Habría que quejarse y decir que, en definitiva, todo es tan ajeno. Que sólo por ser indolente, el mundo sigue girando y no sirven de nada los gestos amables o los libros. Seguirá siendo todo igual a pesar de mi misantrópica camisa azul, a pesar de mi sorna, el jazz y las mesitas que están todas ocupadas. Hace falta empeñarse en afilar las uñas de cara al recuerdo para poder seguir, como la pelota azul, girando, sonriendo, pintándose de obsesiones. Llenarse de excusas. Abrazar la idea de que el del problema no eres tú, aunque no puedes estar seguro, el mundo se cansó de tener la razón. Que la Tierra nos hizo estúpidos como venganza, para no herirla tanto, pero olvidó la obstinación, la habilidad del hombre en mejorar sus facultades destructivas, de autoaniquilamiento armónico, ah… Hacerse a la idea de nuestro error.
El punto es que comenten; ustedes saben, queridos: es necesario...
Lo dicho antes...
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