Les amoureux, 1888, Émile Friant |
Y están los abrazos que son
besos. Primero subimos las escalas y yo
ya quiero lanzarme a las delicias que son para los dos los besos. No he cerrado la puerta y ya enredé los
brazos por encima de tus hombros... y ya llegué a tu cadera. Que me gusta gusta y lo sabés. Y si no lo sabías ya lo sabés. Cerramos la puerta y vos te sentás en la
primera silla, la más cerquita.
Yo tengo que decir cualquier cosa para que ya no sintás pena, para
que no te sea tan extraño seguir aquí. O
te vuelvo a tocar y a besar y a mirar no como quien te necesita convencer, sino
como quien desea que gocemos. Porque el tiempo pasa y la experiencia ha dicho que quien desaprovecha lamentarse ha de… ¿Cómo no prestarle suma atención a tus líneas
cuando estás acá, a qué inventar excusas para no ser casi felices?: yo, si
estoy contigo, me abandono a lo que acordemos los dos que sea estar bien. Deseo que el goce de nos dos sencuentre
en las mismas cosas, y al mismo tiempo.
Como las lenguas que juegan en las
grutas y son pura sensibilidad combinada de dos texturas mojadas. Me gusta mucho tu lengua en mi labio inferior. Me gusta tanto mi lengua en
tus labios, en tu cuello. Me gustan tus
cosquillas y mis manos, tu pecho y mis labios.