La Beatífica Flor
Mayo del Trece
Qué diría Petrarca, Laura, de
vos. De ti. Yo no sé.
Quizás arrepentido de nunca besarte al menos la cara, qué decires… Para sentirse triste y escribir bien: muy
bien —cita—; yo, como sé escribir mal bien, desearía sí besar y escribir mal de
cosas bien muy bien. No sé no sé… cómo hay,
a veces, impresiones muy ligeras que alcanzan a hechizarle a uno, por decir, el
alma, al menos latención. Cómo. No se sabe… no sé… Entre las nubes de mi y tu
cigarro, los guaros de la noche, los placeres privados, compartidos, y
muchísimas palabras aquí y allá… me siento al final de la noche a memorar
te. A recrear te. A te imaginar. Te reconstruir, menos bella que lo que sos en
lo real, pero algo es algo y bien sabés que se hace lo que se puede. Habitasteste pedazo de pantalla blanca y
aparecés al fondo riéndote, mostrándome la geografía particular de tus perlas a
mascar. Que prendés y prendés me un
cigarro y yo inocente te miro. Y pienso,
con mi gramática enredada. Y te miro y
digo que hay tantas Lauras en la poesía.
Y vos preguntás que si las hay en la mía.
Y yo te digo que no tengo poesía; que preciso, ¡sólo!, de tres noches y
garantizo lampsitos de belleza. O que si
querés le pregunto a dios, que Google lo sabe casi todo y te recito versos del
siglo catorce. Ella vuelve a mostrarme
en detalle las líneas de su sonrisa y yo capturo y almaceno, enternecido
levemente, entre la nube que nos unía a todos.
Ahora, como estoy, no logro entender bien, y me pregunto, ¿por qué detenerse
en la noche a memorar te? Como las respuestas
a mis mismas preguntas suelen ser simples, muy simples, me tranquilizo
diciéndome no worries, sos muy impresionable, y más cuando es la misma belleza... Calma, ‘que no panda el cúnico’, todo está rait:
has experimentado la belleza, es normal que sufrás la llama del empelicule, por
no llamarle pasión, aunque lo sea; que ardás un poquito sólo pensando en Laura,
y lo disfrutés, y lo recreés, y le dés vida en el tiempo a un hecho que, a
vista de marrano, pasaría por simple, fútil y superfluo, anodino. Pero quien es testigo de lo bello no puede
sino pagarle tributo, como en ‘el perfume’ los que de hecho lo huelen: caen
ante él, antel perfume. Ese sería un
ejemplo exagerao de mi caso, al menos por ahora. Porque todavía calmo mi sentir con letras que
ojalá leás, y thechicen como si el mismo Barba testuviera hablando, susurrao al
oído, verdades horribles pero nunca horrísonas: siempre bien arregladas,
apetitosas y apelativas. Ojo con el mal,
ja! Ojo con el mal…
Laura, te celebro y te recuerdo,
Un Gustavo de noche.
La noche del sábado 4 al
cinco.