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sábado, 31 de octubre de 2009

Microficciones casi urbanas

1. Estaba en la tienda al frente del Colombo. Acababa de ver una película. Me gusta tomar algo antes de irme para la casa. Escogí una sillita un poco apartada de la calle donde pudiera tomarme la gaseosa en paz. Entonces vi una muchacha sola llorando. Hablaba por celular. Me quedé pensando qué causaría esas lágrimas. La miré fijo, disimulando un poco, y me di cuenta de que también ella estuvo en mi misma sala, y que estaba acompañada. Con la luz que antecede el espectáculo, pude ver que quien la acompañaba era más que una amiga. No suelo juzgar a priori… Aunque ahora que la veo llorar, tampoco puedo confirmar nada; sus lágrimas pueden hablar de emociones, pero no señalan ruptura, muerte, soledad, nada de eso. Toca quedarme con la satisfacción de que un día vi a una chica llorar… y a otra…: a ésa no sé si la vi.

2. Ocurre que en mi Santa Rosa de calles anchas y caras conocidas, pasa alguien en su carro recién comprado y adornado a más no poder. A su equipo de sonido le gusta ser lo único que se escuche. Cuando pasa por ahí, todos nos miramos desde donde estamos y hasta donde el ojo alcanza, lanzamos una mirada de reproche y parecemos estar de acuerdo en nuestra disensión. Sigue pasando el auto en su estertor y las miradas cobran voces y remilgos, vuelve a pasar y ya ni nos podemos escuchar, todos queremos decir que odiamos el ruido y la ostentación, pero hasta este punto ya gritan las miradas y no cedemos a otras opiniones.

3. Estaba con su mujer en un restaurante de comida rápida en Bulerías. Prefirió hacerse afuera porque hacía calor. Ahí sentados pudieron ver cómo un grupo de indigentes improvisaba un cambuche para pasar la noche. La imagen lo conmovió. Cuando le llegó la comida decidió no terminarlo todo y dejarle un poco a alguno de ellos que seguramente estaba hambriento. «¿Querés un poquito de comida?», le dijo a uno de los que ya se habían acostado. «¿Comida?, eso no es comida, eso es sobraos», y se volteó para el otro lado… El hombre quedó perplejo. Todavía no lo ha podido entender.

4. Suelo ir a un restaurante a media cuadra de mi casa que se especializa en crepes. Aunque nunca hablo con el mesero o con el de la cocina, he aprendido a conocerlos un poco, más por la comida: pollo con champiñones es mi plato más común… Fue un lunes que llegué de la universidad y no quería cocinar. Estaba bueno el día para sentarse y leer un rato. Esta vez las cosas no fueron como esperaba que fueran. Desde adentro se oía una voz chillona exaltándose en intermitencias. Creo que era el cocinero. Alzaba la voz para referirse a una cuenta que no se pagó y a unos recargos descarados... Ese día no nos fue bien a ninguno de los dos. Aparte del bolsillo roto del cocinero, el crepe que tanto disfruto ese día me supo a recargos financieros y a números desaliñados.

5. —¿Saliste otra vez con ella?
—¡Pero que no salimos!, no te he dicho pues…
—No, no te creo: cada ocho días te encontrás con ella, eso me degiste, y no hacés nada… no, así no…
—Pero… ¿qué no podés creer? Simplemente nos encontramos y hablamos. Es que así fue que la conocí. Un día fui a La Raza, ¿te acordás?
—...en Palacé…
—Sí, sí… un día estaba aburrido y me fui pa’llá, pedí una cervecita y me senté en el bar, a pensar, y llegó esta nena y se me sentó al lado…
—A lo mejor es puta…
—No, no sé, es que no te digo que llegó de una y se puso a hablar, estaba como medio aburrida y nos quedamos hablando… Esa noche me fui al ratico y me dio por volver la otra semana, cuando llegué ella no estaba, pero igual me tomé la cervecita como para no perder la ida y volvió a caeme, y así…
—¿Y cuándo me la vas a presentar?
—Pues home… cuando la conozca…

2 comentarios:

Campanula dijo...

Muy buenas, me agrado leerte, me gusto la de los crepe, me imagino que los sabores a veces no dependen solo del sentido del gusto.
un abrazo

—G Ochoa V. dijo...

Te imaginás bien. Yo creo que eso pasa y... es bueno decirlo. A vos también es un placer leerte, de veras.

Y gracias...