El punto es que comenten; ustedes saben, queridos: es necesario...

domingo, 20 de septiembre de 2009

Nunca he dicho nada serio aquí. Nunca he dicho nada. Siempre me refiero a otra cosa... Pero hoy tengo una buena actitud. Hay música que quiero, un poco de luz, café y afuera las cosas están bien, me dejan seguir siendo así. Por eso quiero conversar, inventar monólogos más catárticos que literarios, uff... Para muchos la única posible relación con la literatura está en los libros de los demás, y Dostoievski se vuelve tan odioso...

Entonces miraba otros blogs, más "originales" que lo que yo nunca podría pensar. Escribían de amor con la autoridad de quien lo conoce y ha tenido la delicadeza de abandonarlo. Hablaban del trabajo, del viento, de los perros con una misma voz. Y a la gente parece gustarles...

Mi problema es no haber conocido estas cosas. Si hablan de amor o de sus incontables pliegos, tengo que sonreír y asentir con la cabeza tratando de alejar la mirada. Observar con cuidado las paredes del lugar. Cómo podría interesarme por algo que no conozco, escribir o siquiera imaginarlo... Por eso la vida de los demás siempre es lo real; porque esto, me diría Nacho, ¿puede llamársele vida? Aunque qué me importa lo que piense él...

Después voy a decir, consolándome y arrullándome, que todos tienen su forma de no hacer parte de esto. Y si no, mire pa fuera... Schandefreude! Pero a mí, ¿cómo me pueden mejorar los vicios de los demás, sus formas no tan ortodoxas de ser ellos a pesar de todo? Es una golosina que no me podría alegrar...

Basta una canción, una buena lectura, una forma de compañía para dejar la efervescencia a un lado. Le doy la razón a Erasmo, y me reconforta ser necio como todos...

lunes, 14 de septiembre de 2009


Aunque peque por necio. Por naïve. Pero si siempre que quisiéramos decir algo tuviéramos que disculparnos, pasaría la vida y la saliva la gastaríamos antes de haberlo dicho. Quiero decir cualquier cosa de Bacon, sin tener nada que decir. Me causó alguna impresión, algo; se movió por dentro con sus tijeritas de bolsillo. Y será que no fue tanto el golpe como para darme palabras con que contarlo. Pero sí, los gritos de Bacon hoy fueron un aliciente para ponerme a pensar un rato. Lo digo por presionar algunas letras, pero ahora sí es cierto. Lo que pasa es que cada vez nos volvemos más difíciles de conmover. Nos están haciendo con materiales más fuertes. No recuerdo la última vez que me asombró un árbol. No es que haya que lamentarse, pero me gustaría que fuera diferente, porque es ahí donde uno insiste en vivir. Las canciones que te ahogan de suspiros, los olores, los colores a la hora de luz precisa… Parece que fueran tiempos viejos, cuando todos recuerdan haber sido niños. Estudio del retrato del papa Inocencio X de Velázquez a la hora de acostarse, lluvia. Aquí el más alto conocimiento, el más austero. Los ojos están tan acostumbrados a las luces, a los carros último modelo. Bacon es una estampa simpática, una imagen en el libro que me querés mostrar y yo estoy distraído. Si Blake tenía razón, y si todavía hay esperanza para los necios, podré alcanzar a ser algo de lo que está en esos cuadros, gritar con una figura que tiene por cuerpo una boca, una gran boca…

martes, 8 de septiembre de 2009

Retrato de una mujer doblando bolsas...


