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jueves, 23 de abril de 2009

En una noche de solo juego


Y si en aquella esquina del Bellavista, antes de comprar los posters que luego dejaría en un taxi en Córdoba, me hubiese encontrado con quien saborear la noche en el bar de Blues, y pudiese decir todo esto sin trastabillar. La cerveza tendría un reflejo en la mesa. No habrían libros estorbando entre las servilletas y los platos, sino guías de exhibiciones y películas, como tratando de organizar, de pintar con orden y lógica el tiempo que no tendría más igual que ese instante, sentados en esa mesa y listos a abandonarse en algún lugar sin fijarse en los afiches en la acera. Bellas Artes, jardines botánicos, El Biógrafo y paseos peatonales. Habría que contar chistes para verla reír con esa superposición de líneas en los labios, mirando hacia las paredes blancas del lado, buscando un árbol o una de esas planticas que insisten en vivir entre el cemento. Uno que otro déjà-vu para mostrarse interesado, y pediría que siguieran caminando por la Alameda hasta no llegar a ningún lado y tuviesen que regresar a casa porque mañana había estudio, o trabajo o viajes que no se pueden posponer y ya es tarde, recuerda. Pasan otra vez sobre los grafitis tontos, los palos de primavera lenta, los rotarios que no se dejan cruzar, las miradas en las aceras del frente. Camino a casa, al hostelcito, la ciudad andaría sola con esas plazas y calles abiertas para pasearse de la mano de nadie. Tan sólo esperando con los ojos puestos en la luz roja del semáforo que este sueño tuviese un impacto en la realidad paralela de los buses, los postes de la ciudad, y que al terminar de cruzar esta avenida, en la esquina donde estuvo pensándolo, la encontrara; confundida, como perdida entre la gente porque no sabe la dirección, la hora, sin sospechar qué busca. ¿Te gusta el Blues?, conozco un buen lugar por aquí cerca, claro claro, sin notarse ya el rojo tiñéndole la cara.

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