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jueves, 2 de junio de 2011

El dandy desafiante de Presunción Silva

El dandismo es una institución vaga, tan extraña como el duelo. ―Baudelaire

I want a hero: an uncommon want, when every year and month sends forth a new one. ―Lord Byron

Prolegómeno a De sobremesa

Rafael Gutiérrez Girardot inicia su prólogo a De sobremesa de José Asunción Silva argumentando por qué, para él, la obra no fue bien recibida por el público bogotano en su publicación. Sugiere G. Girardot que la crítica no había entendido la obra dado que ésta “no correspondía a las nociones de novela reinante” La figura del dandy artista, desarrollada ampliamente en la novela por mediación de su protagonista, José Fernández, alter ego de Asunción Silva, no correspondía, mucho menos, a la figura de héroe reinante. Es decir, el personaje retratado en De sobremesa, un “héroe dandy” artista, aristocrático, ¿vanidoso?, incómodo y crítico, no valía la aceptación de sus primeros lectores: los coterráneos de Silva, que Fernández llama, contradictoriamente, burgueses, siendo uno él mismo. Su ostentosa figura de aristócrata de abolengo, trasluciéndose, tal vez, en vanidad y presunción, entraba en conflicto con principios cristianos o conservadores, también “reinantes entonces”. El conflicto se explica en parte desde la mala interpretación que se hace de la vanidad del dandy, un asunto de aristeia, de superioridad aristocrática del espíritu.

Por otro lado, la construcción misma de la novela revela al artista dandy que la compone. El hecho de ser un diario, o sea, la primera persona de Fernández-Silva, y de que el tema del diario sea un viaje al centro de la civilización occidental, un “viaje sentimental [de] las sensaciones del sujeto” dice Girardot, sustentan la tesis de Andrés Lema refiriéndose a De sobremesa: “la novela como construcción y exploración del yo”, un yo-dandy. G. Girardot resalta su condición de novela de artista, solución al problema planteado al autor de justificar su “existencia poética” social y moralmente. Todas estas características formales, aunadas al contenido de la obra, develan un autor político, si se quiere, que se opone en gran medida al público lector inicial. La figura del dandy, rasgo de primera importancia en De sobremesa, amplía la discusión. En aras de profundizar bajo esta luz, proponemos rastrear las siguientes líneas: ¿qué hay de dandy en De sobremesa? Esta respuesta, con algunas consideraciones previas, ¿qué nos revela políticamente, por ejemplo? Y esto último, ¿cuánto influyó en el rechazo que sufrió la obra?

Dandismo

El dandy es, irrefutablemente, uno de los personajes más singulares del panteón literario occidental. Adepto de la distinción, brilla sobre los demás con matices de alto aristócrata, esteta, narciso, orador, amante, quien “gozará siempre, en todas las épocas, de una fisonomía distinta y completamente fuera de lo normal” (Dandsimo: 107). Rastreado en el César, Alcibíades y Brummell, narrado por Chateaubriand, Baudelaire o d’Aurevilly, el dandismo ha estado entre las letras bajo su actual nombre desde el siglo XIX en la literatura anglosajona como una forma peculiar de vanidad, como “la vanidad inglesa”. Charles Baudelaire, en El pintor de la vida moderna, define al dandy esencialmente como “el hombre rico, ocioso [quien] no tiene más profesión que la elegancia”.

Individuo desclasado, hastiado de la sociedad burguesa: hay que tener en cuenta desde ahora que el dandismo surge a causa del tedio, “para ser elegante es necesario gozar del ocio”. Según el novelista francés Honorè de Balzac, tres de las condiciones de la vida elegante son: primera, la finalidad de toda forma de vida es el reposo, el cual en exceso produce el spleen, segunda; tercera: “La vida elegante, en la más amplia acepción del término, es el arte de alentar el reposo” (Dandsimo: 25). Tales son las condiciones de Fernández-Silva; ahora, alentar el reposo excesivamente, así como en exceso causa el spleen, en José Fernández causa una gran insatisfacción, primero; segundo: caídas nerviosas al Maelström.