No intento abarcar el abismo de una persona como carne o como suspiro. Es más bien una simple caricia con la intuición de mis gafas, de mis ojos tras su vidrio. Su suéter de lana amarillo tímido, callado, la cubre un poco. Cierra los ojos, sus líneas se sobreponen, cruzan los brazos en un saludo confuso… Las bolsas siguen en la mesa que diambula por la casa, la casa se sostiene en paredes de colores ígneos, húmedas de músicas, las músicas envuelven a la mujer dobladora de bolsas. Pero Brassens no es buen consejero para personas que sólo quieren pintar el tiempo con ruidos. No es aconsejable, escucha, tener la constante denuncia ante lo eterno y lo arenoso si lo que se pretende es doblar el plástico o el papel, e ignorar que al frente aquél no deja de comerse las uñas. Soná algo como el viento o las tejas cuando las toca el agua. No hay nada más que hacer para la vida que seguir doblando y preguntando lo que nadie sabe, grandezas o frases de lápices y canciones. Ella sabe que nadie sabe, pero tiene que seguir preguntando porque dos caras en un mismo espacio abierto, con el aire de por medio, tienen que mantenerse hablando, agitando las manos al aire y luego dice: dónde vive ella, ¿sigue en el mismo lugar? La verdad es que no lo sé, no tendría por qué saberlo, pero el silencio empieza a comerse eso que nos sirve para mantenernos tranquilos en lo que sea que estemos haciendo, y no es posible mantener la palabra quieta en esa gruta mojada donde pertenece cuando no se necesita afuera. Como forzando una salida de los labios, con los bracitos de sus letras, abre la boca y se expulsa todo afuera: no sé, quizás, a lo mejor. Hay que tener paciencia, en la vida ya no tiene más que amar a sus hijos y doblar bolsas, no hay sentido, pero la muerte no viene, entonces, hail thee, ma’am, êtes-vous bien? Y, mujer, disculpad: usted dio más que la médula de sus huesos para que respirara, y yo no le doy más que un gesto de resignación. Debería caminar en los párrafos de una novela balzaquiana, merecedoras de premios suprahumanos —lauros de los eternos—, pero no tengo más que mis gafas, los bares que siempre quiero frecuentar y esta música que no entiende y la exaspera, no hay más. Por eso se para de su silla, las velas en frente quedan solas y el aire y el silencio y el francés pálido no tienen más opción que callarse, seguir muriendo despacito porque también yo tengo ganas ya de pararme a seguir con el ritmo seguro de los que tienen algo que decir en el mundo. Buen día a todos, la pelota ya empezó a rodar en la pantalla y el viento sigue soplando…

Un granito más de débil nihilismo...

