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martes, 28 de abril de 2009

Retrato de una niña por Oscar Kokoschka


Va a ser una noche oscura como otras, de sombras. Ya casi amanece, el sol escala las montañas encendiéndome la Tierra encima. ¿Qué habrá pasado abajo? El pan pudo haberse secado antes de salir del horno, el agua se quedó sin travesía, el hombre se habrá inventado una guerra porque las galletitas no tienen el mismo sabor, ¿quién sabe? Para qué crecer y llegar a la terrible conciencia de ser humano… para qué, sino para hacer parte de lo pequeño y de lo simple y presenciar su absoluta belleza. En el mundo está todo lo que el hombre ha logrado crear, tanta majestuosidad que no deja de asombrarnos, pero más hay en la roca que me raspa la mano e imprime esa piel contra la mía. Estas hojas, acaso no son también una muestra de ingenio y meditación, logros y fracaso… ¿Quién me imaginará, yo imaginándome? La polillita nocturna, parece ignorar que estoy aquí, vuela sin miedo de mí, como si no fuera suficiente alerta saber lo que niñas como yo le habrán hecho a polillas como ella. Cumple con su tarea que es volar, posarse de vez en cuando en una rama y reincorporarse con sus patitas al aire. Cuánto tenemos que aprender de estos cuerpos tan pequeños, ni siquiera sabemos qué es lo que debemos hacer. Nos inundamos en un río de equivocados. Los que deben tocar el tambor son aniquilados por estar usurpando oficios menores. Si estos supieran su deber y lo aceptaran, y el del monóculo se dedicara a él, todos actuaríamos con la naturalidad del vuelo de la polilla y la muerte no tendría eufemismos. En el cielo habrá una respuesta... Como ahora, uno no podría decir si el sol nace o muere, pareciera que la vida y la muerte se abrazan por un segundo. Las estrellas en el aire y el viento sopla todavía; a esta hora el hombre vuelve a ser hombre.

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