Cher P., luisfílico,
Je m’acusse!
De no haber, todavía, llegado a vuestra y sólo vuestra mayoría dedad. Soy digno, entonces, como dicen pragmáticamente las miradas y los adioses, de lástima y cristiana conmiseración: pauvre!, unfulfilled!, dicen los hombres de mundo: pauvre!
―Mea culpa, mas: ‘no hallar deleite en las llagas prójimas, sí en la peculiar forma de curarlas’, lo único que puedo decir no en mi contra. A demás, sin ánimo de justificar terribles hábitos, que son una forma sui generis de decisión, ¿importa tanto en qué estado del camino uno o aquél esté? Todos dicen sí y tienen razón, una verdadera, mas ¿fue mala, acaso, la comprensión de la vida infante? Porque aún nada habíamos instalado, ¿se comprendía menos esas experiencias?, ‘pueril neófito sin estrenar en la vida’, en las tablillas sacras del conocimiento pagano, en el pensamiento sistemático, sistemat-iz-ado, ¡so solecista!
Y, P., mi querido Francesillo, con una dignidad espúrea, peor que truhán converso en la corte de Carlos V, me remito a vos, que sos discreto y que sos querido, querido y odiado, en un plano ficcionalizado, ques decir casi metafóricamente. No creás ni la ironía, ques un tono del alma, inscrita, ¡pobre!, a la vida viva; en mi caso, parece, es el alma de una enfermedad por omisión. Mas, mi ponderado P., ¿qué hacer?, ses lo que ses… La única transformación que puedo sufrir es cognitiva. La solución de mi vida requiere más que conocimiento. Entonces qué, ¿qué más aparte de todo leer? Un maestro responde preguntas…Puede que apeste a falsa dignidad, que Bierce dice es la pereza, pero, querido, cada ritmo leses propio a sendos árboles, cualquier estado en la cocción de un yacón vale la pena gustar. Unos llegan, otros no. La mayoría dedad puede considerarse como otra de las demás condiciones en el repertorio de las posibilidades que, ciertamente, no le escasean al hombre, incluso en las montañas altas, lo que algunos no creen.
Mexcuso por mis impertinentes maneras de comunicar un testimonio, uno entre otros, verdaderamente mejor mejor facturados, realizados, importados. Mexcuso a mí y a mi impulso incompleto que causan tedio e insatisfacción, pardon! No prometo, tampoco, sino recordar esto. Asegurar progreso sí constituiría un insolente solecismo contra las leyes de la buena conducta humana, más específico, contra la hija puta de Hegel ―y los datrás y los dadelante―, la venerable, enjabonada, megalocuente, omnímoda, augusta Academia. Yo, por omisión, digo, no he llegado a Alfonso Reyes, a muchos alemanes y africanos quescriben, hoy, en castellano. Me faltan ellos, que me haría un ‘literato novato’ y muchas otras tradiciones tan interesantes como ustedes. Me acuerdo de un viejo vivo que conocí en una calle del Sur. Muy lunfardo el tipo. Fuel único personaje involucrado con libros que no me reprochó la gran cantidad de ítems sin tachar en mi lista de lecturas que apropiar, casi nunca que apreciar.
―¿No te has leído…?
―No, nada.
―¡No sabés el potencial que sos! ―me dijo, casi dialectal―. Yo no puedo reírme, otra vez, por primera vez.
A mí esas cosas me dan risa y me reí. Es de los que dirían conocí en la cárcel tipos con más estilo quen la universidad, enfermo de cultivar el ensayo bajo las banderas de la sociología, entendible… Se dedicó, entonces, a las mujeres, dándole la espalda a la más venerable dellas.
―Yo todavía no quiero el Quijote ―le respondí, cuando me sirvió tinto.
―Y… podés tener razón.
Resultó que la tuve porque, como todo, el Quijote pasó cuando pasó, cuando tuvo que ser, no importó mucho si antes o después. Como dirían los taxistas gringos en las pelis de W. Allen:
―“You know, it’s like anything else.”