Qué tedio, ¿qué pasa? No le puedo echar la culpa a la condición humana y menos al calor, hace frío. Sólo tengo disposición de oído y no más, únicamente proceso la música y eso que con qué hastío, como pegajosa y por inercia. El tiempo, a veces, muy poquitas veces, uno sabe qué es eso, como cuando se detiene a olerlo, despacio, no por la aventura del que quiere saber, si no porque no tiene nada en la mano para ponerse en la cara y no ver. Y decir que lo pierdo, sabiendo que nunca lo he tenido. Esto debe de ser consecuencia de algo, no sé de qué. Habré despojado a algún niño de sus derechos o simplemente me metí en líos que no comprendo y mírame, sin saludos, ni manos, ni calles a las que tirarme y perderme, con un mundo afuera abierto y yo encerrado en la llave de una puerta que no quiero mirar, ah, hablen de cárceles. No hay literatura, ni peces, ni bagaje poético en este interregno, en este estar en el medio de qué… Debería volcarse hacia algún tipo o copia de infinito para utilizarme, exprimir esta exhuberancia de nada, no veo nada. En verdad, sólo tengo frente a mí la música, porque ni estas letras las tengo en serio, no es sino voltearme hacia la ventana o mudar de pensamiento y ya no sé qué digo, me dejó el tren. Las paredes tan pálidas terminan enfermándote. Pero lo que coincide con el malestar es que no tengo a nadie, por más que he tratado, no, nada… Sólo queda la música. Y el lamento que, afortunados, todavía no me han empezado a cobrar, así fuera con baldosas. El hastío tendría que ser medicado, o por lo menos tratado con alguna dosis simbólica. Cómo hace uno, entonces, para que las cosas que ayer te eran éxtasis, ese entusiasmo primario, sea lo mismo, lo mismo, no se puede. Y yo que veo todo deslucido mientras camino más lejos, siendo yo y no ellos los que se deslucen, qué cosas. Ir haciendo la vida porque sí, porque soy Colombia en sangre y tengo que demostrarlo, o el amor por lo que me hizo y donde me pusieron, no. Hay que preguntarse. Ni siquiera los libros que son, supuestamente, mi estandarte, mi corazón pintado en papel, quién me viera aquí adentro, con ganas de escupirle a Céline porque una vez cruza la puerta parece que se queda callado o simplemente dice bobadas de chismoso peluquero. Hay que salir de aquí para verlo en su grandilocuencia, y a mí también. Lo que quiero que me conforte, la certeza que estoy fabricando adentro, es que es sólo aquí, con este siempre no hacer nada, sólo aquí que no quiero ni veo por qué querer seguir. Será que soy alérgico a los muros. Hace falta estar más tiempo afuera, buscando razones en los palitos de dientes, en las sopas calientes que me sirven sin despabilar, en todos los detalles que hacen más real lo que escribo. Quizás. Tendré que enfrentarme más al aire fuera de aquí, hay que buscar más argucias para no terminar diciendo que es la vida de hoy la que me tiende la cuerda al cuello porque estoy seguro que no es así, otros sintieron lo mismo en otras alturas de la Historia, pero no tengo ganas de equiparar la abalanza. C’est la vie d’aujourd’hui… Ahora, cómo harán estas gentes para seguir plácidos, sin preguntarse o adivinar por qué putas algo no se siente bien y ha de haber una razón. Será por eso, porque no preguntan, que siguen como si nada pasara y adentro la vida grita, escarbando entre las carnes con esas uñas de mármol frío y afilado. No se preguntan, yo por qué lo hago. Si sé que me va a dejar tirado, cansado de no hacer nada y con una imagen de vivir de puta saliendo de jornada. Hay cosas mejores, amigos. Hace mucho rato que sólo me siento bien viendo las cosas tras el alcohol. Y eso porque no demanda esfuerzo alguno, porque me siento y la embriaguez llega parcialmente, tranquilo en mi mesa, en mi obstinación de recipiente, cada vez más ligero, menos control, menos conciencia, menos tortura, más felicidad. La embriaguez, habría que examinarla. No tengo nada en contra, antes me inclino sobre ella. Sólo pregunto: por qué con los ojos simplemente abiertos no hay también luz suave, calma entre el pandemonio, y placidez… No no, esas son cosas que no entiendo, y aunque realmente quiero, no pretendo entender. La condición humana, qué escenario de mierda para muñequitas chic. Algún día repetiré eso y me sentiré orgulloso de haberlo dicho. Dirán que estoy pelao, me falta llegar más arriba, pero hasta ahora no me ha gustado esto, ¿para qué? Y no ha habido sufrimiento mayor. Pero es muy vano estar por ahí buscando cómo está uno mejor, brincando entre piedritas la mejor corriente de viento para el calor y desde lejos te ves como un estúpido en esas búsquedas de nada, sin sentido, cayéndote y parándote también para nada, igual le daría a todos que te quedaras ahí. Pero toca seguir dándole, con qué objeto, no sé, para qué, menos, para quién… Será ésa la única razón que tengo clara para seguir viviendo: haciendo realidad los sueños de otros, por decir algo. La humanidad se esfuerza mucho por mantenerse viva, es verdad. Y si no, mira los noticieros. No estaría mal que nos extinguiéramos ya y así no tendría que buscar formas de auto-control y esfuerzo en aras de conseguir algo, que ya sé me van a ordenar. Yo no quiero nada, es cierto. Ni vivir tranquilo quiero ya, es más, eso es lo que menos quiero, la pasividad me viene acechando, corroyendo. Si me dejan, les pido que hagan de esto lo menos fatigoso y doloroso posible porque la sensualidad se me desvaneció hace rato y no fue culpa mía…

Eboé


I’m in the mood for love, pero los demás están desde tiempo atrás tan lejos. Las músicas me vuelven a ellos. Sólo en la música hay esos caprichos de falta de tiempo. Good evening ma’am, how may I help you, el pan está servido y voy en busca del vino, no se preocupe señor, su plato espera mientras hablamos. Todos vuelan conmigo, todos se revuelcan en esta masa de simbólica ternura. Sólo puedo pedirles que no paren de volar, de soñar y de estar engañados; no abandonen nunca la estupidez de las máscaras en las mejillas, no se puede volar sin ellas. Yo nací en un pueblo sin arena, con muchas montañas y muy poca alegría, y otros, como yo, vieron allí la luz. Y un día les oí decir por ahí que levantar la copa del vino hace alegre el camino, entonces viví. Conocí la canción, las copas, y todos gritábamos eboé, conscientes de no poder seguir viviendo sin ellas. Y en el cutis me nació un antifaz. No soy del oficio de los grandes Homeros ni mucho menos poeta, no soy hombre de ambisiones de averno, ni insecto de mierdas memorables; no hago parte de club alguno y nadie conoció mi llanto como referencia, pero ante el espectáculo del cuchillo buscando la carne, la Santa Vida Humana, algo de mí tendrá que salir: ¡eboé!…

Cenizas de Barba...


