Vivir con poesía es, según los que saben algo, una forma de vida con vida. Volvemos a la poseía porque la creemos necesaria. Entonces, depurados que ahora somos, quedamos de acuerdo en que la poesía media entre el hombre y el mundo señalándonos la belleza. Sin embargo, hay personas para las cuales la poesía es cuestión de conveniencia. Cuando ven que ya no les hace falta, le echan la culpa a la condición humana y siguen sonriendo siendo otra vez tan estúpidos. Son poéticos hasta que les da hambre, sueño o ganas de ir a otro lado, pero no lo pueden admitir. Callan porque si hablan podrían escucharse, cosa que no logran soportar. Igual en la calle, su postura es de ser sublime con ínfulas de mártir, con aires de poeta maldito en un cuerpo privilegiado. Hemos visto a algunos pasar así. Su insistencia en no querer oírse los ha vuelto maestros de la evasión, amanuences sórdidos de todo tipo de mentira con ojitos suaves. Estos seres suelen caerse en las alcantarillas los viernes por la noche. Nosotros los miramos sin lástima, pero sabemos mantenernos alerta, evitando que su seducción llegue a sacarnos palabras de las que se alimentan, estamos con los ojos hacia afuera. Y si queremos hablar, optamos sabiamente por recordarles cuando fueron como nosotros, eso suele irritarlos hasta las lágrimas. Hasta que se paran de la mesa y vuelven a ser ellos.
El punto es que comenten; ustedes saben, queridos: es necesario...
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