Crece el dandy en ambientes lujosos y rescátase, sobre todo, su divino talento. Si consideramos que el talento no se consigue con dinero, que es un don que se reparte de a poco, selectivamente, fuera del alcance del burgués, podríamos, entonces, afirmar que ubicamos en este punto la médula del heroísmo del dandy. Lo caracterizan primero una frivolidad marmórea que para algunos es puro estoicismo, segundo su gran vanidad, resultado reflexivo del contraste de lo bello con las cosas del mundo. Que poco tiene que ver con la excesiva toilette que no es vanidad sino la manera más diáfana de ser distinguido. En De sobremesa, obra de albores del modernismo, el protagonista además de ser, oponiéndose a ello, artista, es el clásico tipo dandy decimonónico que, incluso, viaja de Londres a París y Nueva York y habla castellano criollo.

Con Wilde se introduce una actualización al concepto de dandy. Salvador Clotas sugiere una liberación por parte del dandismo de “la burguesa terminología romántica del arte”. Desliga al arte de cualquier base ideológica o moral porque, supone el dandy irlandés, el arte es amoral. Sólo ha de importar el genio, la inteligencia y el gusto refinado. Los últimos constituirían, si se puede, la areté del heroismo dandy: su virtud. Se establecen, como nuevos valores, la frivolidad, la paradoja y las mentiras, la ficción. Para los escritores que dedicaron su pluma al tema del dandismo era éste una especie de rebeldía, con “su propio repertorio de valores”, opuesto al sistema moral burgués (Dandismo: 13). El dandy, es, en parcial conclusión, “el último destello de heroísmo de las decadencias” en palabras del poète parisien.

Aristocracia/Burguesía

La Revolución Francesa puede leerse, à la Balzac, como “una cruzada contra los privilegios”. La burguesía, cansada de ser la única que trabajaba mientras la aristocracia era incapaz de hacer nada más que gozar de su ocio, supo imponérsele dividiendo con los viejos dueños los problemas y la riqueza. Se reconstituyó la sociedad “rebaronificándose”, más específicamente. La burguesía también está en el poder, pero una burguesía que aprecia los valores aristócratas y no duda en adoptarlos cuando lo considera preciso. Una vez consolidado el pacto con el que gobernarían los nuevos socios, le mostraron al pueblo los dientes advirtiéndole. Y, ¿por qué los mercaderes cada vez se parecen más a los señores? Porque aquel que “domina a los demás, habla, come, anda, bebe, duerme, tose, se viste y se divierte de otro modo que la gente despreciada, protegida y dominada” (Balzac, 1974: 40) He aquí el nacimiento de la vida elegante, madre cortesana, entre muchos, del petimetre y del dandy.

Si decimos que fueron repartidos los problemas y la riqueza entre ambas clases, decis que el poder fue cedido en parte, de las manos de la aristea a los mercaderes. El ocio, recuerda el lector más arriba, es una condición sine qua non del dandy, además del dinero. Y el ocio, para la clase burguesa, de motivaciones pragmáticas, “ahora en el poder”, era condenable, marginando socialmente al artista. Surge otro momento crítico: el artista, siendo él mismo burgués puesto le es al dandy necesario “tanto en el vestido como en la ideología, el orden burgués de las cosas” (Dandismo: 12), vase en contra de la burguesía basándose en valores aristócratas para oponérsele, llamándola vulgar, si se tiene en cuenta el nacimiento de la vida elegante. José Fernández, por ejemplo, siendo de una familia adinerada, critica sus costumbres, mina los fundamentos de esta clase. La entrada del diario del día 26 de julio es una muestra de ello: en un ambiente europeo cosmopolita, se dedica el narrador del diario a renegar lo que para él es vulgar en cada una de las personas que ve: “gomoso parisino, que cuentas tus groseras aventuras de taberna y de burdel”. La vanidad del dandy impide rotundamente la vulgaridad.

