Pensar sobre Santa es como hacer un
diagnóstico de uno mismo, cosas que no pasan muy a menudo. Quién sabe por qué…
pero para seguir haciendo lo mismo tenemos el resto de la vida… entonces hago
esta digresión y, a manera de carta, te voy explicando lo que pienso. Digresión
disgregada porque con los conversables se les puede hablar así. Las cartas,
Manu, siempre me han llamado latención. No que haya pensado mucho al respecto,
porque hace poco tiempo sé que existía el género epistolar —que tiene más
tradición que la novela, por ejemplo. Steinbeck, el de ‘Al este…’ y el de ‘Las
uvas…’, antes de sentase a trabajar, se tiraba una cartica, o varias, y así,
dice el man, ponía a andar los jugos. Yo sólo quiero escribir cartas.
Santa Rosa. Para nos, La Beatífica. Como
te decía, uno casi nunca quiere pensar en las cosas de todos los días. Perec me
abrió un poquito los ojos con eso de lo ‘infraordinario’, antónimo de
extraordinario. El man se lamenta que uno sólo quiera leer sobre trenes cuando
uno se descarrila. Que lo cotidiano merezca tan pocatención... debe ser síntoma
de algo… pero no estamos aquí para eso… Salí al balcón a fumarme un cigarro,
por eso del humo en el ‘hogar’, y Guanteros a las once de noche un miércoles no
tiene muchacción. Entonces uno se queda mirando un techo de tejas de barro, o
un poste o el muro llegando a Jimaní y se enreda en cualquier pensamiento, cuál
de todos más misceláneo… Y pasan dos perros a ritmo contínuo, dirección
aparentemente clara. Pero van oliendo… orines de quién, qués esta comida, y
así… El pensamiento, invariablemente, se desvía de donde anduviera y se va con
los perros. Distraído ya, empieza a formulase otras tantas preguntas y digo;
cómo conocerán esos perros el mismo pedazo de cemento en la Tierra que conozco
yo?, cierto?... Y claro que no me voy a responder esta pregunta… porque ya
cambié de tema…
El hecho de tener memoria acaecida en La
Beatífica no tiene nada que ver con que uno tenga un paradiscurso que defina
esa memoria. Uno simplemente la recuerda, pero nunca la ha juzgado, y le ha
dedicado más bien poca descripción. Por ende, queda claro que le puedo llamar a
esto una inauguración mía.
Pienso que La Beatífica es un interregno
verde… entre la montaña profunda y los valles nuestros más o menos
cosmopolitas… Empecemos por ahí. Hay verde y gris —y naranja de ladrillo
latinoamericano. Hay virtudes campeches y ambiciones de callejón entre
edificios mole. El capital, incluso, se gana en el potrero y se gasta en los
centros comerciales. El pueblo, el centro seudo-urbano, el escenario
centralizado de comercio y vida común, es un puente activo entre estas dos
maneras de estar vivos hoy. Y eso nos hace varios, de carácter, digo.
Policromáticos, al menos.
Me pareció tan curioso el que no podás
escribir nada acerca de Santa, ahora que la perdiste. La condición de Ulises es
de una imaginación inflamada. Entonces salí a otro cigarro, prendí mi pipa de
ganjah, encendí la música con ‘Vuelvo al sur’ y me fui a mis días de diáspora y
pensé decirte ‘Manu, nos parecemos tanto a este pedazo de cemento levantao en
la tierra. Si no sabés qué decir sobre Santa, decí algo sobre vos, y no habrás
dicho mucha mentira’. Yo, por lo menos, soy producto de mis días pasados aquí,
en completa condición cotidiana, y los días que fui Ashaverus también. Soy, en
este sentido, como N. Parra, ‘mezcla de ángel y de bestia’. Y de Santa me vino
parte de los dos. Una conclusión precipitada sería decir que este lugar fue
hecho para morir bien. Vivir muchos años aquí es instruirse ampliamente en las
bellas maneras de 'finir'.