Primero, y crucial, el agua. Buscar en la calle, en todas las calles, escarbar entre las aceras, el rastro del agua que corre en las acequias y seguirla, no importa adónde, no debe importar, simplemente seguirla dispuesto a toparse de repente con algo que huela a ciudad. Mientras fluís por la acera, hablar a ratos con el perro de la esquina en Corrientes, no hay ser más urbano que ese perro, conocedor de sombras y sobras. Y si te encontrás alguna, las palomas también te pueden guiar.
En Beltrán con Montecaseros, puedes escuchar un tango viejo, sólo necesitas disposición de piedra, de viajero que espera, de monumento que escucha. Y seguir el arroyo… Tal vez llegués al portón sublime, a la barandita, a la banca de parque donde podrás leer que en Mendoza se hacen buenos vinos —hay mucho lugar común y frase de cajón en los libros—, y a la puerta linda que se abre cuando los de adentro tiene que ir a trabajar. No hay mapa más completo que lo que el agua explica.
Ahora recuerdo, Lu, cuando me decías que no importa dónde vayas, siempre vas a encontrar Coca y pan. Tenías razón. Comé un poquito de pan y volvé a sentarte a leer en los libros de vino y mirá cómo entra la masa en ese fogón improvisado, qué sabor, muchas gracias señor… Entonces hablábamos de agua: ve con la corriente, contracorriente, nadie te va a parar. Háblale, ella ha vivido más que tú, o no, pero ha vivido. Y es importante no intentar entenderla.
En Mendoza también te puedes poner a pensar, hay muchas banquitas esperándote en el parque. Decir que estás aquí y luego será Santiago o Rosario o San Luis y que estar saltando el mapa como jugando golosa es casi un comportamiento de dioses. Hay cosas que se parecen tanto a estar feliz, aunque toda tu ropa esté sucia y no huelas a anuncio de Gautier en el día y mucho menos en la noche. Y tomá alguna foto. Cuando menos pensés, vas a notar que siguiendo el agua se te fue todo el tiempo, que a lo mejor el agua se lo llevó, y que las agujas se han posicionado al punto de salir corriendo para alcanzar el bus. Bon voyage...
En Beltrán con Montecaseros, puedes escuchar un tango viejo, sólo necesitas disposición de piedra, de viajero que espera, de monumento que escucha. Y seguir el arroyo… Tal vez llegués al portón sublime, a la barandita, a la banca de parque donde podrás leer que en Mendoza se hacen buenos vinos —hay mucho lugar común y frase de cajón en los libros—, y a la puerta linda que se abre cuando los de adentro tiene que ir a trabajar. No hay mapa más completo que lo que el agua explica.
Ahora recuerdo, Lu, cuando me decías que no importa dónde vayas, siempre vas a encontrar Coca y pan. Tenías razón. Comé un poquito de pan y volvé a sentarte a leer en los libros de vino y mirá cómo entra la masa en ese fogón improvisado, qué sabor, muchas gracias señor… Entonces hablábamos de agua: ve con la corriente, contracorriente, nadie te va a parar. Háblale, ella ha vivido más que tú, o no, pero ha vivido. Y es importante no intentar entenderla.
En Mendoza también te puedes poner a pensar, hay muchas banquitas esperándote en el parque. Decir que estás aquí y luego será Santiago o Rosario o San Luis y que estar saltando el mapa como jugando golosa es casi un comportamiento de dioses. Hay cosas que se parecen tanto a estar feliz, aunque toda tu ropa esté sucia y no huelas a anuncio de Gautier en el día y mucho menos en la noche. Y tomá alguna foto. Cuando menos pensés, vas a notar que siguiendo el agua se te fue todo el tiempo, que a lo mejor el agua se lo llevó, y que las agujas se han posicionado al punto de salir corriendo para alcanzar el bus. Bon voyage...
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