, no las necesito para leer. Las busqué todo el día hasta que, antes de acostarme, agotado de tanto buscarlas, me las quité para que en el sueño no se fueran a dañar.
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