"Pero seguí el denim que te apretaba. La invitación, y no lo negués, no pudo ser mejor."
Digamos que podemos hablar en primera persona, yo, aunque, ¿cuántas otras cosas no estaremos perdiendo al no decir él ve y sí yo veo? Ésto se le pregunta a un maestro. Entonces, yo esperaba en la esquina desde donde se ve el Miguel "Ángel" Builes, hablando, procrastinando, dirían, sin acabar de cruzar la Beatífica, donde estaba desde que movime de Bostón, hablando con D. el tío, lamentando la condición, recordando a risas las historias que siempre recordamos. D. el tío, esperando también, recostado contra el riel de la persiana, me decía que los años añejan a la gente, que nada es en nada lo mismo ahora que antes. Yo le estaba escuchando, atento y cabizbajo, asintiendo a tiempo, impecable hasta ver pasar el denim diciéndome hola o adiós, despacio, con su mamá o tía o su primastra política. La invitación del denim. Fogo lento. Constante. Démosle nombre o adjetivo al estado en que quedé, al lado de D. el tío, en medio de la conversación, anancástico. Entonces debí haberle dicho que las mujeres llevan en la boca sandía o chocolate. Y si se saludan se ven se huelen o se imaginan, vuélvese ineluctable el recuerdo del chocolate o la sandía, con todo lo que lleva eso en sí. La conversación no duró mucho más. No estaba en condición social, obsedido por una sola imagen. La llamita pertinaz à la soplete. Seguí caminando, esquivando, lamentando, asintiendo, mitigando mi camino a casa. Búsquele remedio al dolor que está usted en su casa, so I did. Nonán. Además, ¿quién saca en medio de la noche los labios chocolate que le besen hasta el sueño y amanezca sin ganas, curado del "dolor"? ¿Las mujeres de la televisión saben tenerse en denim y decir hola o chao removiendo, remordiendo, remorando? No queda otra salida, en primera persona, para poder seguir con el torrente de las otras cosas, sino el tobogán en bajada del desahogo en memoria de, catarsis dirigida; respirar sin mocos, tomar agua limpia. Aunque, hay que pregutar: porque escriba acordándose della, ¿le pesa menos al obseso su obsesión?