Fernández-Silva

José Fernández, alter ego de José Asunción Silva, además de revelarnos información acerca del autor ―su intención―, se revela también, en su naturaleza de signo, como el síntoma de algo más. No en la misma medida que cuando decimos agua la sed o el fuego es el síntoma, pero sí en una relación similar. José Fernández simboliza los valores del dandy en una sociedad burguesa que es “copia de copias de lujo abigarrado de la gran burguesía europea”, piensa G. Girardot, valores que, en su obra, le pudieron haber costado el olvido, como le costó un primer rechazo.

El narrador sugiere que Fernández, “la máscara de Silva, como su creador”, creció en casa elegante, los Fernández de Sotomayor y Andrade, aristocrática e influyente. Fue dotado de una fortuna “lo suficientemente rotunda como para pagar sin vacilación todas sus fantasías”, que siempre añoró Silva: si bien parte de la novela es autobiográfica, la suntuosidad constituye una ficción, ya que, José Asunción, aunque de cuna, alcanzó a conocer la miseria. Fernández tenía la capacidad de costear todas sus excentricidades. Y si no, en un caso extremo, sabe el lector que posee las habilidades para conseguirlo. O las amistades.

El rasgo dandy de José podríamos llamarlo vitalidad intensa e insatisfecha por conocerlo todo, “alentar el ocio”, dice Balzac. La actitud del protagonista contrasta con la quietud de “la vida burguesa sin emociones”. Con respecto a las excentricidades de Fernández-Silva, leemos justo antes de la entrada en el diario del día 25 de julio en Interlaken: cuando el relato del diario es interrumpido para dar la voz a la narración primaria, la macro-narración, dice, de Fernández, Saenz, un médico amigo, que lo que le impide ser poeta son “los pasteles trufados de hígado de ganso, el champaña seco, los tintos tibios, las mujeres ojiverdes, las japonerías y la chifladura literaria” (De sobremesa: 217). Excentricidades algunas rayanas en la insania, cuéntanse noches orgiásticas opiadas, que llevan a desequilibrios emocionales bastante originales, como el deseo ginecida, a veces llevado a la acción, de asesinar a sus meretrices. Es, precisamente éste, el escenario donde se desenvuelve José Fernández: una dualidad, marcada por la intensidad, entre su yo sensual y su yo intelectual.

A modo de conclusión

El dandy, un personaje frecuente en la literatura occidental, con todas las características de un héroe específico, el héroe dandy, rastreado en José Fernández, protagonista de De sobremesa de José Asunción Silva, el cual influyó esencialmente en la construcción de la obra e infortunadamente en la recepción de la misma. Primero le dio características formales eligiendo, como vanidoso, su formato predilecto: la primera persona: el diario; el tema fue un viaje sentimental para contar cada una, en detalle, de las sensaciones del protagonista, que en este caso significa, también, al autor; recordemos: Fernández-Silva. La presencia dandy en la obra, además de otras razones de G. Girardot en su Prólogo a la novela, alimenta la discusión alrededor del rechazo inicial que sufrió la novela. Una voz impertinente, que nace burguesa y muere aristócrata, es, al lector decimonónico, un inconveniente de la obra. El asunto se explica, como establecimos antes, a una mala interpretación, a un prejuicio. Se recomienda indagar aquí.

—G Ochoa V.

La Beatífica Flor, Mayo 30 del Once


Bibliografía

El Dandismo (Editorial Anagrama, Barcelona: 1974)

De Sobremesa, José Asunción Silva. (Círculo de Lectores S.A., Bogotá: 1984)

“Prólogo”, Rafael Gutiérrez Girardot. Aquelarre (V. 4, N. 8, Tolima: 2005)


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