Y su ceniza terminó mezclada con colillas de cigarrillos y tapas de cerveza o de aguardiente. Dicen que se les cayó la cerámica. A penas les llegaba el tarrito frío con las cenizas adentro y había que celebrar. Una gran ceremonia porque por fin el poeta regresaba al pueblo. Celebrar por ellos que mantenían ganas de venderse al mundo por una cáscara de naranja, y no por él, que nunca le importó. Pero ahora era impotente. Sólo quedaba su nombre falso, tres volúmenes con versos memorables y un puñado de cenizas. Había llegado el momento. Todos celebraban porque Barba Jacob regresaba a su casa, el hijo pródigo. Por fin. Las cenizas en la mesa, todos celebraban. Uno de los que estaba en la fiesta se volcó a la metafísica. Acercarse al frasco, pensar en un devenir perdido e infinitamente americano, acordarse de algún verso que le quedaba de la escuela, nada. Cogió el frasco para estar un poco más cerca del poeta. Pero había tomado lo suficiente como para no poder sostener nada en la mano. La cerámica en el suelo, los trozos a los pies de los borrachos. El poeta se confundía ahora como una mala idea en un sermón de misa entre cigarrillos y pantano reseco. Muchos se preguntan dónde yace lo que queda de Barba. En el recinto del Consejo de Santa Rosa, les dicen. Y van a mirarlo con esa solemnidad idiota de los acartonados. Se llenan de grandes palabras ante la pequeña urnita, evocando la imagen del poeta. Haciendo responsos cultamente dolorosos por un puñado de cenizas de cigarrillo y pantano endurecido.

Más o menos nada...

Pudo haberme visitado la Inspiración, yo buscando excusas para que viniera, y siguió de largo pensando en quién sabe qué. No le gustaría el color de la pared. Habrá que seguir tentándola para que un día se decida y me deje hacer algo, por fin.

Esto es carne de otra milonga. No está mal para empezar. Para decir algo. Lo voy a decir, lo poco que me acuerdo. En el momento pensás que es la última gran idea de la humanidad, o la única línea digna de ser dicha. Entonces agarrás el lápiz, te sentás a decirlo o encontrás un teclado y no hay nada, sin haber procrastinado. Algún tipo de condena al hombre solitario. También querer dejarlo a un lado porque no sos capaz. Siempre es más fácil pensarlo en la comodidad de nada y echarte a reír. Siempre es más fácil el aguardiente que esta introversión absurda de no llegar a ningún lado, acumulando líneas para nada, ni sentirte mejor, ni construir altares donde se arrodillarán otros a alabarte, ni un poquito de satisfacción...
—La niña se fue para otro lado, algo que ver con el estudio, creo. Y a ese muchacho no se le veía sino leyendo, sí señor…
—Para creer las cosas de estos, ah… No es sino dar las iniciales y ya dizque volando, comprando la felicidad a cuotas.
—Pero algún motivo tendría él para no olvidarla. Eso da qué pensar. Cualquier guiño lo encedió, y a lo mejor estaba seco, con lo fácil que se hace combustión.
—¿Entonces el sol tuvo la culpa? El problema es los dos juntos. El fuego a uno solo lo calienta, pero a dos los calcina, si no se cuidan…
—No, no creo. Esa llama como que nació ya muerta. Sólo sirvió para poder imaginarse cosas. Ni siquiera para cartas, todas terminaban en su boca.
—Qué lástima…
—Quién sabe, se cruzan por ahí y hasta terminan mal.
—Pero, nada que haya empezado con café podría terminar mal.
—No se te olvide el fuego…
—Cuál fuego… Si hay que tenerle miedo a algo es a las serpientes en el cuerpo. Se sienten deslizarse bajo la manga de la camisa, con esas escamas babosas… Pero es porque las sienten que se permiten seguir adelante…
—Los tiempos ya no son los mismos…